Gran Enciclopedia de la Comunidad Valenciana

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Como decía en la entrada de ayer, “entre unas cosas y otras, fuera de los ámbitos académico y administrativo, me llamaron de nuevo de Editorial Prensa Valenciana para dirigir un nuevo proyecto, el mayor reto al que me había enfrentado hasta entonces. Mira por dónde había aún quien creía en mi capacidad de trabajo. Fue en 2002. Me ofrecieron nada menos que dirigir lo que sería la Gran Enciclopedia de la Comunidad Valenciana (GECV, 2005-2008), obra que consta de 18 volúmenes en la que colaboraron más de doscientos especialistas y alcanzó una difusión de cincuenta mil ejemplares”.

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Anuncio publicitario aparecido en ‘Levante-EMV’ durante la campaña de promoción.

Habían comprado los derechos de la Gran Enciclopedia de la Región Valenciana (GERV), publicada en 1973 por Mas-Ivars Editores y compuesta de 12 tomos de unas 300 páginas cada uno. Aquella enciclopedia, que se vendió también por fascículos, tuvo gran eco en su momento y en ella habían colaborado conocidos intelectuales y personas vinculadas al mundo de la cultura valenciana como Joan Fuster, Ricard Blasco, Manuel Sanchis Guarner, Alfons Cucó o Vicente Aguilera Cerni. Tenía yo entonces 18 años y comenzaba mis estudios en la facultad de Filosofía y Letras de la Universitat de València. Recuerdo, visualizo, aquellos fascículos, pues mi tío Pepe los coleccionaba. Quien me iba a decir en aquellos momentos que treinta años después dirigiría yo una obra semejante.

Aquella enciclopedia surgió con la intención de “llenar un vacío que satisfaga una necesidad hondamente sentida entre los valencianos de nacimiento como entre los valencianos de adopción. Son muchas las preguntas sobre quiénes fuimos, cómo somos y, sobre todo, quiénes queremos ser”. Casi treinta años después Editorial Prensa Valenciana estimó conveniente la actualización y ampliación de las entradas que trataban de responder a dichas preguntas, elaborando una nueva enciclopedia que saldría también a la venta por fascículos, esta vez a través del periódico Levante-EMV.

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Sin este precedente no hubiera sido posible llevar a cabo el proyecto, al menos en el tiempo de tres años, que es el que tardamos desde que este se gestó hasta que comenzó a publicarse el primer fascículo. Con la compra por parte de Editorial Prensa Valenciana de los derechos de la Gran Enciclopedia de la Región Valenciana partíamos de algo fundamental para elaborar una obra de este tipo: la de un corpus enciclopédico de envergadura sobre el que trabajar. En base a él se imponía ahora hacer una nueva enciclopedia, pues habían pasado treinta años en los que la sociedad valenciana –el mundo entero– había experimentado notables transformaciones. Es por ello que se incrementaron considerablemente, prácticamente se duplicaron, el número de entradas: de las 16.000 con que contaba la GERV se pasó a las 31.000 de que constaba la CECV. Todos los artículos de la primera se recogían en la CECV debidamente actualizados y puestos al día; algunos se redactaron de nuevo. En esta labor tanto yo como la coordinadora general de la enciclopedia (Ana Sebastià Alberola), el equipo editorial (Anna Alfonso, Anna Boira, Mariana Lanzara, Lluís Vidal y Olivia Pérez) y el de redacción (los citados más Sonia Borreguero, Manuel Cerdà García, Montse Escribano, Pablo Cisneros, Ibán García Castillo, Ana Martínez, Ricard Ramon Camps, Nuria Jimeno, Ana I. Martín, José Martínez Tormo y Sergio Tebas) pudimos comprobar que la frase incluida en las páginas de presentación de la GERV –“En el futuro esta enciclopedia será de cita regular y autorizada, tanto para los estudiosos como para el público en general y para todos aquellos, en fin, que, con una disposición u otra, se sientan valencianos y quieran actuar como tales”– no era mera retórica, sino la constatación de lo bien hecho, pues con el tiempo la GERV se convirtió en referencia ineludible. Todos nos ‘conjuramos’ para que la GECV estuviera a su altura y fuese una obra útil, sobre todo útil.

