En 1978 –lo contaba en la entrada Mi trabajo como editor: el Servicio de Publicaciones de la Diputación de Valencia– yo era un recién licenciado que había regresado a Muro, mi pueblo natal. Allí iba tirando como podía –dando clases a maestros de valenciano en los cursos que organizaba el ICE (Institut de Ciències de l’Educació) o corrigiendo galeradas para la editorial Almudín– mientras elaboraba mi tesis de licenciatura sobre la clase obrera alcoyana (Alcoi está a solo diez kilómetros de Muro).
El director de la tesis era Alfons Cucó. Con él establecí una estrecha relación de amistad que duró hasta su temprano fallecimiento en 2002. Y, de su mano, nació también otra larga amistad con Mario García Bonafé. Alfons me aconsejó que me pusiera en contacto con él, pues con su cuñado, luego también amigo, Rafael Aracil, había trabajado sobre la industrialización valenciana, y la alcoyana en particular, y la clase obrera. Supongo que ambos valoraron positivamente mi inquietud por aprender y hacer cosas y me propusieron colaborar en un proyecto que tenían en mente: un trabajo de investigación, un trabajo de campo, mediante una disciplina llamada arqueología industrial, para estudiar el pasado industrial de Alcoi a través de los restos materiales conservados, independientemente de su estado de conservación.
Nunca había oído hablar de la arqueología industrial. Ellos me explicaron entonces –obviamente, con mucho más detalle, al tiempo que me prestaban algunos libros de lo que hasta el momento se había publicado acerca de la arqueología industrial– más o menos lo siguiente: “En 1962 era destruida una estación de ferrocarril británica –la Euston Station–, que contenía un pórtico dórico. Este hecho levantó corrientes de opinión de historiadores y científicos que, en poco tiempo, encontró un positivo eco popular a favor de la salvaguarda del patrimonio industrial británico. Ciudadanos con su cámara fotográfica en sus paseos, empresarios facilitando la entrada a sus fábricas y conservando sus restos, corporaciones locales patrocinando iniciativas, etc., posibilitaron la formación de un fondo susceptible de ser registrado e historiado. De este modo nacía una nueva disciplina, la arqueología industrial, la cual trataría de conocer mejor las condiciones históricas de la producción industrial a través de lo que ella ha engendrado: fábricas, máquinas, comunicaciones, residencias burguesas, barrios obreros, etc.”.
Este párrafo que entrecomillo figura en la contraportada del del libro Arqueología industrial de Alcoi, que recogía buena parte de los resultados del trabajo y fue editado por el Ayuntamiento de Alcoi en 1980. Gracias a la generosidad de Mario y Rafael, logré publicar mi primer libro (en coautoría con ellos, claro está). Y no un libro cualquiera sino, así se reconoce, “el primer libro que se publicó en España sobre arqueología industrial”. Con una amiga de Muro, Delia Ferrándiz, fotógrafa de profesión, recorrimos y documentamos viejas fábricas abandonadas o en ruinas, otras que conservaban procesos de producción en desuso, viviendas obreras, infraestructuras…, y hablamos con gente, con mucha gente, con quienes habían trabajado en aquellos lugares y con aquellas máquinas, quienes habían habitado aquellas viviendas que un coetáneo de la época describió como edificios que pretenden “llegar a los cielos cual otra Babel, con olvido punible de todas las prescripciones higiénicas”. Y, créanme, esta fue la experiencia más enriquecedora. Sus conocimientos fueron mucho más útiles que los obtenidos de la lectura de muchos libros.
Éramos –o eran Rafa y Mario; yo no pasaba de aprendiz– sabedores de las limitaciones del estudio. “Hasta el momento, la arqueología industrial ha sido en el Estado español una disciplina desconocida e ignorada. El presente trabajo pretende ser una primera aportación. Con pocos medios económicos y con las dificultades que supone abrir camino a un nuevo tema, hemos intentado rescatar el patrimonio industrial de Alcoi, primera ciudad que se industrializó en el País Valenciano y, por consiguiente, con interesante pasado industrial que, lamentablemente, no se ha conservado en buena parte. Somos conscientes de que los resultados no son lo apetecibles que debieran, pero, así y todo, nuestro intento –incompleto y desigual, tímido y precario–, aunque solo fuese por comenzar a llenar un hueco, podría estar sobradamente justificado”, se lee en el texto de la contraportada.
Así fue cómo descubrí la arqueología industrial y despertó mi interés hacia ella, interés que fue incrementándose hasta el punto de hacer de la arqueología industrial mi especialidad. La arqueología industrial tal como la entiendo ahora: la aplicación del método arqueológico –de algunas de sus técnicas siendo más preciso– al estudio de la cultura material del periodo industrial-capitalista. Para estudiar el pasado, los historiadores recurrimos a tres tipos de fuentes: escritas, materiales y orales, a las que habría que añadir las audiovisuales si limitamos las orales a los testimonios y tradiciones y la materialidad a los restos de carácter arqueológico. Cada una de ellas aporta una determinada información y se complementan entre ellas. Integrar las tres en el proceso de investigación ha sido siempre mi objetivo. Pero de todo ello ya hablaré en próximas entradas.
Que tengan un buen día.
Reblogueó esto en El Noticiero de Alvarez Galloso.
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Muchísimas gracias por rebloguear, Roberto. Feliz jueves.
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Para mi un placer y honor
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Buen trabajo, entrelazar, secuenciar… para que aprendamos, al menos, que las experiencias pasadas son la base de apoyo a investigaciones actuales y futuras. Saludos.
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Obra de juventud, pero marcó mi futuro.
Gracias, Iñaki. Afectuosos saludos.
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