
La calle Saint-Jacques el 6 de mayo tras finalizar los enfrentamientos. / © Gilles Caron.
A la mañana siguiente, Sam y Martha se acercaron al bulevar Saint-Germain. El panorama era el propio de después de cualquier batalla, desolador. Escaparates destrozados, señales de circulación arrancadas, semáforos partidos, vehículos volteados, árboles caídos, el pavimento completamente arrancado en amplios tramos, restos de barricadas construidas con vehículos colocados en el centro de la vía para impedir el paso de la policía y cualquier otra cosa que pudiera servir de barrera, y montones de adoquines por todas partes. También alguna que otra mancha de sangre se observaba sobre el pavimento.

La cercana calle de Gay-Lussac la mañana del 7 de mayo. / © Gilles Caron.
A la altura de la calle Saint-Jacques, donde eran visibles los estragos causa-dos por un violento choque que los estudiantes habían tenido con la policía el día anterior, decidieron regresar a casa. Sam empe-zaba a resentirse del lumbago. Ha-bían comprado la prensa. La dureza de los enfrenta-mientos era obvia-mente el tema central de los periódicos, destacando prácticamente todos ellos ─incluso el conservador Le Figaro, si bien con matices─ la brutalidad policial. Las imágenes que publicaban, así como las que mostraba la televisión, eran de lo más elocuentes. Al mediodía, la radio daba cifras precisas de los daños humanos: nada menos que 665 heridos (460 estudiantes y 205 policías); el número de detenidos superaba los setecientos.

Obreros reparando el pavimento del boulevard Saint-Germain la mañana del 7 de mayo. / / AFP/Archives.
Para esa tarde se convocó una gran manifestación por parte de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), el Sindicato Nacional de Enseñantes y el Movimiento 22 de marzo para protestar por el cierre de la Sorbona, el comportamiento de la policía y las detenciones indiscriminadas de estudiantes.
Sam quería asistir, aunque solo fuera para manifestar la repulsa por la desmedida actuación policial; también Martha, pero si el paseo de la mañana no había sentado nada bien a la espalda de Sam difícilmente podría aguantar la marcha, que tal como estaban las cosas no se sabía cómo podría acabar. Se quedaron, pues, en casa. Sí fue Hannah, con Nicole y su “amigo”, no quería que le llamaran novio. Siguieron el desarrollo de la manifestación por la radio y la televisión. Esta vez no hubo altercados. Entre treinta y cincuenta mil personas recorrieron los Campos Elíseos cantando La Internacional; predominaban las banderas rojas, también algunas negras. Los vivas a la Comuna se mezclaban con las peticiones de dimisión de De Gaulle y las críticas a las autoridades policiales y académicas.
El 8 y el 9 continuaron las manifestaciones y las asambleas. Los incidentes fueron escasos y los estudiantes ofrecían la imagen de estar perfectamente organizados y de poder controlar el movimiento. El Gobierno, sorprendido por la evolución de los acontecimientos, optó por el silencio, como si nada hubiera pasado, creyendo ─o deseando creer─ que regresaba la “normalidad”. Una nueva movilización se fijó para la tarde del 10.
Ese día, viernes, cenaban juntos Sam, Martha, Lary y Nara. Sam estaba ya prácticamente recuperado de la lumbalgia, pero por si volvía a resentirse se reunieron en su casa. Tampoco estaban las cosas como para salir por ahí. Martha preparó la cena: codillo con puré de guisantes. Hacía tiempo que no cocinaba ningún plato de la gastronomía alemana, y ese era el que mejor le salía. Lary se mostraba especialmente desconcertado con lo que estaba pasando.
―También yo, Lary ─dijo Sam─. Asistimos a nueva forma de contestación, y sigo pensando que hay que dejar que se desarrolle. Al menos, eso. Existe un rechazo a todo lo que el establishment consideraba los pilares fundamentales sobre los que asentaba el sistema, una lógica desconfianza hacia los partidos políticos en general, ven a socialistas y comunistas de partido como algo que ya pertenece al pasado. Se ha abierto la espita, si no de la revolución, al menos de un cambio significativo en la manera de abordar los problemas y su solución. Los jóvenes no se contentan con ser estéticamente distintos, como en un principio, bien lo sabéis, creía yo. Éticamente parece que quieren serlo también, pero el sistema solo les quiere como consumidores. Eso no lo hemos sabido ver nadie de nuestra generación, o casi nadie, ni los intelectuales ni los políticos. Es lógico que estemos desconcertados. Ha sido una sorpresa mayúscula que el movimiento estudiantil haya tomado las proporciones que tiene ahora. Por eso al Gobierno se le ha ido tan pronto de las manos.
―Habrá que ver como acaba todo esto.
―Habrá que ver. Me conformo con que la ilusión que despierta cuanto está sucediendo no sea un espejismo.
Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).