La Gran Enciclopedia de la Comunidad Valenciana respondía, pues, a una doble voluntad: por un lado, presentar de forma sintética los conocimientos fruto de del esfuerzo individual o colectivo obtenidos mediante la investigación y, por otro, ser un fiel reflejo de los diversos acontecimientos, instituciones, organismos y entidades, personajes públicos, profesionales de las más distintas actividades, etc., de la historia y el presente valencianos.

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Especial presentación (‘Levante-EMV’, 8 de septiembre de 2005).

El presupuesto fue bastante alto. Levante-EMV no escatimó en gastos y se llevó a cabo una gran campaña promocional desde un par de semanas antes desde sus páginas y mediante spots publicitarios en radio y televisión. Igual se actuó en el acto de presentación de la obra, que se celebró el 7 de septiembre de 2003 en la aula magna y claustro de la histórica sede de la Universitat de València. El primer fascículo salía a la venta el sábado 10 de septiembre.

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Equipo editorial de la GECV. De izquierda a derecha: Ana Sebastià, Anna Boira, Anna Alfonso, Manuel Cerdà y Mariana Lanzara (‘Levante-EMV’, 28 de agosto de 2005).

La buena acogida que tuvo la enciclopedia consolidó la idea que teníamos en principio de continuar la obra a través de suplementos, como es habitual en la mayoría de las enciclopedias, con el fin de que siguiera siendo una obra viva, actual, que reflejara en todo momento los cambios y novedades acaecidos en el País Valenciano, teniendo siempre en cuenta las últimas investigaciones en los diversos campos del saber.

Así, en 2008 se publicaba un nuevo tomo, el 18 (Suplemento A-Z), en el que se actualizaban las entradas de los diecisiete que formaban la obra hasta entonces y se introducían artículos y conceptos que en su día no tuvieron cabida por no estar lo suficientemente estudiados o no tener todavía una incidencia social relevante, así como los principales acontecimientos registrados en el País Valenciano desde 2005. En esta ocasión conté, obviamente, con un equipo más reducido y ya no figuraba yo como único director. Ana Sebastià Alberola había realizado una excelente labor como coordinadora de la enciclopedia. Su buen hacer y su gran capacidad de trabajo fueron claves para que la obra llegara a buen puerto. Me pareció justo y correcto que si los dos trabajábamos lo mismo los dos figurásemos como directores.

En 2010 debía salir otro tomo de similares características, pero las consecuencias de la crisis de 2008 eran ya manifiestas por entonces. Levante-EMV tuvo que recortar su presupuesto editorial y, en consecuencia, su política al respecto. Una lástima, pues de haberlo sabido hubiésemos planteado algunas entradas de distinto modo o no incluido algunas. Pero, claro, esto era imposible cuando se gestó el proyecto.

El PP, el ostracismo funcionarial y mi paso por la universidad

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Con un grupo de alumnos durante una de las clases prácticas de la asignatura Arqueología industrial.

Las elecciones autonómicas y municipales que tuvieron lugar el 28 de mayo de 1995 dieron la victoria al Partido Popular (PP), que conseguía, con el apoyo de Unión Valenciana (UV), el gobierno de la Generalitat Valenciana por primera vez y el de las tres diputaciones valencianas.

Con el PP al frente de la Diputación de Valencia era evidente que tanto yo como quienes desempeñaban algún cargo funcionarial o contractual teníamos los días contados. Recuerdo perfectamente un día de mayo de ese año que estábamos Josep Picó, director de la Institució Valenciana d’Estudis i Investigació (IVEI); Mario García Bonafé, director de Publicaciones del mismo y de la entonces prestigiosa revista Debats, y yo, comiendo con Maurice Aymard, director de la École des hautes études en sciences sociales, en un restaurante que había en la dársena interior del puerto de Valencia. Le comentábamos lo que sabíamos a ciencia cierta que iba a suceder y no daba crédito a nuestras palabras. Impensable que pudiera pasar algo así en Francia, nos decía.

Aquí, lógicamente, no. Pasó. Quienes, como Picó o García Bonafé, tenían un cargo contractual y se hallaban en situación de excedencia universitaria regresaron a sus respectivas plazas en la universidad. Los que no –Artur Heras (director de la Sala Parpalló), Bernat Martí (director del Museu de Prehistòria de València) y yo– fuimos inmediatamente cesados en nuestros puestos de responsabilidad. También el director del Museu Valencià d’Etonologia, institución que, al igual que la IVEI, el Museu de Prehistòria y el Centre, tenía su sede en el recién inaugurado Centre Cultural la Beneficència. En mi caso, el primer día a la vuelta de vacaciones tenía el aviso de que el nuevo diputado de Cultura, Antonio Lis, quería hablar conmigo. No hace falta que diga para qué.

