El poder de la imagen. Los políticos y la televisión

poder-tv

Hace exactamente 57 años, el 26 de septiembre de 1960, tuvo lugar en Chicago el primer debate electoral televisado de la historia. Los protagonistas fueron Richard Nixon, entonces vicepresidente, del Partido Republicano, y John Fitzgerald Kennedy, del Partido Demócrata, ambos aspirantes a la presidencia.

Cuando se celebró el debate, cara a cara, Nixon tenía mal aspecto, terminaba de salir del hospital donde había estado ingresado un par de semanas por una lesión en una pierna, estaba sin afeitar desde hacía unos días y se negó a maquillarse. Kennedy daba una imagen diametralmente opuesta, impoluto, bronceado, bien afeitado, sonriente, relajado.

El debate se radió y se televisó. Por televisión fue seguido por setenta millones de personas que, según una encuesta, dieron la victoria a Kennedy, por gran mayoría. En cambio, quienes lo oyeron por la radio opinaron que el vencedor fue Nixon; como mucho dieron un empate.

el-poder-de-la-imagen

J.F. Kennedy y R. Nixon durante el primer debate electoral televisado de la historia.

Nixon subestimó el poder de la televisión. Y perdió. ¿Hubiera ganado Kennedy sin ella? Él mismo, según dicen algunos, reconoció a posteriori que no.

Hoy, los políticos han aprendido bien la lección y nadie duda del enorme poder que la televisión tiene. Según el informe “Televisión en abierto. Contribución a la sociedad española” –publicado por la consultora Deloitte el 19 de junio de 2017–, la televisión es el medio preferido para informarse para el 44% de los españoles, seguido de los medios digitales (25%) y las redes sociales (13%). Lógicamente, los políticos –y sus adictos y vacuos tertulianos audiovisuales–, sobre todo en los momentos en que la praxis política adquiere mayor relevancia –como cuando se celebran elecciones o como en estos días con el problema catalán– se prodigan en televisión haciendo gala de un enorme conocimiento de las técnicas de mercadotecnia política. Según el tema que se aborde se muestran más o menos circunspectos. Ahora, por ejemplo, la situación no está para muchas frivolidades. Pero es cosa de días. Llevamos mucho tiempo viéndolos en televisión haciendo variedad de cosas que nada tienen que ver con la política en shows de todo tipo, incluyendo programas del corazón. Bailan, nos cuentan sus aficiones, cómo ligan, nos muestran sus casas, cocinan, cantan… Todavía no han aparecido en programas tipo Adán y Eva o Mujeres, hombres y viceversa, pero tiempo al tiempo.

No me parece mal que hagan todo eso, ni bien tampoco. Lo encuentro irrelevante, aunque sin duda no es así. ¿Por qué lo hacen? Obviamente, para mostrarse como alguien cercano, accesible, alguien con el que los espectadores puedan identificarse. Desde los tiempos de Kennedy hasta hoy los políticos han aprendido que, ante todo, hay que ser un buen showman.

La imagen es lo que cuenta y la televisión –sea cuál sea el soporte mediante el cual se transmiten imágenes a distancia– sigue siendo, como veíamos, el instrumento idóneo por excelencia.

Los políticos saben que, como dice la canción de Irving Berlin, “There’s no business like show business”, y que, por tanto, recurriendo a la letra que escribió Aldir Blanc para otra hermosa canción, O Bêbado e a Equilibrista, “sabe que o show de todo artista / tem que continuar”. Esto ya no lo encuentro tan irrelevante: es el triunfo de la política como espectáculo. La pregunta que hay que hacerse ahora es quién ganaría unas elecciones si los electores solamente conocieran los programas de las diversas opciones que se les presentan (incluyendo, por supuesto, no votar entre ellas). O simplemente si los leen. Y quien dice elecciones dice las diversas alternativas a la cuestión catalana o las diferentes formas de combatir, o no, la corrupción, de la que, por cierto, nadie habla en estos días.

Ya lo dijo Ludwig Feuerbach en el prefacio a la segunda edición de La esencia del Cristianismo (1841): “Sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado”. Extraigo la cita del libro de Guy Debord La sociedad del espectáculo (1967).

En fin, llamen a esto política, llámenlo como quieran. También pueden llamar vaca a una fregona, pero no esperen que esta dé leche. Y, mientras, todos entretenidos (entretener = “divertir, recrear el ánimo de alguien”, RAE) viendo esos interminables debates en los que todos hablan y nadie dice nada.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.