Opresión

[…] Porque hay una opresión a nivel de poder, hay una opresión también a nivel cultural.

[…] La opresión va de la regulación del individuo y de sus comportamientos a los medios y la difusión extrema de un sistema de producción y de consumo forzado y presente en todas partes. Esta opresión, para persuadir y coaccionar, se sirve de la burocracia y de sus impedimentos, de los formularios, de los impresos, de modos de hacer y de los plazos de pago, un continuo sistema de distracción del individuo. El hombre ya no tiene la disponibilidad de sí y de su propio tiempo […], sin embargo, tiene una ocupación que despilfarra un montón de tiempo y que constituye además una opresión mental. Evidentemente, el individuo actual vive más, más tiempo, pero no se sabe si vive más feliz que un individuo de ayer y creo que se trata de una cuestión muy difícil. En el pasado el poder tenía argumentos mucho más crueles y vulgares y bestiales para hacerse obedecer. Evidentemente a quien le caen los golpes o se ve sometido durante horas a un interrogatorio, deslumbrado por la lámpara, sufre una tortura; pero quien se ve bombardeado cotidianamente por el vídeo con tiempos de visión de cinco o seis horas al día, sufre un condicionamiento que es desde luego menos perceptible en apariencia pero en realidad más sutil y más dañino.

Se ha hablado mucho de las cámaras de gas de Hitler, pero ya está claro que desde hace años todas las ciudades del mundo se están convirtiendo en cámaras de gas. En las de Hitler prevalecía el principio de la solución rápida y en las cámaras de gas del mundo prevalece el sistema del envenenamiento profundo y lento que en cualquier caso es envenenamiento del individuo. […]

Creo que duración de la vida, calidad de vida y calidad de lo vivido están atravesados por una relación parangonable a la existente entre temperatura y humedad. No basta con dar un simple dato duración o temperatura. La temperatura se experimenta por el físico humano en relación a la humedad. ¿Qué decir de esos enfermos terminales contra quienes a menudo se infiere el encarnizamiento terapéutico? […]

 Pienso que el riesgo de evanescencia está en el género humano en sí mismo y por sí mismo, como lo tenemos ante nuestros ojos. Cada vez estoy más perplejo sobre la capacidad de resistencia del género humano y que debería manifestarse directamente en el hombre oprimido por mil sistemas informáticos y robotizantes. Actualmente el hombre da más bien la impresión de querer integrarse también en el nivel espiritual en los sistemas de integración planificados y ministeriales. Mira su aquiescencia a la moda y al conformismo. O bien, irracionalmente, va hacia el lado opuesto, va en busca de evasiones místicas. […]

Si el hombre no quiere salir del consumismo más o menos coactivo y no quiere recaer, más allá de aquel, en otros esquemas de condicionamiento psíquico, estaremos obligados a renunciar a las buenas esperanzas que siempre hemos tenido en el género humano, en la condición humana, en la aspiración a la igualdad y otras cosas.

Enrico Baj: “Popper y la quintupletta’ (extracto), en ¿Qué es la ‘patafísica? (1994).

Mayo del 68 (2): Los tiempos están cambiando

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Xavier Miserachs 1968 ©

Como respuesta a esta nueva forma de vida surgida tras la Segunda Guerra Mundial y a una cultura cada vez más “oficial” (bendecida desde todas las instancias) nacen dos grandes movimientos contraculturales. Uno se articulará alrededor de la música sobre todo: el pop-rock, la psicodelia. El movimiento hippie buscará reemplazar la organización familiar tradicional, de rígidas normas de conducta, por una vida comunitaria, optando por una vestimenta informal y descuidada e incorporando el uso de las drogas como medio para liberarse de la realidad opresora. Su símbolo sería el festival de Woodstock (1969), en Vermont (EE UU). El otro gran movimiento buscará referentes políticos y tratará de adecuar las tradicionales posiciones de la izquierda revolucionaria a los nuevos tiempos, estando fuertemente marcado por ellas y por el antiimperialismo, el anticolonialismo y la lucha por acabar con las desigualdades. Estos jóvenes leían a Marx, a Marcuse, a Sartre… Su símbolo sería el Mayo del 68 francés.

