Crear es morir. El verdadero creador muere cada vez que produce algo, o mata. El verdadero creador ha de semejarse a los seres monocárpicos y conducirse como pueda hacerlo el agave, que vive ocho, diez o más años, solo florece una vez y muere cuando produce su fruto, ha de poder transportar su ánimo de un lugar a otro por medio de la liana de los espíritus, sin miedo a cuanto la imaginación y la fantasía puedan descubrir. Pocos hombres están dispuestos, preparados, a acometer tan ardua travesía. Por eso, herida de muerte toda inventiva, hay cada vez menos creadores y más cazadores de experiencias ajenas. El suyo es un trayecto del que nunca se sabe cuál será el destino final. Puede que incluso la locura. Y de la locura al suicidio.
Manuel Cerdà: El hoyo (2020).