El Centre d’Estudis d’Història Local dejó de existir de un día para otro y al frente de Publicaciones de Diputación fui sustituido por Carles Recio (el mismo que fue despedido en 2018 por llevar “diez años cobrando 50.000 euros anuales únicamente por ir a fichar”). Hoy nadie sabe dónde están los libros que publicamos ni los ejemplares de la revista Taller d’història.

No estoy seguro si tenía o no ordenador en el nuevo despacho que me asignaron, más pequeño y sobrio; sí que había una silla, una mesa, un armario metálico y una estantería. Mi función ahora: ninguna. A la espera, pues al parecer no me encontraban ubicación. Así estuve un tiempo hasta que una amiga común le habló de mí al nuevo director del Museo de Etnología, Enrique Pérez Cañamares, un vivalavirgen al que se la traía todo al pairo, y este me reclamó, ya en 1996.

Ese último año, 1996, otro amigo que había trabajado conmigo y era profesor en la Universitat de València me dijo: ¿y por qué no te presentas a una plaza de profesor asociado en la universidad? No lo pensé dos veces, pues en aquellos momentos Inmaculada Aguilar, profesora del departamento de Historia del Arte y especialista en arquitectura y patrimonio industrial, había conseguido introducir en el plan de estudios una nueva asignatura, Arqueología industrial, y me dijo que, efectivamente, se iban a convocar dos plazas de profesor asociado (una para la docencia en castellano, otra para la docencia en catalán) en el departamento. Me presenté y gané el concurso en las dos opciones, eligiendo la docencia en valenciano. Duró esta etapa desde 1997 a 2011 y terminó como el rosario de la aurora.

La decepción que me llevé al ver cómo funcionaba el departamento y, por extensión, la universidad en general fue mayúscula. Hasta 1998 no comencé a dar clases de arqueología industrial, pues solo había un grupo, por la mañana, y era I. Aguilar quien impartía la docencia. Debía impartir otras asignaturas. Pues bien, pensé, veamos de que asignaturas puedo hacerme cargo, creyendo que serían materias más o menos afines a mi perfil.  ¡Qué va! No recuerdo cuáles fueron las otras, pero sí que me quedé pasmado cuando me ofrecieron la asignatura Historia de las ideas estéticas I. ¿Qué demonios iba a saber yo de ideas estéticas? Pero es que no quedaba nada más, pues resulta que las asignaturas del plan de estudios se repartían en función de la antigüedad y jerarquía del profesorado. Es decir, los que tenían mayor rango y más años en el departamento era los primeros en elegir. A los últimos, yo entre ellos, imagínense qué les quedaba: lo que nadie quería. Adelante, me dije. A ver cómo salimos de esta. Un amable compañero me ofreció sus apuntes de la asignatura y pasé el verano leyendo a Tatarkiewicz, Adorno, De Bruyne…

Al año siguiente ya eran dos los grupos y pude empezar con la arqueología industrial. Ello, sin embargo, no me libraba de la docencia de otras asignaturas. Así, durante los años que permanecí en el departamento, di clases de técnicas de conservación de bienes muebles e inmuebles, de arte del antiguo Egipto y Próximo Oriente, de arte del Renacimiento y del Barroco, de pintura impresionista, de arquitectura contemporánea o de últimas tendencias artísticas. Estas asignaturas, por otra parte, no siempre podía uno seguir impartiéndolas al curso académico siguiente, pues cada año se procedía al reparto de todas ellas de la forma que expliqué antes. Cada año la misma historia, cada año una asignatura nueva, de la que no tenía la más remota idea, cada verano a prepararse un nuevo temario. Un compañero del departamento me llegó a contar que recurría a un pequeño truco: les pasaba a los alumnos una bibliografía de la que recomendaba un par de títulos y obviaba el del manual que él se limitaba a repetir en clase, uno que no fuera muy conocido.

