Eric Fischl: Sleepwalker (1981).
Mis primeros escarceos amorosos se iniciaron en el cine, en los dos cinematógrafos que había en el pueblo, pero fue en el jardín donde empezaron a sobrepasar la frontera del tanteo. Siempre en penumbra, la del cine, la del jardín al atardecer. También mi primera experiencia sexual, mi primer orgasmo. En solitario, al caer la tarde de un día de verano. En el cenador, sin saber que me estaba masturbando.
Tendría yo once o doce años, supongo, pues es la edad a la que esto suele pasar. Yo me tocaba, ya hacía tiempo que me tocaba, pero ese día, el de la paja, no dejé de tocarme por aburrimiento o porque decidiera hacer otra cosa sino porque de repente de mi polla empezó a salir leche. Yo ya sabía que de allí salía leche, me lo habían contado en la escuela ─los niños, no los maestros─, como también de las tetas de las mujeres, pero desconocía qué se sentía: cierta extrañeza en los primeros momentos, cuando el ritmo se tornaba cada vez más regular y más acelerado, desconcierto a medida que iba perdiendo el control de lo que hacía, la rigidez cada vez mayor del pene, un posterior acaloramiento, la excitación ─no exenta de temor─ ante algo nuevo y placentero que no podía detenerse, y una especie de convulsión cuando la leche se disparó ―fue eso, un disparo―, a la que siguió una sensación de vacío que me resultó sumamente agradable.
Debo haberme hecho una paja, pensé. Luego vinieron las dudas, la confusión. Puede que fuera a los doce años, o no, lo de la primera paja, o el primer orgasmo, en solitario ─el primer orgasmo, como el último suspiro─, o puede que fuera a los once, pues a los doce conocí a Rosaura. O quizás conocí a Rosaura a los trece. Sí, más bien, dejémoslo así, al fin y al cabo la memoria colocará el recuerdo donde a ella le parezca, según sus indescifrables criterios.
No recuerdo sensación de culpa hasta que se lo comenté a Juan Luis. Tendrás que confesarte, me dijo. No lo hice y nada pasó, pero no conseguí evitar que el desasosiego se apoderase de mí e incluso sentir culpa por no sentirme culpable. Duró un tiempo, aunque seguí masturbándome. Casi a diario. Sin comentar nada a nadie, ni siquiera a mis amigos después de lo que me dijera Juan Luis. Placer y culpa, combinación perfecta para doblegar conciencias.
Fue una época de confusión, de perplejidad, que la presencia de Rosaura, mi amor por ella, me ayudó a superar. Mientras, los engranajes de la corrección seguían funcionando y cumpliendo su misión.
Manuel Cerdà: El viaje (2014, nueva ed. 2019).
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Scatenare il senso di colpa: che arma potente nelle mani di chi vuole il controllo!
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Esatto, Luisa. Il senso di colpa crea paura, ci paralizza e ci rende indolenti.
Buona Domenica.
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La culpa es un horror.
Un arma de poder.
No entiendo como todavía se sigue enseñando.
El arte y la cultura tratan de erradicarla.
Un abrazo, Manuel!
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Se sigue enseñando por eso, Violeta, porque es un arma de poder. Toda educación lo es.
Un abrazo y feliz domingo.
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No he podido por menos que recordar las primeras clases de educación sexual, impartidas por el cura del pueblo. Yo tenía la cara llena de granos, como correspondía a la edad, y va el cura y dice, » a los que no se masturban, empiezan a salirle granos por la cara»…Si hubiera sabido el párroco!!..Un abrazo Manuel.
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En mi época, Óscar, no existía eso de la educación sexual, pero sí recuerdo, perfectamente, un cura que nos decía cosas parecidas al tiempo que intentaba sobarnos.
Un abrazo.
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… Siempre ellas… Como decía mi abuelo pa lo uno y pa lo otro. Gracias por avivar recuerdos. Me gusta. Un abrazo. Salud y saludos.
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Gracias a ti por el comentario, Iñaki.
Saludos, salud y abrazo.
Manuel.
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Muy bien escrito. ¡Mi enhorabuena!
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Muchísimas gracias, Félix. Todo un halago el tuyo, que agradezco sinceramente.
Feliz domingo.
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No sé si nuestros hijos valoran suficientemente la libertad sexual de ahora. Nosotros, que tuvimos que aguantar las obsesiones de otros, los que construyeron para todos una cárcel de mentiras y culpa alrededor del sexo, lo sabemos bien.
Un saludo
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La culpa, la maldita culpa, que gran arma para la sumisión.
Un saludo.
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Mi infancia académica transcurrió entre viejas sotanas… Pronto descubrí que aquel «salvador» acto de la confesión era una fuente inagotable de valiosa información para aquellos sirvientes de su dios en la tierra… y dejé de confesar la verdad para confesar banalidades que llegaban a exasperarlos dentro de su «caseta de los pecados» (así le llamaba yo al confesionario). Solo les interesaba si te tocabas, cuantas veces te tocabas, donde te tocabas, con quien te tocabas. Lo curioso es que el perdón llegaba casi siempre con su «imposición de manos».
Querido Manuel… muchos recuerdos has conseguido aflorar en este viejo y agnóstico superviviente de aquellos negros años.
Un fuerte abrazo. 🌹🌹🌹
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Y la mía. Siempre haciéndote sentir culpable. Eso sí, el cura que tanto nos hablaba del pecado y los estragos que causaba era pederasta.
También como tú, dejé pronto de confesarme e ir misa y más que agnóstico acabé siendo ateo.
Un fuerte abrazo, estimado Pink Panzer.
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