Entre los burócratas, generales,
políticos y jefes de Estado se encuentra el más exquisito porcentaje de
individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo
ha sido (o es) peligrosamente potenciada por la posición de poder que han
ocupado (u ocupan). ¡Ah!, y no nos olvidemos de los prelados. […]
No resulta difícil comprender
de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial
nocivo de una persona estúpida. […] Los estúpidos son peligrosos y
funestos porque a las personas razonables les resulta difícil imaginar y
entender un comportamiento estúpido. Una persona inteligente puede entender la
lógica de un malvado. Las acciones de un malvado siguen un modelo de
racionalidad: racionalidad perversa, si se quiere, pero al fin y al cabo
racionalidad. […]
Se pueden prever las acciones de un malvado,
sus sucias maniobras y sus deplorables aspiraciones, y muchas veces se pueden
preparar las oportunas defensas.
Con una persona estúpida […] es absolutamente
imposible. […] Frente a un individuo estúpido, uno está completamente
desarmando. […]
La persona inteligente sabe que es inteligente.
El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente
imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que todos estos
personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente
a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. El estúpido
no está inhibido por aquel sentimiento que los anglosajones llaman self-consciousness.
Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el
estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu
paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen
humor, apetito, productividad, y todo esto sin malicia, sin remordimiento y sin
razón. Estúpidamente.
Carlo. M.
Cipolla: Fragmento de “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”, en Allegro ma non troppo, 1988.
Pintada en Barcelona del 18 de octubre. / Vozpópuli. Alejandro Requeijo.
Veo retransmitidos en directo
los sucesos de estos días en Catalunya; en Barcelona, sobre todo. Los contemplo
con expectación, pero sin preocupación. Los contemplo incluso con la
tranquilidad propia de quien asiste a un espectáculo, pues así me los presentan:
como un espectáculo, con sus anuncios autopromocionales, sus patrocinadores, sus
interrupciones para la publicidad, con las correspondientes sobreimpresiones
que anuncian lo que veremos “a continuación”, o “en unos instantes”, una y otra
vez.
La tranquilidad dura poco.
Tertulianos, analistas, politólogos, economistas, asesores asesorados,
columnistas y, por supuesto, políticos parecen competir a ver quién suelta la
gilipollez más grande o a ver quién la tiene más larga. En los demás medios ‘de
comunicación’ españoles sucede tres cuartos de lo mismo.
“Es una vergüenza la
naturalización de la represión por parte de televisiones, periódicos,
intelectuales, tertulianos y tuiteros españoles. Están convencidos de que viven
en una democracia cuasi perfecta y cualquier crítica a la falta de libertad es
interpretada como un ataque de los secesionistas catalanes y una conspiración
antiespañola”. Son palabras del artículo de Hibai Arbide Aza –abogado en
Barcelona hasta que se fue a vivir a Atenas, donde trabaja como periodista
freelance para diversos medios– publicado en El Salto, que lleva el
acertado título “Vivir en otro mundo”, uno de los pocos, poquísimos, artículos escritos,
entiendo, desde el sentido común y no desde la prepotencia.
Sigue diciendo Arbide Aza: “Una parte significativa de España –la parte
sobrerrepresentada en los medios, la cultura y la política– ha decidido vivir en
un mundo de fantasía. Su mundo, en el que la Constitución que nos dimos entre
todos garantiza nuestros derechos y libertades gracias una transición modélica
que cerró las heridas abiertas por una guerra civil en la que hubo excesos en
ambos bandos. Una fantasía obscena que solo se sostiene gracias a la repetición
machacona del mantra. Un mundo ficticio pero mucho más cómodo de habitar que la
jodida realidad. Una ensoñación donde la policía protege los derechos
fundamentales, los jueces interpretan la norma conforme a las garantías de un
Estado social y de derecho, los representantes políticos velan por el bien
común y los medios de comunicación ejercen su función de control del poder”. En
este mundo tan falso como interesado, tan irreal como
espectacular, se puede ser lo que se quiera. Independentista también, por
supuesto. Ahora bien, atente a las consecuencias si no te ciñes a mis reglas de
juego. Como nos recuerda en el mencionado artículo Arbide Aza, estamos ante la
misma clase de cinismo que la famosa frase atribuida al dictador ugandés Idi
Amin: ‘Hay libertad de expresión. Lo que no garantizo es que haya libertad
después de expresarte’.