Con otras asignaturas me sentí más cómodo, como las de metodología o fuentes de la historia del arte. En estas, los alumnos, sin embargo, o me odiaban –los más– o me apreciaban, los menos. No había término medio. Por mi formación como historiador podía impartir su docencia con un mayor nivel de conocimientos; también de complejidad y exigencia. Odio tener que sacar los apuntes y repetir como un lorito lo que dicen otros sin aportar nada. Aquí, puesto que podía, nunca lo hice. Los alumnos estaban acostumbrados a ir tomando notas sin parar de cuanto el profesor iba explicando, o repitiendo. ¿Puede ir más despacio?, era una pregunta habitual. Otra, esta a principios de curso, era ¿y que libro me recomienda como manual? ¡En asignaturas de cuarto y quinto carrera!, de lo que se llamaba segundo ciclo. ¿Qué manera es esa de formar a la gente? Además, ¿cómo que una metodología específica para la historia del arte?, ¿cómo que unas fuentes propias? Carece de sentido. El método histórico, el proceso de investigación, los pasos que se siguen, son –con todos los matices que se quiera– los mismos para todas las disciplinas de la historia. También las fuentes, cuya división en primarias y secundarias carece de sentido a mi juicio, prefiriendo la de fuentes escritas, orales y materiales. Esto era lo opuesto de lo que defendía mis compañeros historiadores del arte, los cuales, por otra parte, no solían pasar de la teoría. Mas la teoría no es nada sin la práctica, por lo que yo les encargaba al principio del curso que llevaran a cabo una investigación y en el aula recurría a ejemplos prácticos que luego trabajábamos fuera de ella, en el medio. Con la arqueología industrial, las clases prácticas primaban sobre las otras, así como el trabajo de investigación sobre el tradicional examen de preguntas y respuestas.

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Con un grupo de alumnos e interesados en la materia cuando impartía la asignatura Arqueología industrial

Ser profesor universitario me sirvió para poner en marcha otros proyectos. En 1999 conseguí que el Museu d’Etnologia y la Universitat establecieran un acuerdo de colaboración en materia de arqueología industrial y patrimonio industrial. Al frente del primero ya no estaba Enrique Pérez, pero los que le siguieron en el cargo se portaron bien conmigo, los tres: Joan Gregori, Joan Seguí y Francesc Tamarit, cosa que no puedo decir de otros y de los políticos. Conocedores de mi situación –¿qué demonios pintaba yo allí?–, se mostraron conmigo comprensivos, amables y tolerantes. Pude, así, llevar a cabo distintas actuaciones arqueológicas, especialmente en Alcoi, en concreto en ambas cuencas de los dos ríos que rodean la ciudad, el Barxell y el Molinar, actuaciones que pasan por ser las primeras excavaciones de carácter arqueológico-industriales realizadas en España. De ello dejé constancia en mi libro Arqueología industrial. Teoría y práctica (2008). En este año, 2008, la crisis económica empezaba a causar estragos y se cortó toda financiación. Mas en todo esto ya profundizaré en próximas entradas.

Legamos a 2011 y al final de mi paso por la universidad. Un año ante había desaparecido del plan de estudios la asignatura Arqueología industrial. Debí haber abandonado la docencia universitaria entonces, pero no lo hice. Y ese último año toda la frustración acumulada estalló. Ese año no tuve más remedio que dar clases, una vez más, sobre últimas tendencias artísticas. Las ponía a parir, qué quieren que les diga. Que si el trazo, la pincelada, la mancha, la composición…, o el color de los pelos de los cojones del autor de la obra, o del desaguisado, según. Y todo esto contemplando imágenes de las obras tomadas de internet. Eso en 2011, que antes aún era peor: tenías que hacer tú mismo las diapositivas en casa, fotografiando libros; el departamento te facilitaba los carretes y pagaba el revelado. Lógicamente, el parecido entre lo que se reflejaba en la pantalla y la obra original era pura coincidencia.

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Con los alumnos al finalizar las clases prácticas de la asignatura Últimas tendencias artísticas (2008).

