Votando, votando, a Bruselas voy

Esta entrada –que reproduzco con alguna mínima modificación– la publiqué en 2016, en plena la campaña electoral para los comicios generales del 26 de junio de dicho año. Da igual que de esto haga dos años y mucho me temo que seguirá dando igual ahora y en años venideros. Los partidos políticos, escribió Simone Weil, son máquinas “de fabricar pasión colectiva”, organizaciones “construida[s] de tal modo que ejerce[n] una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros”, pues “la primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite”.

Sé, sé tú, simplemente sé. No votes.

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¿Se acuerdan de aquella canción que decía “Volando, volando, a Mallorca voy”? Los que ya tienen una edad (el tema, Vuelo 502, es de 1966), casi seguro que sí. Transponiendo las palabras de la canción ahora que en España estamos en plena la campaña electoral para los comicios generales del 26 de junio –oficialmente; de hecho ya hace tiempo que lo estamos–podríamos decir “Votando, votando, a Bruselas voy”. O en Bruselas acabo si prefieren.

En todo caso, sea cual sea el resultado, cualquier política que se emprenda deberá contar con el plácet de Bruselas. O lo que es lo mismo, adoptar las directrices que dicten el BCE (Banco Central Europeo), el FMI (Fondo Monetario Internacional), el FEEF (Fondo Europeo de Estabilidad Financiera), la OMC (Organización Mundial del Comercio), el Banco Mundial (BM), etc., todas ellas instituciones que velan por funcionamiento del mercado de acciones, controlado por las corporaciones financieras y las grandes empresas multinacionales. Todas ellas, presididas y gestionadas por personas a las que no han elegido directamente los ciudadanos, a cuyo cargo han llegado mediante el politiqueo.

¿A quién y qué defienden?, ¿a qué elecciones se han presentado?, ¿con qué programa?, ¿quién lo ha refrendado? Sin necesidad de presentar candidatura alguna ni exponer su programa a los ciudadanos, los mercados financieros controlan la economía, es decir, la política. En el ‘sistema capitalista’ –por algo hay quienes lo llaman así– es la situación económica –la posesión de bienes, lo que solo es posible para quien dispone de capital para ello– la que está en el origen de cualquier desigualdad. Así las cosas, el poder financiero y el político se retroalimentan hasta el punto de confundirse, pues el único vinculo real que existe entre los países miembros de la Unión Europea es el euro.

Helmut Schmidt decía, ¡a finales de la década de 1980!, que del total de los presupuestos del Estado como mucho un quince por cien podía ser destinado libremente a realizar política propia, el resto dependía del mercado y sus fluctuaciones, de las políticas de las multinacionales y de los grandes grupos financieros. Por supuesto, no es lo mismo quien esté al frente del Gobierno a la hora de hacer política social, no es una cuestión baladí. Claro que como tampoco es lo mismo un cachete que un navajazo. Naturalmente, no es igual –ni da igual– destinar mayor o menor parte del presupuesto a unos que otros asuntos, y ello depende de quién esté en el poder.

Mas, así y todo, servidor de ustedes nota a faltar en las declaraciones de los políticos –que tanto se prodigan en estas fechas– un cuestionamiento, una reflexión seria cuanto menos, al sistema de cosas establecido, una ponderación siquiera acerca de cómo transformar el sistema en unos momentos –por si fuera poco– en que los avances en la tecnología hacen que todo pueda ser más fácil, empezando por las condiciones de trabajo.

De este modo la política es un concepto cada vez más restringido a las actividades de los partidos políticos, cuyo ejercicio por parte de los ciudadanos se reduce a refrendar, o no, sus propuestas cada cuatro años (o menos). Y estas, a su vez, están sometidas a instancias superiores. La política se convierte en una actividad desligada de la vida, en mero espectáculo, en imagen. Eso es lo que se vota: la imagen. De hecho, los políticos parecen –o son– figuras mediáticas, estrellas de la televisión.

Desde que los partidos de izquierda decidieron que la mejor estrategia para lograr una sociedad igualitaria era el parlamentarismo, y que, por tanto, había que concurrir a las elecciones, iniciaron un camino que no podía acabar de otro modo: la profesionalización de la política, la política por ella misma (no como medio para conseguir un fin), Y, así,  acabaron abrazando ‘el sistema’ que tanto se habían opuesto en sus inicios. Poco a poco ha ido disociándose la política de la sociedad. Los ciudadanos contemplan las elecciones como cualquier otro espectáculo, con la misma pasividad con que vemos cualquier programa de televisión. Olvidan que, como dijera Debord en 1973, “allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico”. ¿No sería hora de debatir acerca de todo esto? Es evidente que no. Escritas en 1903, estas palabras de Anselmo Lorenzo, desgraciadamente podrían pasar por haber sido redactadas ahora: «Non possumus, dicen, como dogma culminante, los poseedores y los aspirantes a la posesión, y como único objeto del movimiento social sueñan con inútiles cambios de postura, suficientes no más para satisfacción de ambiciones personales». Triste.

2 pensamientos en “Votando, votando, a Bruselas voy

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