El tiempo de los yeyé: el concierto de París que acabó como el rosario de la aurora

France, Paris : Musicorama Johnny Hallyday

Johnny Hallyday y Sylvie Vartan en el concierto en la plaza De la Nation el 22 de junio de 1963.

Para celebrar el año de existencia de la revista homónima, el programa radiofónico Salut les Copains, de la emisora Europe 1, dedicado a la música pop-rock, organizó un concierto al aire libre en la plaza De la Nation el 22 de junio de 1963, desde donde el día siguiente debía salir el Tour de Francia. Despertó tanta expectación que la cifra de jóvenes y adolescentes que asistieron al evento superó todas las previsiones, más de 150.000 jóvenes. Sin embargo, lo que prometía ser una velada lúdica acabó a hostia limpia, como como el rosario de la aurora. Pandillas de blousons noirs (lo que hoy denominaríamos bandas urbanas), unas quince de veinte a treinta blousons cada una, se mezclaban entre la multitud. Aún no había terminado el concierto cuando en algunas zonas de la plaza empezaron a verse algunos claros. Chicos y chicas se apartaban, los blousons comenzaban a alborotar el ambiente arrojando botellas de cerveza vacías contra los escaparates y provocando a cuantos les recriminaban su actitud. Sucedió un intercambio de insultos e increpaciones, puñetazos y golpes. Bien pertrechados con palos, cadenas, puños americanos y otros objetos contundentes, se hicieron los amos de la situación. La policía no podía llegar hasta ellos.

Primer número de Salut

Primer numero de la revista juvenil ‘Salut les Copains’ (julio-agosto de 1962).

Mas vayamos por partes. Antes de contar qué pasó para que se desencadenara una batalla campal, situemos en su contexto a estos adolescentes y jóvenes recordando que estamos en los comienzos de la década dorada del capitalismo, aquella en que la juventud irrumpió por primera vez como sujeto histórico, accediendo al nuevo Estado de bienestar como consumidor y, por tanto, como protagonista. En 1963 más de un tercio de la población occidental era menor de veinte años. Tal circunstancia no se producía sucedido desde 1914. La música rock-pop avanzaba a pasos agigantados y se convertía en todo un símbolo de autoafirmación generacional en el que se sentían reconocidos los jóvenes. Bob Dylan, un año después, en su canción The Times They Are a-Changin’ hacía referencia al desconcierto con que sus padres vivían tal situación: “Vengan padres y madres de alrededor del mundo / y no critiquen lo que no pueden entender, / sus hijos e hijas están fuera de su control, / su viejo camino envejece rápidamente. / Por favor, dejen paso al nuevo si no pueden echar una mano, / porque los tiempos están cambiando”.

Jóvenes asistentes_2

Jóvenes subidos a los toldos de los cafés durante el concierto en la plaza De la Nation.

Veamos ahora quiénes componían el cartel del evento y escuchemos, si les parece, algunos de los temas que en aquellos momentos los habían llevado a lo más alto del pódium de las estrellas entre la juventud. Eran, obviamente, los grupos y cantantes de moda entre la entonces aún denominada generación yeyé: Danyel Gérard, Les Chats Sauvages, Les Gam’s, Richard Anthony, Sylvie Vartan y Johnny Hallyday.

Empezamos con Danyel Gérard, catapultado al éxito tras grabar la versión francesa de Speedy Gonzales (1962), de Pat Boone (Le petit Gonzalès), quien interpreta el tema en un programa de la televisión francesa del 28 abril 1962.

Les Chats Sauvages (desde 1962 con Mike Shannon de vocalista) era uno de los grupos más admirados por los jóvenes enragés. En el vídeo que sigue les vemos interpretando la canción Je suis amoureux de toi en el programa de la televisión francesa ‘Age tendre et tête de bois’ el 8 de junio de 1963.

Del mismo programa anterior, al mismo día, es esta actuación de Les Gam’s, grupo vocal femenino de rock francés, muy popular a principios de la década de 1960, pero cuya carrera fue efímera, en la que cantan Il a le truc (1963).

Richard Anthony y Johnny Hallyday fueron quienes más discos vendieron en Francia durante 1962. A este año corresponde el siguiente vídeo en el que interpreta J’entends siffler le train, adaptación de 500 Miles, canción estadounidense compuesta por Hedy West en 1961, que se situó en el número de uno de ventas en Francia en 1962.

