
Luis Tinoco.
El progreso técnico y material que se originó con la Revolución industrial dio lugar a un extraordinario crecimiento demográfico y a la formación de grandes capitales. El hecho de que llegara a haber un excedente poblacional y la necesidad de dar salida a los capitales y productos se acentuó a partir del último tercio del siglo XIX –cuando tuvo lugar la llamada ‘segunda revolución industrial’–, aceleró el proceso colonizador y, con él, la incorporación a la órbita occidental de numerosos pueblos que hasta entonces habían permanecido ajenos a este conjunto de transformaciones.
Este proceso cambió por completo las relaciones entre los distintos pueblos del planeta. En 1914, Europa dominaba más de la mitad del mundo, una mitad que concentraba el 65 por cien de la población mundial. Con el tiempo, y como consecuencia de las propias características de la colonización y las lógicas contradicciones del sistema, empezó a configurarse un nuevo orden mundial determinado por la por la oposición entre un mundo capitalista desarrollado –que concentrará la práctica totalidad de la riqueza y el poder– y otro subdesarrollado a pesar de sus mayores recursos naturales y su mayor población. Tras la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la descolonización (yo más bien diría neocolonización), estos últimos países –en su momento englobados bajo la etiqueta de Tercer Mundo– se vieron inmersos en una serie de problemas que no eran suyos derivados de la disputa entre las dos grandes potencias mundiales –Estados Unidos y la Unión Soviética– o, si se quiere, entre los dos grandes sistemas: capitalismo –disfrazado de democracia parlamentaria– y comunismo –mejor estalinismo o capitalismo de Estado–, pues la democracia (a secas, sin calificativos) es otra cosa.
Ya en 1958 Nehru (Sri Pandit Jawaharlal Nehru), primer ministro de la India, se refirió a esta oposición, tan ficticia como interesada, en los siguientes términos: “La verdadera división del mundo contemporáneo no se encuentra entre países comunistas y no comunistas, sino entre países industrializados y países subequipados”. O lo que es lo mismo: entre países ricos y países pobres. El tiempo le ha dado la razón. Tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, para estos países todo siguió igual, o peor, pues ahora el capitalismo perdía cualquier temor a que pudieran alinearse con el ‘natural enemigo’.
En el momento en que Nehru pronunció estas palabras la descolonización era ya una realidad y había sido el propio proceso colonial el que de alguna manera había sentado las bases que la hicieron posible, creando profundas contradicciones que hoy más que nunca manifiestan todo su potencial explosivo y amenazan con una desestabilización del orden mundial que no sabemos hasta dónde puede llegar. Un crecimiento demográfico como hasta entonces había conocido Europa, los cambios culturales e ideológicos o los distintos movimientos de afirmación nacional –que ponían de relieve las diferencias con los países occidentales haciendo ver que existen otras culturas y otras formas de vida–, son factores que en su día resultaron decisivos en el proceso descolonizador pero que no llegaron a resolver, ni mucho menos, los tremendos desequilibrios a que se ha visto sometido el mundo en su camino a la globalización (económica, por supuesto).
Hoy, la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor y afecta a todos, pero más a quienes viven en los países de lo que en su momento se denominó Tercer Mundo y ahora son ‘países periféricos subdesarrollados’ o ‘en vías de desarrollo’. Vean, si no, estos gráficos que siguen. Los dos primeros muestran, por este orden, los distintos niveles de población desnutrida en el mundo en 2008, según la FAO, y los porcentajes de pobreza –es decir, la población que vive por debajo de la línea de pobreza nacional de cada nación– según el CIA World Factbook, también en 2008. Y compárenlos con el tercero sobre los países con conflictos armados activos (en julio de 2014) y aquellos con graves situaciones de violencia.

Porcentajes de población que vive por debajo de la línea de pobreza nacional (2008) / CIA World Factbook.
¿Encuentran alguna similitud? Es en los países pobres –dejémonos de eufemismos– donde con mayor fuerza se manifiesta la pobreza, y la pobreza –no lo olvidemos– es causa directa de la desigualdad. Y es en estos países, y en aquellos aparentemente más prósperos por poseer mayores recursos naturales pero cuyos pueblos han visto cómo otros se aprovechaban de sus recursos y potenciaban sumisas oligarquías locales (las únicas beneficiarias), donde –en un mundo en que los intereses económicos, políticos y geoestratégicos van de la mano– se concentran los conflictos armados más complejos y peligrosos. Nehru tenía razón. El problema es la desigualdad.