Hablar por hablar

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Decía Salomón –o dice Ambrosio de Milán que decía– que los labios del sabio son las armas de la inteligencia, por lo que deben permanecer atados al sentido y, en consecuencia, hacer que, de este modo, la expresión sea brillante, que resplandezca la inteligencia, que el discurso y la exposición no necesite sentencias ajenas, sino que la palabra sea capaz de defenderse con sus propias armas; que, en fin, no salga de la boca ninguna palabra inútil y sin sentido.

Si así fue, Salomón era un alma de cántaro que confiaba en exceso en la capacidad y criterio no tanto del sabio como de los receptores de su discurso. O que creía en la naturaleza de la bondad intrínseca del ser humano. O igual solo eran palabras ‘sabiamente’ ajustadas a su proyecto de consolidar el reino unido de Israel.

A la vista de los resultados, bonitas palabras que para nada sirvieron. Hoy más que nunca se da gran importancia a la comunicación –se habla de la “era de la comunicación”– y al debate, pues se supone que vivimos también en la “era de la información”. Conversar. Hay que hablar. Con unos, con otros. Y, sí, lo hacemos. Intercambiamos palabras, pero poco más. “Desatados’ los labios del sabio del sentido, tal es el egocentrismo individual y colectivo que caracteriza nuestra sociedad, los argumentos han dejado de ser necesarios. Es más, han pasado a ser accesorios, cuando no inútiles. Hablamos con los demás para reafirmarnos en nosotros mismos. Y de nosotros mismos hablamos con los demás. Y los demás de ellos cuando hablan con nosotros.

Hablar, para que cobre sentido la vida y así nos la podamos creer. Repitiendo siempre las mismas cosas, usando los mismos argumentos. Rutina. Lo de menos es llegar a conclusión alguna.

Las palabras ya solo son sonidos, música ambiental. Hemos subvertido su significado. Nada dicen, pues nada decimos. Hablamos. Hablamos por hablar. ¿Comunicarse? No sé. Eso es otra cosa. Saber y conocer son cosas distintas.

Que les vaya bien (o lo mejor posible).

2 pensamientos en “Hablar por hablar

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