Sylvie Vartan, una de las chicas yeyé por excelencia, quien había grabado su primer disco en 1961, era, con Johnny Hallyday –con quien se casaría en 1965– era uno de los platos fuertes del concierto. La vemos en el programa de televisión ‘Voulez vous jouer avec nous?’ (febrero de 1963) cantando un de sus éxitos del momento, Le locomotion, que había grabado en 1962.

Johnny Hallyday

Johnny Hallyday en el concierto en la plaza De la Nation el 22 de junio de 1963.

Y finalmente, Johnny Hallyday, el ídolo más idolatrado, cerraba el concierto. Lo vemos en una actuación en directo en Ámsterdam del mismo 1963, no sé si anterior o posterior al concierto de la plaza De la Nation, pero seguro que de los vídeos aquí insertados es el que más se acerca a lo que los jóvenes franceses asistentes al mismo contemplarían. Interpreta el conocido I Got a Woman, el ya clásico r&b de 1954 que previamente habían grabado, entre otros, Ray Charles y Elvis Presley.

Llegada de la policía

La policía sin poder pasar debido al gran número de jóvenes que habían acudido al concierto.

Vamos ya con la crónica de cómo transcurrió el concierto la plaza De la Nation el 22 de junio de 1963. Lo voy a hacer tal como lo narro en Tiempos de cerezas y adioses en el capítulo XV de su segunda parte (la que incluye mi novela Adiós, mirlo, adiós). Me pareció perfecto para hablar del enfrentamiento generacional que alcanzó su cenit en Mayo del 68 y decidí novelarlo. Para reflejar el carácter de sus principales personajes me venía como anillo al dedo. Con mi ‘crónica novelada’ les dejo, pues. Lógicamente, los perdonajes que aquí figuran son ficticios. Los hechos, no obstante, sucedieron tal los cuento, igual que las reacciones que suscitaron.

Entre los franceses, al menos uno de cada tres jóvenes de entre 13 y 16 años escuchaba un programa radiofónico titulado Salut les Copains, de la emisora Europa 1, dedicado a la música pop. Lo emitían todos los viernes de cinco a siete de la tarde. Hannah, a punto de cumplir los 16, no se perdía ni uno y estaba atenta a la recomendación semanal, Le Chouchou de la Semaine, la canción que cada viernes el programa elegía como favorita solía coincidir con sus gustos y procuraba comprar el disco en cuanto le era posible. Tenía un tocadiscos que sus padres le habían regalado el año anterior, al terminar el curso, como recompensa a sus buenas notas. Hasta entonces debía compartir con su hermano uno viejo, lo que era fuente de continuas broncas, tenían gustos distintos. A Hannah le gustaban François Hardy ─cuyo modo de vestir imitaba─ y Sylvie Vartan, los Beach Boys y los Beatles, y la música yeyé que tanto promocionaba el programa; Al era fan de Les Chaussettes Noires, Johnny Hallyday y Vince Taylor, sobre todo de este último. El tocadiscos de Hannah era uno de los últimos modelos, un Teppaz estéreo ─desde 1958 los discos podían grabarse y reproducirse por estereofonía─ y tenía también radio. Era, sin duda, el que Hannah deseaba. Al también hubiera estado encantado de poseer otro igual, pero se apañaba con el viejo portátil, su gran ambición seguía siendo una motocicleta.

Cuando Salut les Copains emplazó a los jóvenes parisinos a las nueve de la noche al concierto que organizaba en la plaza De la Nation el 22 de junio de 1963 con motivo de la salida del Tour de Francia para celebrar el año de existencia de la revista homónima, de tanta repercusión como el espacio radiofónico, preveía una buena acogida de su iniciativa, aunque no tanto como la que finalmente consiguió. Ese día la mayoría de los jóvenes tenía prisa, nadie quería perderse el espectáculo en el que participaban los cantantes más populares del momento: Danyel Gérard, Mike Shannon, Les Chats Sauvages, Les Gam’s, Richard Anthony y, los más esperados, Johnny Hallyday y Sylvie Vartan. Todos deseaban ocupar los lugares más próximos al escenario. Se esperaba que acudieran unos veinte mil jóvenes, pero el número de asistentes desbordó cualquier previsión: fueron casi doscientos mil; el metro y los autobuses iban hasta el tope y a medida que uno se acercaba a la plaza las doce vías que en ella desembocan estaban llenas de muchachos y muchachas.  Muchos de ellos, de ambos sexos, vestían jeans y camisetas de algodón, zapatillas de deporte o botas. La plaza De la Nation era un enorme escaparte de la moda juvenil. Abundaban las chicas al estilo de François Hardy o Sylvie Vartan, peinadas con lacias medias melenas y vestidas con faldas a cuadros y suéteres lisos, rojos o negros la mayoría. Entre ellos predominaban los pantalones estrechos, los suéteres de cuello redondo bajo los que asomaba la camisa y también la chaqueta y corbata estrecha. El pelo tipo Johnny Hallyday o Vince Taylor se repetía entre los muchachos, especialmente entre los que pertenecían a alguna de las pandillas de blousons noirs o, como Al, se movían en su ambiente.