Prepotencia y mediocridad son
una mala combinación. Quienes al mismo tiempo mandan y sirven al verdadero
poder, el económico, acaban por considerarse a sí mismos, como escribió Tolstoi
(El reino de Dios está en vosotros, 1894), seres superiores que “caen en
un estado de embriaguez de poder y servilismo al mismo tiempo, con lo que
también pierden la conciencia de su responsabilidad”.
“Los responsables policiales
admiten su ‘perplejidad’ ante el fenómeno que de la noche a la mañana ha
emergido en las calles”, leo en La Vanguardia (19 de octubre). Pues menuda
panda de lelos que están al frente de la policía. También los políticos dicen
mostrarse sorprendidos. Otros que tal. Vaya ojos de lince.
A ver. Irrumpieron cual elefante
en cacharrería cuando el referéndum del 1 de octubre de 2017 con una desmedida,
violenta e innecesaria actuación policial. Encarcelaron a los ‘líderes del procés’
y se ensañaron para que todo el mundo tuviera claro que con el Estado no se juega.
Que sepa a quien se le ocurra cuestionar su mantra que sobre él caerá todo el
peso de la ley. ¿Qué digo peso?, una descomunal maza. De acuerdo con su aviesa
lógica, les juzgaron y les impusieron unas penas que el rotativo The
Guardian tildó de “draconianas” y calificó de “vergüenza para España” (14
de octubre). Y para rematar la faena cometieron (¿intencionadamente?) la
torpeza (o la destreza, vete a saber) de hacer pública la condena un 14 de
octubre (el 14 de octubre de 1940 el presidente de la Generalitat, Lluís
Companys, fue condenado a muerte por un consejo de guerra de los militares
franquistas, siendo fusilado al alba del día siguiente). ¡Claro que sí! Pa’
chulo, chulo mi pirulo.
Y es que como tengan que salirse
lo más mínimo del guión sus esquemas mentales se hacen añicos. Este es el único
mundo posible, la única forma de organización social factible. Nada puede
existir fuera de ellos. Su cerebro no da para más, demasiados años de
adocenamiento continuado (voluntario).
Así las cosas, es natural que
estén desconcertados. No esperaban una respuesta de tal calibre. ¿Cómo?, ¿cómo
puede ser?, ¿qué pasa? Es el suyo un mundo tan irreal que ni alcanzan a
vislumbrar que lo que sucede en Catalunya (me refiero solo a las acciones
violentas, o de fuerza) antes han tenido lugar en otros lugares. Que grupos
‘antisistema’ protesten en Bayona con motivo de la cumbre del G-7, vale; que en
el movimiento de los chalecos amarillos haya grupos violentos, pues también.
Pero, ¿entre nosotros? Somos los mejores, oé, oé, oé…
«Esto ya no va de independencia», les aclara la pintada que figura en la fotografía con la que ilustro este artículo. Con su actuación han propiciado una acción que no entraba en sus cálculos, pero nada nueva. Se remonta a los enragés de la Revolución francesa y se reproduce, por poner uno de los ejemplos más conocidos, en el Mayo del 68 francés –cuyas imágenes de enfrentamientos, barricadas, adoquines levantados para ser usados como munición se asemejan muchísimo a las que vemos estos días de Barcelona–, se deja ver en los bluosons noirs y en otros muchos movimientos contraculturales de lo que ahora se denominan ‘tribus urbanas’. Nada nuevo, salvando todas las distancias.