La década de 1960 del siglo XX fue, pues, diferente a todas las anteriores y mostró al mundo que esa sociedad surgida del Estado de bienestar no era más justa e igualitaria que las anteriores, ni menos represiva. Los jóvenes se sentían descontentos con el presente que vivían, lleno de trabas y convencionalismos de todo tipo, y desconfiaban del futuro que les esperaba. El movimiento de crítica radical tuvo su máxima expresión en el Mayo del 68 francés, pero ese mismo año fue el que asesinaron a Martin Luther King y Robert F. Kennedy, tuvo lugar la invasión de Checoslovaquia y la matanza de la plaza de las Tres Culturas en México D.F. Estos acontecimientos reflejaban, pues, que los tiempos estaban cambiando, parafraseando la famosa canción de Bob Dylan (The Times They Are a-Changin’, 1964):

screen-shot-2013-10-11-at-12-13-29-amVengan padres y madres de alrededor de la tierra

y no critiquen lo que no pueden entender,

sus hijos e hijas están fuera de su control,

su viejo camino envejece rápidamente,

por favor, dejen paso al nuevo si no pueden echar una mano

porque los tiempos están cambiando.

El cambio fue, sobre todo, cultural. Por primera vez en la historia empieza a crearse una cultura específicamente juvenil, cada vez más potente, consecuencia del profundo cambio en la relación existente entre las distintas generaciones. La juventud pasa a ser ahora en un grupo social independiente, algo que nunca había sucedido, y será la protagonista indiscutible de radicalización política de los años sesenta. La juventud dejaba de ser un simple estado que anticipaba la edad adulta. “Espero morir antes de llegar a viejo”, decían The Who en My generation. Aquellos jóvenes creían –así habían visto que sucedía con sus padres– que a partir de los treinta años la vida se encorsetaba, se volvía monótona y acomodaticia, y expresaban en sus acciones la insatisfacción por vivir en una sociedad de consumo en la que todo era mercancía y espectáculo. No eran conscientes, sin embargo, que el auge de su cultura suponía un estupendo negocio. La juventud se convirtió, de este modo, en un importante sujeto de consumo en las economías de mercado desarrolladas. Así, lo que realmente definió el movimiento generalizado de protesta juvenil no fue tanto el fin de un sistema económico injusto (el sistema capitalista) como el abismo histórico que separaba a las nuevas generaciones de las anteriores en la manera de concebir la existencia.

CAP A

Liberación personal y liberación social irán ahora cogidas de la mano. Mas, como certeramente señaló Hobsbawm (Historia del siglo XX, 1994), lo que resulta más significativo de todo este movimiento de contestación juvenil “es que este rechazo no se hiciera en nombre de otras pautas de ordenación social (…) sino en nombre de la ilimitada autonomía del deseo individual, con lo que se partía de la premisa de un mundo de un individualismo egocéntrico llevado hasta el límite. Paradójicamente, quienes se rebelaban contra las convenciones y las restricciones partían de la misma premisa en que se basaba la sociedad de consumo, o por lo menos de las mismas motivaciones psicológicas que quienes vendían productos de consumo y servicios habían descubierto que eran más eficaces para la venta”.

Lo que en definitiva ocurrió el mes de mayo de 1968, como ha explicado Edgar Morin (“Complejidad y ambigüedad”, Debats, núm. 21), fue que se dio una especie de conexión fuerte entre las aspiraciones juveniles, por una parte, y las aspiraciones a la vez libertarias y comunitarias de los movimientos revolucionarios marginales, por otra, una coincidencia de aspiraciones que ya se había manifestado anteriormente en el hervidero cultural californiano y, más en general, en los Estados Unidos. De hecho, hasta que la clase obrera no se sumó a la contestación, el sistema no vio peligro alguno en los hechos de Mayo del 68.