Un par de horas antes de empezar el concierto era casi imposible acceder a la plaza. Había jóvenes por todas partes, la plaza De la Nation y las calles adyacentes estaban a rebosar, no se llegaba a ver el asfalto desde los balcones y terrazas, solo cabezas se apreciaban, y ninguna calva, todas de jóvenes. Muchos se sujetaban de las rejas o cualquier asidero a mano para ver a sus ídolos, otros ocupaban los tejados, se subían los árboles, a las farolas, a los toldos de los cafés. Los más bizarros aupaban a hombros a las muchachas. Tres mil gendarmes trataban de mantener el orden, pero no daban abasto. Los coches de la policía estaban atrapados en medio de la marea juvenil, y la gala no había comenzado aún.

Cuando se escucharon los primeros sones de una guitarra eléctrica empezó el delirio. Los gritos de histeria de las fans impedían a veces oír a los cantantes. Tampoco hacía falta, la mayoría se sabía sus canciones y las coreaba entusiasmada. Era la primera gran fiesta de la música pop al aire libre; además, gratuita. Empezado el concierto seguía llegando gente. Algunos árboles y toldos no pudieron soportar tanto peso y cedieron, cayendo jóvenes al suelo. Otros sufrieron lipotimias por el hacinamiento. Los servicios sanitarios no podían pasar y los de seguridad se hallaban desbordados.

Con Sylvie Vartan y Johnny Hallyday llegó el éxtasis. Si je chante c’est pour toi, cantaba Sylvie, y añadía: Él dijo te amo y tú le creíste. / Fue la misma noche que le conociste. / Ahora estás llorando porque le has visto / abrazado con la mejor de tus amigas.

Unas quince bandas de veinte a treinta blousons noirs cada una, más organizadas y agresivas que su pandilla, llegadas separadamente desde Belleville, la plaza de Italia o de Joinville, se mezclaban entre la multitud. Como los demás, bailaban y coreaban algunas canciones, especialmente las de Les Chats Sauvages y Johnny Hallyday.

Aún no había terminado el concierto cuando en algunas zonas de la plaza empezaron a verse algunos claros. Chicos y chicas se apartaban, los blousons comenzaban a alborotar el ambiente arrojando botellas de cerveza vacías contra los escaparates y provocando a cuantos les recriminaban su actitud. Sucedió un intercambio de insultos e increpaciones, puñetazos y golpes. Bien pertrechados con palos, cadenas, puños americanos y otros objetos contundentes, se hicieron los amos de la situación. La policía no podía llegar hasta ellos.

Con la adrenalina a tope por la agresiva y belicosa atmósfera que le rodeaba, Al cogió una silla de un café y la lanzó contra el cristal del mismo, que se hizo añicos. Algunos policías, que no advirtió, habían logrado ya acceder a la plaza. Lo cogieron entre cuatro y lo metieron a trompicones en un furgón.