El comunicado “CNT Barcelona
ante los últimos acontecimientos represivos” (19 de octubre) puede que les
aclare algo: “[…] como organización de clase nos situamos en contra tanto
del Estado español, como del proyecto de Estado catalán. Ya que todo Estado, en
el ejercicio del monopolio de la violencia, y como instrumento de la
oligarquía, tiene como objetivo el control y la extracción de la riqueza que
genera la clase trabajadora en beneficio de unos pocos. En esta ocasión la
propia burguesía catalana ha sido víctima de las redes represivas de una
Democracia liberal de la que ha sido parte indispensable durante décadas. No
podemos olvidar la tortura en las cárceles catalanas, la corrupción sistemática
y la represión hacia nuestra organización y otros muchos colectivos y personas
que han sido objeto de la misma. En un claro ejercicio de hipocresía y cinismo,
hemos sido testigos de cómo el presidente Quim Torra animaba a manifestarse al
pueblo catalán para luego reprimirlo con la policía. El conseller d’interior,
Miquel Buch, defendía la actuación de los mossos, condenando la ‘violencia
de los manifestantes’. Oriol Junqueras sigue insistiendo en que el conflicto debe
resolverse en las urnas, como no. […] Nos desmarcamos de los partidos
políticos, de estas organizaciones ‘sindicales’, del nacionalismo”.
Frente al nacionalismo, pues, el
internacionalismo. La acción directa no es algo que haya surgido de la noche a
la mañana, es una estrategia utilizada en infinidad de ocasiones por los
anarquistas. También la solidaridad. Sí, solidaridad (“adhesión circunstancial
a la causa o a la empresa de otros”, RAE), aunque a alguien pueda
escandalizarle. Si bien, igual el que se escandaliza clica luego en el ‘me
gusta’ de cualquier publicación –aquí o donde sea– con un texto de Kropotkin o
Malatesta. Y junto al internacionalismo, la libertad de los pueblos y la
descentralización del poder. Entre los calificados como antisistema entrarían
los CDR, una formación anticapitalista que no se conforma con un simple cambio
de rostros y de partidos al frente de unas instituciones al servicio del poder
económico, que –lógicamente; sí, lógicamente– cuentan con un sector
(minoritario) que entronca con lo que decíamos.
Afirmaba al principio del
artículo que contemplo los hechos con expectación, pero sin preocupación. Y es
que la gente –a la que se le insufla miedo– se acojona pensado que es el caos,
el desastre total. Tranquilos. No pasará nada. ¿Qué demonios va a pasar? ¿Qué
sucedió en Mayo del 68 con los episodios violentos, o de fuerza, en las calles?
Nada. Y eso que contaban con un respaldo
social muchísimo mayor. Las aguas volvieron a su cauce. ¿Alguien puede llegar a
imaginar que estos grupos lleguen a hacerse con el poder?, ¿qué se haga
realidad su modelo de sociedad? ¡Venga ya! Se pretende restaurar el equilibrio.
Pues bien, un equilibrista se caerá enseguida si la cuerda no está bien
tensada. Por una parte (la ‘constitucional’) ya lo está. Por la otra se está
tensando ahora. Ya verán cómo, más tarde o más temprano, habrá un acuerdo que
no sé si solucionará gran cosa, pero se dirá que sí y todos los actores
políticos se atribuirán el mérito y se mostrarán satisfechos. Los grupúsculos
de los CDR a la marginalidad y los grupos anarquistas y anticapitalistas
proseguirán su tarea en otra parte. Mientras, más follón.
Dicen que la violencia no se combate con más
violencia, ¿y el nacionalismo sí con más nacionalismo y mano dura?
Agentes antidisturbios cargan contra los manifestantes en el aeropuerto de El Prat en Barcelona. / Kaos en la Red.
Sin duda se recordará este
reciente y lamentable asunto: al ser practicada la autopsia, se halló la caja
craneana de un agente de policía vacía de todo rastro de cerebro y rellena, en
cambio, de diarios viejos. La opinión pública se conmovió y asombró por lo que
fue calificado de macabra mistificación. Estamos también dolorosamente
conmovidos, pero de ninguna manera asombrados.
No vemos por qué se esperaba
descubrir otra cosa que lo que se ha descubierto efectivamente en el cráneo del
agente de policía. La difusión de las noticias impresas es una de las glorias
de este siglo de progreso; en todo caso, no queda duda que esta mercadería es
menos rara que la sustancia cerebral. ¿A quién de nosotros no le ha ocurrido
infinitamente más a menudo tener un diario en las manos, viejo o del día, antes
que una parcela, aunque fuera pequeña, de cerebro de agente de policía? Con
mayor razón, sería ocioso exigir de esas oscuras y mal remuneradas víctimas del
deber que, ante el primer requerimiento, puedan presentar un cerebro entero. Y,
por otra parte, el hecho está ahí: eran diarios.