El último día de clase, faltaban unos minutos para que oficialmente terminara, pero los alumnos y yo habíamos acordado que si era necesario alargaríamos el tiempo unos minutos más hasta dejar claras algunas de las cosas en que habíamos trabajado y eran claves para el examen, entró un becario a pasar la encuesta de evaluación de la actuación docente a los alumnos. Tenemos cosas más importantes que hacer que la chorrada esta, le dije. Se largó, claro. Poco después, por la puerta de atrás (el aula tenía dos) entró el director del departamento con las encuestas bajo el brazo. Se quedó al final del aula, de pie. Yo seguí con la clase como si nada. Él empezaba a mostrar signos de impaciencia. Terminé y dije algo así como adelante quien quiera con el paripé, allá vosotros si queréis colaborar con esta hipocresía, si no queréis acabar con la endogamia profesoral, si queréis seguir engordándola. Y me largué. Obviamente, no me renovaron el contrato. No me lo comunicaron, no fueron capaces ni el director ni el secretario del departamento de decírmelo personalmente. La cobardía es un rasgo distintivo de los mindundis, como me demostrarían los mindundis que conocí después, los mindundis más mindundis entre los mindundis.

Entre unas cosas y otras, fuera de los ámbitos académico y administrativo, me llamaron de nuevo de Editorial Prensa Valenciana para dirigir un nuevo proyecto, el mayor reto al que me había enfrentado hasta entonces. Mira por dónde había aún quien creía en mi capacidad de trabajo. Fue en 2003. Me ofrecieron nada menos que dirigir lo que sería la Gran Enciclopedia de la Comunidad Valenciana (2005-2008), obra que consta de 18 volúmenes en la que colaboraron más de doscientos especialistas y alcanzó una difusión de cincuenta mil ejemplares. Pero a ella quiero dedicarle una entrada propia. Así que lo dejo por hoy. Que tengan un buen día.

Trabajar por encargo

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Portada del tomo I del ‘Diccionario histórico de la Comunidad Valenciana’.

A pesar de los inconvenientes que presenta, que no son pocos, me gustan los trabajos por encargo, aquellos que han de finalizarse dentro de un plazo de tiempo estipulado. Me gustan por el reto que conlleva, incluso el riesgo, porque son cosas que lo más probable es que no hubiera hecho si no, porque tienen principio y fin y luego a otra cosa mariposa. Ahora bien, el proyecto ha de ser de mi agrado, he de sentirme cómodo con él, y debe implicar a otras personas, un trabajo colectivo, pues, que necesariamente requiera un elevado presupuesto. Me gusta dirigir, sí.

El problema que presenta trabajar en este tipo encargos es que tus decisiones han de contar con el visto bueno de quien pone el dinero, en este caso la editorial. En el cine, por poner otro ejemplo ya que decía que me gusta dirigir, con la productora. Casi nunca el director consigue que la película que se estrene responda únicamente a su concepción original, a lo que este pretendía, siendo habituales los choques con el productor, o productores. Lógicamente, el interés de quien pone la pasta no tiene por qué coincidir con el mío. Lo tengo asumido y, de hecho, siempre he tenido discrepancias con la empresa editora. Afortunadamente, siempre hemos llegado a un acuerdo. De lo contrario hubiera desistido.

Poco después de finalizar la Historia del pueblo valenciano, me llamaron de nuevo de Editorial Prensa Valenciana para dirigir otro proyecto, puede que no tan ambicioso, pero no menos interesante. Aparte de la Historia…, había publicado, además de los citados Arqueología industrial de Alcoi y Lucha de clases e industrialización, los libros Els moviments socials al País Valencià (1981) e Historia fotográfica del socialismo español (1984). De nuevo se me presentaba la oportunidad de dirigir un proyecto editorial que requería una amplia participación. Acepté la dirección del nuevo proyecto: un diccionario histórico sobre la historia de lo que sea este espacio geográfico que habitamos. “Con esta finalidad, el profesor Manuel Cerdà, al frente de un equipo de coordinación que ha hecho posible la participación de ciento ochenta colaboradores, en su mayor parte procedentes de distintas universidades, asumió el reto planteado por el periódico Levante-EMV hace tres años”, decía el diario en uno de los numerosos artículos promocionales que se publicaron.

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‘Levante-EMV’, 3 de diciembre de 1992.

Salió el primer fascículo del Diccionario histórico de la Comunidad Valenciana el sábado 5 de diciembre de 1992. La presentábamos como una obra de consulta de carácter analítico y divulgativo, estructurada en voces (o entradas) y ordenada alfabéticamente de la A a la Z, que comprendía conceptos historiográficos, hechos, personajes y familias relevantes, instituciones y perfiles históricos de todos los pueblos. Pretendía ser una obra de consulta que resultara especialmente útil a los alumnos de bachillerato, el entonces vigente COU (Curso de Orientación Universitaria) y estudiantes universitarios, al tiempo que comprensible para el público en general. Tenía, una vez completados los 67 fascículos en que se dividió, 800 páginas que comprendían más de 2.500 entradas y 700 fotografías e ilustraciones. En esta ocasión conté con un equipo de coordinación integrado por Rafael Narbona, Pablo Pérez García y María Cruz Romeo. No alcanzó el elevado número de ventas que registró la Historia del pueblo valenciano –era impensable que así fuera, no entraba en los cálculos– pero la cifra tampoco estuvo mal: más de 70.000 personas coleccionaron los dos volúmenes de que constaba.