La noche terminó con grandes destrozos en el mobiliario público, lunas de escaparates apedreadas, toldo de cafés arrancados, coches volcados… Las reacciones en los días siguientes eran de lo más críticas. Esa música, esos programas, esas modas, nada puedo pueden traer, decía la prensa. Les Nouvelles littéraires hablaba de aquellos jóvenes como de la cohorte despolitizada y desdramatizada de los franceses de menos de veinte años, bien alimentada, ignorante en historia, opulenta, realista. Paris-Presse jugaba con el título del programa radiofónico y la revista y titulaba su artículo de fondo Salut les voyous! (gamberros). La mayor parte de las opiniones se centraban en los desórdenes que siguieron al concierto, extendiendo la responsabilidad a los organizadores y a las ganas de bronca de un amplio sector de la juventud aparentemente desencantada de todo. Algunos, además, hicieron gala de una tremenda miopía analítica. El propio presidente de la República, Charles de Gaulle, sin ir más lejos, comentó: Estos jóvenes tienen energía de sobra. Podrían empelarla construyendo carreteras. Otros, en cambio, intentaron explicar el movimiento. Desde las páginas de Le Monde, Edgar Morin hacía un análisis más sociológico de los hechos y calificaba a los jóvenes congregados en la plaza De la Nation de yeyés [artículo “El tiempo de los yeyé”], dando así nombre a esta tendencia juvenil cuyo sentido último de sus acciones era ese gozar en todas las formas [que] engloba (y se vierte en) el gozar individualista burgués: gozar de un lugar al sol, gozar de bienes y propiedades; el gozar consumidor, a fin de cuentas.

Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).

Mayo del 68 en ‘Tiempos de cerezas y adioses’: del ‘lunes sangriento’ a ‘la noche de las barricadas’

Gilles-Caron-Mai-68-Rue-Saint-Jacques-Paris.-©Gilles-Caron

La calle Saint-Jacques el 6 de mayo tras finalizar los enfrentamientos. / © Gilles Caron.

A la mañana siguiente, Sam y Martha se acercaron al bulevar Saint-Germain. El panorama era el propio de después de cualquier batalla, desolador. Escaparates destrozados, señales de circulación arrancadas, semáforos partidos, vehículos volteados, árboles caídos, el pavimento completamente arrancado en amplios tramos, restos de barricadas construidas con vehículos colocados en el centro de la vía para impedir el paso de la policía y cualquier otra cosa que pudiera servir de barrera, y montones de adoquines por todas partes. También alguna que otra mancha de sangre se observaba sobre el pavimento.

La cercana calle de Gay-Lussac la mañana del 7 de mayo

La cercana calle de Gay-Lussac la mañana del 7 de mayo. / © Gilles Caron.

A la altura de la calle Saint-Jacques, donde eran visibles los estragos causa-dos por un violento choque que los estudiantes habían tenido con la policía el día anterior, decidieron regresar a casa. Sam empe-zaba a resentirse del lumbago. Ha-bían comprado la prensa. La dureza de los enfrenta-mientos era obvia-mente el tema central de los periódicos, destacando prácticamente todos ellos ─incluso el conservador Le Figaro, si bien con matices─ la brutalidad policial. Las imágenes que publicaban, así como las que mostraba la televisión, eran de lo más elocuentes. Al mediodía, la radio daba cifras precisas de los daños humanos: nada menos que 665 heridos (460 estudiantes y 205 policías); el número de detenidos superaba los setecientos.

Obreros reparando el pavimento del boulevard Saint-Germain la mañana del 7 de mayo

Obreros reparando el pavimento del boulevard Saint-Germain la mañana del 7 de mayo. / / AFP/Archives.

Para esa tarde se convocó una gran manifestación por parte de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), el Sindicato Nacional de Enseñantes y el Movimiento 22 de marzo para protestar por el cierre de la Sorbona, el comportamiento de la policía y las detenciones indiscriminadas de estudiantes.

Sam quería asistir, aunque solo fuera para manifestar la repulsa por la desmedida actuación policial; también Martha, pero si el paseo de la mañana no había sentado nada bien a la espalda de Sam difícilmente podría aguantar la marcha, que tal como estaban las cosas no se sabía cómo podría acabar. Se quedaron, pues, en casa. Sí fue Hannah, con Nicole y su “amigo”, no quería que le llamaran novio. Siguieron el desarrollo de la manifestación por la radio y la televisión. Esta vez no hubo altercados. Entre treinta y cincuenta mil personas recorrieron los Campos Elíseos cantando La Internacional; predominaban las banderas rojas, también algunas negras. Los vivas a la Comuna se mezclaban con las peticiones de dimisión de De Gaulle y las críticas a las autoridades policiales y académicas.

