Asalto al furgón blindado

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Salieron a toda velocidad y giraron a su derecha. A unos ciento cincuenta metros estaba el furgón. Detuvieron el vehículo a menos de diez metros del lugar, en el carril-bus. A los custodios del traslado del dinero apenas les dio tiempo a reaccionar. Antes siquiera de que pudieran darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, los amigos se habían puesto las máscaras antigás y los chubasqueros, sacado del maletero los fusiles, ya cargados, y lanzado contra ellos las granadas, al tiempo que arrojaban un bote de humo y seguían disparando proyectiles de gas pimienta, los cuales, según lo previsto, impactaron en el cuerpo de los policías. Trataban así de sumar el dolor del choque de las bolas con sus cuerpos a los efectos debilitantes del gas. No disponían de mucho tiempo. De acuerdo con las estimaciones de Argararemon durante los ensayos, no debían tardar más de un minuto en cargar el dinero en el coche sustraído y largarse tan rápidamente, o más, de lo que habían llegado. La confusión era tremenda, las personas que circulaban por las inmediaciones se alejaron velozmente del lugar, despavoridos, algunos con ojos llorosos y dificultades para respirar.

Los coches que circulaban por la calzada se detuvieron en seco y hubo alguna que otra colisión. El humo impedía ver lo que realmente sucedía, el caos era absoluto y los policías y guardias de seguridad nada podían hacer. Un par de los primeros, no obstante, consiguió salir del área afectada. Medio aturdidos, pudieron comprobar cómo los asaltantes habían cargado ya las sacas en el maletero de su vehículo y se disponían a subir en él para, obviamente, iniciar la huida. Entrenados para afrontar las más diversas situaciones, aunque ninguna tan inconcebible como la que estaban viviendo, consiguieron armar sus pistolas. Argararemon se dio cuenta de que apuntaban a las cabezas de los chicos. Inexplicablemente, ninguno de los dos acertó el blanco, sus tiros se desviaron hasta el punto que su objetivo parecía ser alguna de las nubes que decoraban el cielo.

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Eso de la relatividad no acabo yo de pillarlo

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─ Calma, entenderéis lo de la relatividad, no es tan complicado. Imaginaos que vais en un cohete espacial a una velocidad cercana a la luz, lo que por ahora está fuera de vuestra capacidad. Cuando regresarais encontraríais a todos más viejos. En cambio, ellos os seguirían viendo igual.

─ ¿Perdón? ¿Comorrr?

─ Un momento. Sigamos con el ejemplo. En ese viaje, que realizáis a una velocidad casi idéntica a la de la luz, vamos a decir que empleáis un tiempo de treinta años, unos diez mil días. Hablo de tiempo como lo medís los humanos, quede claro. Para los que se hubieran quedado en tierra habríais tardado eso, pero para vosotros habrían trascurrido menos de dos horas. Así, los demás os verían tal cual los dejasteis antes de iniciar el viaje y vosotros a ellos con treinta años más.

─ Flipante, tío. Menuda rayada. Como en las pelis.

─ Hay películas de ciencia-ficción que plantean cuestiones más verosímiles que las que postulan muchos científicos. Pero bueno, esa es otra historia. ¿Cómo es posible? Cuanto más cerca se está de la velocidad de la luz, más lentamente transcurre el tiempo; para vosotros, claro.

─ Ya estamos con el lío otra vez.

─ No, ya veréis cómo no. Vamos a suponer que la velocidad de la luz es de solo cien kilómetros por hora. Si fuera esa, podríais observar sin problema los efectos de la relatividad.

─ Eso de la relatividad no acabo yo de pillarlo, colega, ¡qué quieres que te diga! ─intervino Johnny.

─ Ni yo ─dijo Tomate.

─ Un tal Einstein… ¿Sabéis quién fue?

─ Pues sí, sabemos quién fue. ¡Que no somos tan negaos, tío! Mira, en el pafeto de El Rana hay una foto suya sacando la lengua. Es un científico de esos, un viejales de lo más cachondo ─aclaró Johnny.

─ Conocéis, pues, su teoría de la relatividad.

─ Joder, tío, tampoco es eso.

─ Bien, pues según Einstein, todo movimiento es relativo. Como os decía, depende del observador y de cómo se mida. También dijimos que la velocidad de la luz no cambia. ¿A qué se debería entonces que en el supuesto viaje a que nos referíamos el tiempo transcurrido no fuera el mismo, por qué a los que no viajaron los veríais treinta años más viejos y ellos no apreciarían cambio físico alguno en vosotros? Según Einstein el tiempo varía según la velocidad a la que se viaja. Para viajar se necesita energía, cuando os movéis gastáis energía, si corréis un buen rato os cansáis porque habéis gastado energía. La energía transforma la masa, un jugador de fútbol suele perder entre dos y tres kilos durante los noventa minutos que dura el partido. ¿Por qué? Porque ha empleado su energía, ha realizado un trabajo, un esfuerzo.

─ Quieto parao Baldomero, que no me entero. Si no trabajáramos ¿viviríamos más?

─ Posiblemente.

─ Pues viviremos mil años, porque al paso que vamos…

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Vuestro mundo no es nuestro mundo

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Nosotros no podemos conceder bienes materiales, al menos de la forma que queréis. No fabricamos cosas, no podemos crear de la nada bienes y riquezas. Además, trastocaría en exceso vuestro modo de vida. Sois demasiado ambiciosos, nunca tenéis bastante, y ello podría llegar a tener consecuencias imprevisibles para nosotros. Hubo un tiempo, en los albores de la vida en sociedad, en que ambos mundos, el humano y el nuestro, aunque separados, mantenían estrechas relaciones entre sí. ¿Sabéis que ocurrió? Que nuestros conocimientos fueron utilizados por parte de las élites, de los que mandan, para someter a los demás. Caímos en su trampa, puesto que en nuestra mentalidad no se consideraba que nuestros poderes pudieran servir para hacer otra cosa que no fuera el bien. Cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde. Hubo de entre los nuestros quienes no dudaron en traicionar los principios por los que nos habíamos regido desde siempre, genios mediocres que alcanzaban de ese modo un protagonismo que por sus méritos nunca hubieran logrado. Sí, no somos perfectos. Desde entonces nos apartamos para siempre de los mortales, nos alejamos de ellos. El vuestro no es nuestro mundo y nada queremos de él, estamos bien como estamos y donde estamos.

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