
París, 3 de mayo de 1968. Primeros enfrentamientos entre policías y estudiantes tras la decisión de De Gaulle de “expulsar a los agitadores”. / “Le Parisien”.
El viernes 3 de mayo de 1968 Sam y Martha habían quedado con Lary y Nara, que pasaban su último mes en París tras haber visitado los países escandinavos. Pensaban ir al cine, a ver En el calor de la noche, la película de Jewison que hacía poco se había estrenado en la capital gala. Luego tenían planeado acudir a Bobino, donde actuaban una de las grandes de la canción francesa, Catherine Sauvage, a quien Sam admiraba casi tanto como a Juliette Gréco, una cantante y actriz abiertamente de izquierdas que no ocultaba sus simpatías y que, por eso, no se prodigaba tanto en la radio y televisión como otros. De hecho, había estado dos años en la lista negra de la radio y la televisión estatales por haber firmado el Manifiesto de los 121 contra la guerra de Argelia. Sam, sin embargo, se levantó con un lumbago que le impedía moverse, solo podía estar acostado o sentado, y debía elegir bien la postura para evitar el intenso dolor. No era el primer achaque que sufría de este tipo, sabía que no era gran cosa, pero nadie le quitaba unos cuantos días de reposo y malestar. Llamaron a Lary y quedaron en que este y Nara acudirían a casa de Sam y Martha.
Llegaron con retraso, pues era muy complicado circular por París. Ese día, la policía había entrado en la Sorbona para desalojar a los estudiantes que protestaban por el cierre de la Universidad de Nanterre y la comparecencia que al lunes siguiente debían realizar seis estudiantes ante la comisión de asuntos contenciosos y disciplinarios de la universidad por los hechos de abril. Los estudiantes invadieron el Barrio Latino. La policía no se anduvo con remilgos y arremetió contra los manifestantes, que plantaron cara a la agresión. Las noticias que oían por la radio y las imágenes que daba la televisión eran cualquier cosa menos tranquilizadora.
―¿Cómo pueden ser tan torpes? ─reflexionaba Martha sobre los responsables de la decisión de cargar contra los estudiantes.
―La han armado buena. No os podéis imaginar cómo están los alrededores de la Sorbona ─comentaba Lary explicando el motivo de su retraso─. Viniendo para acá era imposible circular por el Barrio Latino. Cuando nos acercábamos, el taxista nos dijo que de ningún modo pasaba por allí. Déjenos aquí pues, le dije, seguiremos a pie, estamos a una media hora. Queríamos ver el ambiente, miles y miles de jóvenes llenaban la vía pública. De repente, ni sé de dónde salieron, empezamos a ver policías que avanzaban porra en mano. Golpeaban a quienes se negaban a marcharse, empezaron los empujones y los porrazos a diestro y siniestro. A la policía entonces no se le ocurrió otra cosa que lanzar granadas lacrimógenas y se montó la de Dios. Los estudiantes respondieron con piedras, botellas, adoquines que arrancaban a toda prisa. Utilizaban las tapas de los cubos de basura como escudos. Nos refugiamos en un café, pero los polis entraban en los cafés, en los hoteles, en las casas de particulares, allí donde creyeran que podía haberse escondido un manifestante. En el que nos habíamos refugiado también entraron, tan impetuosos que se llevaron por delante mesas y sillas. Nosotros estábamos en la barra, sin movernos. Fue un momento muy tenso, creí que nos iban sacar a todos de allí a golpes. Afortunadamente no había gente joven, solo un par de chicas asustadas que parecían turistas. Miraron en los cuartos de baño, en las oficinas, incluso detrás de la barra, y se fueron igual de furiosos que habían entrado. ¡Lo que nos ha costado llegar!

Enfrentamientos entre manifestantes y policías. / Getty Images.
―Ha sido horrible. Debe haber un montón de heridos ─añadió Nara, todavía excitada por la experiencia que acababa de vivir.

Un estudiante herido es retirado de las inmediaciones de la Sorbona por dos compañeros suyos. / “Le Parisien”.
―Escuchaba por la radio antes de venir las declaraciones del prefecto de Policía ─siguió Lary─. Decía que si la policía acudió a la universidad fue porque el rector les llamó y que la carga primera, la que desencadenó todo, obedeció a que los estudiantes atacaron los furgones de policía en los que se llevaban a los detenidos.
―¿Y qué querían que hicieran? ¿Qué los despidieran con aplausos? ─Sam estaba irritado─. La policía ha entrado en la universidad como elefante en cacharrería. Han empezado a detener a los estudiantes indiscriminadamente, decían que abandonaran el recinto, que salieran pacíficamente, pero en cuanto salían se los llevaban a las furgonetas. Eso es, al menos, lo que he oído en la radio.
―Lo único que conseguirán es exacerbar los ánimos ─comentó Martha─. No hay que ser futuróloga para predecir que la cosa no va a quedar así, habrá más manifestaciones. ¿Van a responder siempre igual? Los estudiantes franceses no se sienten solos, la televisión muestra desde hace tiempo las protestas de sus compañeros en nuestro país y en otros lugares.
Hannah pasaba el fin de semana con su amiga Nicole en una casa de campo que tenía su familia a las afueras de París. De Bill no sabían nada. Martha le había llamado varias veces sin resultado. Lógicamente estaría en la calle, pero conociendo su manera de actuar temían que hubiera resultado herido o estuviese detenido.
Manuel Cerdà: Tiempos de cerezas y adioses (2018).