El 8 y el 9 continuaron las manifestaciones y las asambleas. Los incidentes fueron escasos y los estudiantes ofrecían la imagen de estar perfectamente organizados y de poder controlar el movimiento. El Gobierno, sorprendido por la evolución de los acontecimientos, optó por el silencio, como si nada hubiera pasado, creyendo ─o deseando creer─ que regresaba la “normalidad”. Una nueva movilización se fijó para la tarde del 10.

Ese día, viernes, cenaban juntos Sam, Martha, Lary y Nara. Sam estaba ya prácticamente recuperado de la lumbalgia, pero por si volvía a resentirse se reunieron en su casa. Tampoco estaban las cosas como para salir por ahí. Martha preparó la cena: codillo con puré de guisantes. Hacía tiempo que no cocinaba ningún plato de la gastronomía alemana, y ese era el que mejor le salía. Lary se mostraba especialmente desconcertado con lo que estaba pasando.

―También yo, Lary ─dijo Sam─. Asistimos a nueva forma de contestación, y sigo pensando que hay que dejar que se desarrolle. Al menos, eso. Existe un rechazo a todo lo que el establishment consideraba los pilares fundamentales sobre los que asentaba el sistema, una lógica desconfianza hacia los partidos políticos en general, ven a socialistas y comunistas de partido como algo que ya pertenece al pasado. Se ha abierto la espita, si no de la revolución, al menos de un cambio significativo en la manera de abordar los problemas y su solución. Los jóvenes no se contentan con ser estéticamente distintos, como en un principio, bien lo sabéis, creía yo. Éticamente parece que quieren serlo también, pero el sistema solo les quiere como consumidores. Eso no lo hemos sabido ver nadie de nuestra generación, o casi nadie, ni los intelectuales ni los políticos. Es lógico que estemos desconcertados. Ha sido una sorpresa mayúscula que el movimiento estudiantil haya tomado las proporciones que tiene ahora. Por eso al Gobierno se le ha ido tan pronto de las manos.

―Habrá que ver como acaba todo esto.

―Habrá que ver. Me conformo con que la ilusión que despierta cuanto está sucediendo no sea un espejismo.

Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).

Mayo del 68 en ‘Tiempos de cerezas y adioses’: la tarde-noche del 6 de mayo

CRS en el boulevard Saint-Germain el 6 de mayo

Antidisturbios de los CRS golpean a unos estudiantes en el boulevard Saint-Germain el 6 de mayo. / AFP/Archives.

Pasó el fin de semana, regresó Hannah, pero seguían sin noticias de su hijo.  La tarde del 6 fue larga.  Los enfrentamientos no cesaban.  Unas veces, los policías conseguían hacer retroceder un centenar de metros a los manifestantes; otras, eran ellos los que retrocedían. Desde su casa, Martha y Sam escuchaban el incesante ulular de las sirenas de las ambulancias que trasladaban a los heridos a los hospitales, tanto policías como manifestantes, las explosiones de las granadas lacrimógenas, los gritos y lamentos de los estudiantes.

Poco después, desde el balcón pudieron ver, en compañía de Hannah, que no había salido de casa, cómo un numeroso grupo de jóvenes lanzaban adoquines a la policía que debían haber arrancado de la vecina calle Mabillon. Aquella respondía con granadas lacrimógenas. Sam, Martha y Hannah tuvieron que abandonar el balcón, pues hasta allí llegaba el gas. Los manifestantes consiguieron detener el avance policial mientras otros amontonaban cualquier cosa a mano que pudiera arder para hacer una gran pira, tras la cual volcaron varios coches que dispusieron a modo de barricada. Ayudadas de tanquetas, las fuerzas de las Compañías Republicanas de Seguridad consiguieron al cabo de un tiempo, no sin tremendas dificultades, llegar hasta los estudiantes. En la misma plaza de Quebec, frente a su casa, pudieron observar como los policías perseguían a los estudiantes, que huían en todas direcciones. Les golpeaban con saña, estaban enrabietados. También vieron pasar a los equipos de la Cruz Roja que evacuaban a los heridos.

Manifestations. 6 mai 1968. Photographie

Estudiantes arrojan adoquines a la policía en el boulevard Saint-Germain el 6 de mayo. / © ‘Mai 68, l’envers du décor’, Editions Gründ.

