─ ¿Ese fue tu caso? ¿Estabas castigado cuando te encontramos en la botella? ─preguntó Tomate.
─ Efectivamente, me dejé llevar por la empatía hacia los humanos…
─ ¿Empaqué?
─ Empatía. Simpaticé en exceso con vuestra manera de percibir la realidad y acabé en la botella. He tenido mucho tiempo para reflexionar. Esta vez quiero hacer las cosas correctamente, no quiero más problemas.
─ ¿Qué rollo nos cuentas ahora? Eres raro de cojones. Alguien que se llama Prudencio… ─Robin seguía sin poder asimilar que tal nombre correspondiera al de un genio─. ¿No había otro nombre? ¿Todos tenéis nombres tan divertidos? ¿Qué sois, el club de los genios cachondos?
─ En realidad, mi nombre no es Prudencio.
─ ¿Y por qué nos has dicho que te llamabas así?
─ Nosotros somos entes incorpóreos.
─ ¿Sois qué? ─dijo Tomate confundido.
─ Los genios no tenemos cuerpo, digamos que somos seres sin apariencia física.
─ ¡Ah! ─soltó Tomate por decir algo.
─ Cuando debemos manifestarnos solemos adoptar la primera personalidad con que tropezamos. Simplemente adopté la forma e identidad del primer humano que vi aparte de vosotros, un hombre que paseaba por allí.
─ ¿Por el paseo? ¡La puta leche!, sí que tienes buena vista.
─ Nosotros no vemos con los ojos, sino con la mente.
─ Sí, y yo con el ojete.
─ Ya te hubieras podido haber fijado en una tía buena ─dijo Johnny.
─ ¿Para qué?
─ Para jugar a las canicas. ¡No te jode! Para qué va ser, Prude, ¿para qué?
─ Entiendo. Pero menudo chasco os hubieseis llevado, chicos. ¿Qué habrías hecho conmigo entonces por muy predispuesta que me mostrara a satisfacer vuestros deseos? Sexuales, seguro. Si no me podéis tocar, solo soy apariencia, no soy real.
─ Es verdad. Casi mejor así. Contigo ni teto, ni tato, ni teta.
Regresaron las risas. Hasta que Robin preguntó:
─ Y, si no eres real, si eres una especie de fantasma, un extraterrestre o lo que cojones sea que eres, ¿hay alguien que se trague la bola que nos cuentas?
─ Solo vosotros podéis verme.
─ ¿Los demás no?
─ No, nadie más.
─ Y lo que os cuento no es mentira, por mucho que dudéis. El País de los Genios existe y mi verdadero nombre es Argararemon.
─ ¿Argaraqué?
─ Argararemon. Argararemon Segundo, pues hay uno más sabio que yo y es Primero.
─ Vale, vale, dejémoslo en Prude. Mejor Prude. Si no te importa.
─ En absoluto.
─ ¿Y cuántos años tienes? Porque si llevabas tanto tiempo encerrado en la botella debes tener un huevo de años.
─ ¿Un huevo que significa, muchos?
─ Muchos, claro. Un huevo.
─ Este tío es la polla. Venga, dinos la verdad, ¿de dónde has salido?
─ ¿Otra vez con las dudas?
─ No te mosquees, hombre, digo genio. A ver, ¿qué puedes concedernos entonces?
─ Todo menos bienes materiales, ya os lo dije.
─ ¿Qué es eso? ─preguntó Johnny.
─ ¿Qué va a ser? Dinero, coches, casas…, alelao ─aclaró Robin─. ¿No es así, Prude?
─ Así es.
─ Nos tenía que tocar un genio cutre.
─ Ese principio, que todos los genios seguimos a rajatabla, no significa que no podáis conseguir dinero, o lo que queráis.
─ ¡Ah!, ¿no? ¿Cómo?
─ Echadle imaginación, cread las condiciones para que ello sea posible.
─ ¡Joder tío, que complicado eres! Más que cagar para adentro.
─ Bueno, ya ha pasado media hora. Os quedan once y media. ¿Pensáis ocuparlas discutiendo aquí conmigo?
Johnny, Tomate y Robin se miraron entre ellos. ¿Qué hacemos?, se preguntaban. ¿Qué hacemos?, preguntaban en realidad Johnny y Tomate a Robin, sin cuya conformidad no solían realizar nada.
Optaron por marchar de allí, con Prudencio. Si de verdad lo que habían visto hasta entonces no era magia barata y realmente aquel individuo decía la verdad ahora tendrían la oportunidad de comprobarlo.
Manuel Cerdà: Prudencio Calamidad (2017). Disponible solo a través de Amazon.