El resultado de esta autopsia no
dejara de provocar un saludable terror en el ánimo de los malhechores. De aquí
en más, ¿cuál será el atracador o el bandido que vaya a arriesgarse a hacerse
saltar la tapa de su propio cerebro por un adversario que, por su parte, se
expone a un daño tan anodino como el que pueda producir una aguja de ropavejero
en un cubo de basuras? Quizás, a algunos contribuyentes demasiado escrupulosos
pueda parecerles en cierta manera desleal recurrir a semejantes subterfugios
para defender a la sociedad. Pero deberán reflexionar que tan noble función no
conoce subterfugios.
Sería un deplorable abuso acusar
a la Prefectura de policía. No
negamos a esta administración el derecho de munir de papel a sus agentes. Sabemos
que nuestros padres marcharon contra el enemigo calzados con borceguíes también
de papel y no ha de ser eso lo que nos impida clamar indomable y eternamente,
si es necesario, por la Revancha. Pretendemos solamente examinar cuáles eran
los diarios de que estaba confeccionado el cerebro del agente de policía.
Aquí se
entristecen el moralista y el hombre culto. ¡Ah!, eran La Gaudriole, el
último número de Fin de Siècle* y una cantidad de publicaciones algo más
frívolas, algunas de ellas traídas de Bélgica de contrabando.
He ahí algo que
aclara ciertos actos de la policía, hasta hoy inexplicables, especialmente los
que causaron la muerte de héroe de este asunto. Nuestro hombre quiso, si
recordamos bien, detener por exceso de velocidad al conductor de un conductor que
se hallaba estacionado, y el cochero, queriendo corregir su infracción,
solo atinó, lógicamente, a hacer retroceder su coche. De allí la peligrosa
caída del agente, que se hallaba detrás. No obstante, recobró sus fuerzas,
luego de unos días de reposo, pero, al ser intimado a recobrar al mismo tiempo
su puesto de servicio, murió repentinamente.
La responsabilidad de tales hechos atañe indudablemente a la incuria de la administración policial. Que en adelante controle mejor la composición de los lóbulos cerebrales de sus agentes; que la verifique, si es menester, por trepanación, previa a todo nombramiento definitivo; que la pericia médico-legal solo encuentre en sus cráneos… No digamos una colección de La Revue Blanche y de Le Cri de Paris**, lo cual sería prematuro en una primera reforma; tampoco nuestras Obras completas: a ello se opone nuestra natural modestia, tanto más que esos agentes, encargados de velar por el reposo de los ciudadanos, constituirían más bien un peligro público con la cabeza así rellenada. He aquí algunas de las obras recomendables en nuestra opinión para el uso:
1º) El Código penal; 2º) Un plano de las calles de París, con la nomenclatura de los distritos, el cual coronaría el conjunto y representaría agradablemente, con su división geográfica, un simulacro de circunvoluciones cerebrales: se lo consultaría sin peligro para su portador por medio de una lupa, fijada luego de la trepanación; 3º) un reducido número de tomos del gran diccionario, de Policía, si nos arriesgamos a prejuzgar por su nombre: La Rousse [La Poli, en argot], 4º) y sobre todo, una rigurosa selección de opúsculos de los miembros más notorios de la Liga contra el abuso de tabaco.
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El cerebro del agente de policía fue escrito por Alfred Jarry en 1901. El texto que aquí figura se publicó en el libro ‘Patafísica, junto con Especulaciones, Madrid, Pepitas de calabaza, 2016.
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Notas:
* La Gaudriole tenía como subtítulo “diario de relatos alegres, historias picantes y novelas ilustres”. Fin de Siècle, “periódico literario ilustrado que aparece el sábado”, tenía una tirada de más de 70.000 ejemplares y se había vuelto mucho más insustancial y anodino.
** La Revue Blanche era una revista literaria y artística cercana al anarquismo que se publicó solamente entre 1899 y 1903. Le Cri de Paris era un periódico semanal de carácter político y satírico, muy cercano a La Revue Blanche, que apareció en 1897 y dejó de publicarse en 1940.