
“Humanity Bleeds War or Terrorism” (1986), óleo del artista paquistaní Jimmy Engineer.
Si hacemos un ranking de los mayores atentados terroristas perpetrados por Daesh y otras organizaciones terroristas afines en lo que va de año, el acaecido ayer martes 22 de marzo en Bruselas ocupa el séptimo lugar en cuanto al número de fallecidos. Por número de víctimas mortales figuran antes los siguientes:
- Los de las ciudades sirias de Damasco y Homs, el 20 de febrero, en el que varios ataques dejaron 184 muertos.
- El del 11 de enero en Bagdad (Irak), con 132 muertos.
- El de Sayyidah Zaynab (Siria) el 31 de enero (85 muertos).
- El de Dalori (Nigeria) el 1 de febrero (70 muertos).
- El de la ciudad libia de Zliten el 7 de enero (60 muertos).
- El de la región administrativa de Gedo (Somalia) –este perpetrado por la organización yihadista terrorista Al-Shabbaab– el 16 de enero (60 muertos).
Ya en séptimo lugar de este macabro ranking se encuentra el de Bruselas, que de momento se ha saldado con 31 muertos.
Así, como señala en su edición de hoy eldiario.es, “el 87% de los atentados perpetrados por organizaciones terroristas islamistas entre 2000 y 2014 se produjeron en países donde la mayoría de la población es musulmana (…). En total, más de 72.000 personas murieron a causa de estos actos terroristas en ese periodo. La mayoría, en países donde el Islam es la religión mayoritaria. La mitad de los ataques de organizaciones islamistas se llevaron a cabo en países que han sufrido graves conflictos bélicos como Irak (27%), Afganistán (15%) y Pakistán (9%)”.
Ninguno de los atentados mencionados ha tenido tanto eco como el de Bruselas, al igual que ya ocurriera con el mortífero ataque de París del 13 noviembre del pasado año. En principio, resulta lógico que así sea. Si en mi pueblo (poco más de 9.000 habitantes) sucede cualquier desgracia que ocasiona algún muerto, el hecho cobrará más relevancia en la prensa comarcal –no hay local– que en la de la comunidad autónoma, e irá perdiendo eco en la prensa nacional y seguro que nada dirá la de otros países. Pero cuando hablamos de un fenómeno global que no tiene fronteras, como es el caso del terrorismo de Daesh, no resulta tan lógico el distinto tratamiento informativo que se da por parte de los medios de comunicación europeos y la consiguiente y desigual respuesta por parte de los gobiernos del cada día más viejo continente si el atentado ha tenido lugar en suelo europeo o no. Al menos, de forma tan desmesurada.
Esta actitud es tan irresponsable como hipócrita. Más cuando es sabido que Daesh se financia en buena parte gracias a la venta de petróleo y de antigüedades a Occidente, a las donaciones que recibe de esas monarquías del Golfo con las que tan amigablemente nuestros gobiernos velan por garantizar los grandes negocios de las grandes empresas o a la colaboración por parte de financieros sin escrúpulos que mueven millones de dólares hacia bancos vinculados con el terrorismo.
Esta actitud nada bueno puede traer, pues diferencia entre los nuestros (los europeos, los occidentales) y los otros (los demás). De este modo se da alas a la xenofobia, se alimenta la desconfianza hacia los refugiados y hace casi imposible la convivencia entre unos y otros. En su lugar, y construyéndose sobre posiciones distanciadas y competitivas, surge una hostilidad que está destinada a introducir claridad haciendo distinciones fundamentales entre amigos, los nativos, y enemigos, los extranjeros. Y una radicalización de posturas por ambas partes es el mayor peligro que podamos correr.
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