
Bulevar Saint Michel. / Claude Dityvon, del libro Mai 68.
El 24 de mayo, viernes, a las ocho en punto de la tarde, De Gaulle dirigió una dramática alocución al país. Los enfrentamientos habían remitido durante la semana, pero las calles seguían llenas de manifestantes. De Gaulle prometió una renovación de las estructuras universitarias, una reforma económica y mejoras salariales si así lo aprobaban los franceses en un referéndum que pensaba convocar el mes de junio.

De Gaulle se dirige a los franceses por televisión.

Bomberos intentando apagar el incendio de la Bolsa.
Solo siete minutos después de terminar la alocución presidencial se alzaban las primeras barricadas junto a la universidad. De nuevo la policía intervino. De nuevo los porrazos, el lanzamiento de todo tipo de objetos por parte de los manifestantes, que cada vez eran más. De nuevo la lucha. La noche del viernes al sábado fue tan dramática como las de mediados de mayo. Los manifestantes atacaron varias comisarías de policía, arrojaron cócteles molotov e incendiaron algunas. Aquello era una auténtica insurrección, o eso al menos parecía. La sede de la Bolsa ―símbolo por excelencia del capitalismo― era asaltada e incendiada. Las emisoras de radio solicitaban instrumental médico, oxígeno, gasas y medicinas. Se habían instalado puestos de socorro en el Barrio Latino, donde, al igual que en la Sorbona, había muchos heridos.

Jóvenes lanzan córteles molotov a los antidisturbios de las CRS. / AFP.
La televisión mostraba una vez más la brutalidad de los enfrentamientos. Sam y Martha seguían la información y contemplaban la imagen de un joven que, en las inmediaciones de la plaza de la Bastilla, arrojaba con todas sus fuerzas un cóctel molotov en dirección a las fuerzas de las CRS.
―Espero que quien sea haya acertado de pleno ─exclamó Sam.
―No digas eso.
―¿Que no diga eso? ¿Acaso el uso de la violencia es solamente patrimonio del Estado, quiero decir, de quienes controlan el poder? Los seres humanos, querida, somos violentos, entre otras cosas. Hemos olvidado, han querido, y en gran parte conseguido, que olvidemos que somos el resultado de una doble revolución, nuestra sociedad se asienta en los pilares que se levantaron con la revolución francesa y las que siguieron su modelo y la revolución industrial. Ambas fueron muy violentas, no afirmo nada que no se sepa. En este siglo ha habido más muertos por violencia que en toda la historia de la humanidad. Este sistema se mantiene con la violencia, y ahora resulta que los violentos son quienes simplemente dicen ¡ya está bien!, ¡no estamos dispuestos a comulgar por más tiempo con ruedas de molino! Sin violencia estaríamos todavía sometidos al derecho de pernada. No sé si se logrará una comunión de intereses entre estudiantes y trabajadores, sí que sin la fuerza nunca se conseguirá nada.
Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).