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Portada y contraportada de ‘52 fines de semana. Rincones de la Comunidad Valenciana’.

La siguiente publicación que firmé con Editorial Prensa Valenciana fue 52 fines de semana. Rincones de la Comunidad Valenciana, también editada en fascículos (52) que pretendía “acercar –de forma ágil, comprensible y manejable– a un público heterogéneo nuestro patrimonio cultural”, ofreciéndoles “la posibilidad de conocer la Comunidad Valenciana de manera gradual o bien de hacer turismo de fin de semana a lo largo de un año sin salir de ella”. Se publicó a lo largo de 2003 y cada ruta se estructuraba en distintas secciones: ‘Cómo llegar’ (itinerario, o itinerarios, aconsejables; medios de transporte, teléfonos de interés y un plano con su correspondiente leyenda), “Qué visitar, dónde ir’ (patrimonio monumental y paisajístico; la de mayor extensión), ‘Qué comer, dónde alojarse’ (selección de hoteles y restaurantes), ‘Más cosas que hacer’ (otras formas de ocupar el tiempo más allá de la ruta sugerida) y ‘Fiestas y tradiciones’ (calendario festivo destacando y describiendo las celebraciones más señaladas). Fue una experiencia de lo más gratificante. Todos los fines de semana hacía, hacíamos, una ruta, descubriendo rincones, costumbres y tradiciones, probando y disfrutando la gastronomía local… Todavía conservo unas dos o tres mil fotografías que hice en aquellos viajes, en papel, que imagino nunca escanearé ni publicaré. La idea era que cada año se renovase la guía. Lamentablemente no fue así. Cosas de trabajar por encargo.

El juego...

Dos tarjetas de ‘El juego de la Comunidad Valenciana’ con preguntas y sus correspondientes respuestas.

Antes empleé la frase “La siguiente publicación que firmé con Editorial Prensa Valenciana”. Firmé. Pues entre una y otra cosa –esto es la primera vez que lo cuento– surgió un nuevo y curioso proyecto. Me llamaron de Barcelona, de la empresa GSC, SL (Gestión Servicios y Comunicación). Habían propuesto a Editorial Prensa Valenciana (EPV) la edición de una especie de Trivial sobre el País Valenciano que se denominaría El juego de la Comunidad Valenciana y esta había aceptado. Necesitaban, no obstante, a alguien que se encargara del contenido, de las preguntas. En EPV les recomendaron que se pusieran en contacto conmigo y eso hicieron. A mí, por novedosa, me pareció una excelente idea, especialmente divertida. Se lo comenté a algunos amigos, que no parecían compartir mi entusiasmo. Dos de ellos y yo quedamos en seguir adelante. Ahora bien, estos –cosas del currículum, a mí me la traía al pairo– no querían que figurara su nombre. Por eso en los créditos figura “Realización y concepto lúdico: Equip Tres en Ratlla”. Nos pusimos a redactar las preguntas y respuestas, que dividimos en seis casillas temáticas: geografía, historia, cultura popular, Castellón, Valencia y Alicante. Y sí, era de lo más divertido. Nos juntábamos cada semana para evaluar lo hecho, y nos descojonábamos cada semana. Al principio. Un par de meses después, día arriba día abajo, estábamos hasta el gorro de tanta preguntita. Y es que su cifra era nada menos que seis mil. Acabamos reclutando, y pagando, a otros por cada pregunta nueva. Salió El juego de la Comunidad Valenciana en 1999. Se hizo una buena campaña promocional en la que, entre otras cosas, personas conocidas de diversos ámbitos jugaban una partida y comentaban la experiencia. En algún sitio es probable que guarde algún recorte de prensa al respecto, pero ¿dónde?

Luego vino la Gran Enciclopedia de la Comunidad Valenciana, un reto mayúsculo del que me ocuparé en una próxima entrada.