Todavía miraban a través de la ventana, comentando estupefactos el aterrador espectáculo que tenía lugar ante ellos, la brutalidad de las cargas, la virulencia con que respondían los estudiantes, cuando oyeron abrirse la puerta. No podía ser más que Bill, solo él tenía llaves, aparte de Sam, Martha y Hannah, obviamente. Llegó acompañado de una muchacha con la cara ensangrentada. Un porrazo en pleno rostro le había roto un diente, manaba sangre por la nariz y tenía un ojo amoratado. Bill también presentaba alguna que otra magulladura, un par de moratones a causa de los golpes recibidos en la espalda huyendo de las CRS.

El boulevard Saint-Germain el 6 de mayo al lanzar la policía granadas lacrimógenas

El boulevard Saint-Germain el 6 de mayo tras lanzar la policía granadas lacrimógenas. / AFP/Archives.

Martha sacó el botiquín y limpió con cuidado la cara de la chica. Envolvió unos cubitos de hielo en un par de paños que aplicó sobre el ojo y la nariz, indicándole que inclinara la cabeza hacia adelante y se mantuviera así un rato. El remedio funcionó y pronto dejó de sangrar, pero el ojo estaba cada vez más hinchado.

―Debería reconocerla un médico.

―Luego. Un amigo que está terminando los estudios de medicina la verá.

―¿No sería mejor llevarla a un hospital?

―Hay policías de paisano en los alrededores de los hospitales, a más de uno lo han detenido cuando salía tras haberle atendido.

―No iréis a marcharos así. Podéis quedaros con nosotros.

―No te preocupes. Tenemos dónde ir, lugares seguros. Eso sí, debemos esperar un poco. No es conveniente que salgamos ahora a la calle.

―¿Quieres llamar a tus padres? Estarán preocupados.

―Mejor no. Mi padre me mata. Y eso que es de la CGT.

―¿No os importaría que dejáramos aquí estas octavillas? ─la compañera de Bill llevaba en el bolso un fajo de panfletos que no les había dado tiempo a repartir.

―En absoluto. ¿Puedo?

Sam cogió una octavilla, firmada por el Movimiento 22 de Marzo, y se puso a leer: Estamos luchando (…) porque nos negamos a convertirnos en profesores al servicio de la selectividad en la enseñanza con los hijos de la clase obrera que serán los que paguen los platos rotos; en sociólogos fabricantes de eslóganes para las campañas electorales gubernamentales; en psicólogos encargados de hacer ‘funcionar’ los ‘equipos de trabajadores’ según los intereses de los amos; en científicos cuyo trabajo de investigación se utilizará de acuerdo a los intereses exclusivos de la economía del provecho. Rechazamos este porvenir de ‘perros de guarda’. Rechazamos las clases que enseñan a serlo. Rechazamos los exámenes y los títulos que premian a quienes aceptaron entrar en el sistema. Rechazamos ser reclutados por esas mafias. Rechazamos mejorar la universidad burguesa. Queremos transformarla radicalmente para que, en adelante, forme intelectuales que luchen al lado de los trabajadores y no en contra de los mismos.

―Todo esto está muy bien, pero un cambio de este tipo no puede ser protagonizado únicamente por estudiantes. Es evidente que, al margen de los trabajadores, aunque solo sea por su importancia numérica, no se logrará. ¿Cómo pensáis conseguirlo?

―Esto no ha hecho más que empezar. Sabemos que la clase obrera siempre nos ha visto como unos niñatos, hijos de burgueses, incapaces de luchar por nada, que salían por piernas nada más ver la policía. Ahora pueden ver que no es así.

―¿Pero cómo creéis que se va a conseguir eso?

―Como determine el movimiento desde las bases ─respondió la muchacha con determinación─. Nosotros estamos por el debate continuo, por la confrontación de ideas. No somos como los viejos partidos, en los que “la verdad” viene de arriba.

―¿Y si los trabajadores no se suman?

―Se sumarán, puede que no lo hagan los partidos y sindicatos que dicen representarles, pero la gente se sumará.

―Espero que sea así.

―Este sistema, señor, es obsceno. Si quiero comerme un suflé me lo como, y si quiero comerme dos pues me como dos. Y si no son de mi agrado ordeno que me los hagan otra vez. Y si me canso de comer tiro lo que ya no quiero. ¿Qué pasa? Soy el amo, tengo dinero. Eso es todo, el dinero. La familia, la pasta. La patria, la pasta. La vida, la pasta. Es lo único verdadero. Nada en las manos y todo en los bolsillos.

Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).