La xenofobia, la hostilidad contra los extranjeros –los que se ven obligados a migrar, siendo precisos–, ha estado presente en las sociedades occidentales desde hace mucho tiempo, siendo múltiples sus manifestaciones y diverso su grado según el momento. Toda xenofobia se basa en una ideología que tiene como principal premisa la desigualdad, la no equivalencia y el trato desigual a los seres humanos. En momentos de crisis, cuando la inestabilidad económica amenaza la estabilidad individual/familiar, puede llegar a vincularse con la violencia. El resultado: comportamientos de extrema derecha.
Esta hostilidad se basa, según el sociólogo alemán Wilhelm Heitmeyer (International Handbook of Violence Research, 2003), en el siguiente proceso:
- En un primer momento, aparecen sentimientos de alejamiento respecto a los otros como un fenómeno social de masas, que habitualmente se expresa en una actitud de distanciamiento que establece escasas diferencias entre tolerancia y menosprecio, lo que se manifiesta a través de estereotipos y prejuicios. “Vas hecho un gitano”, o “Pareces un indio”, decimos cuando alguien presenta un aspecto desaliñado. “Eres un moro”, de quien consideramos que es celoso y/o posesivo con su pareja. “Menuda judiada”, cuando creemos que alguien nos he hecho una mala pasada.
- Esta actitud distanciada se tiñe de una postura competitiva alimentada por consideraciones económicas y/o culturales. Se ha perdido el equilibrio entre la tolerancia y el desprecio: la tolerancia se limita a los pequeños ámbitos que permanecen fuera de los espacios, posiciones, derechos, etc., “personales”. Véanse las protestas vecinales que siempre acompañan la construcción de albergues para migrantes “ilegales”, o las críticas a las políticas hacen a los gobiernos en materia social que los que menos recursos tienen cuando creen que se favorece al extranjero, alimentando así el antagonismo entre ‘los nuestros’ y ‘los otros’.
- El odio a los extranjeros es una etapa posterior más avanzada en la que la tolerancia desparece completamente. En su lugar, y construyéndose sobre posiciones distanciadas y competitivas, surge una hostilidad que está destinada a introducir “claridad” haciendo distinciones fundamentales entre amigos, los “nativos”, y “enemigos”, los extranjeros. Esto contribuye a justificar una lucha ofensiva (“Si no te vas, te pasará algo”) en la que se conjugan y explotan todas las variantes de xenofobia ya mencionadas.
Las formas de acción motivadas políticamente empiezan con los menosprecios políticamente discretos contra los extranjeros que, a causa de su amplia propagación social, se pueden usar fácilmente para que esta especie de prejuicio suene razonable y legítimo: “Si la mayoría de la gente piensa de esa manera…”, “Por algo será cuando todo el mundo dice…”.
Todo ello proporciona una base sobre la que se puede construir la competencia material (alojamiento, empleo, etc.) y cultural (el peligro de ser “desbordados” por los extranjeros), de manera que, en última instancia, incluso parecen justificables los actos violentos y agresivos.
En otro contexto, decía Jaume Sisa en su canción Qualsevol nit pot surtir el sol, “la meva casa és casa nostra, si és que hi ha casa d’algú” (mi casa es nuestra casa, si es que hay casa de alguien). Pensar así no deja de ser utópico, pero sin la utopía toda realidad sería siempre peor de lo que es.
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