El origen inmediato de los hechos de Mayo del 68 fue un conflicto estudiantil: el día 2 de mayo –cuando aún sonaban las voces de centenares de miles de personas que se habían manifestado el día antes, Primero de Mayo, en las principales ciudades francesas– los estudiantes ocuparon las aulas de la Universidad de Nanterre, a las afueras de París, un campus creado ex profeso para dar cabida al cada vez mayor número de jóvenes que, al amparo del boom económico, accedían a la Universidad. El número de estudiantes universitarios franceses al término de la Segunda Guerra Mundial era de menos de 100.000 y en 1960 ya estaba por encima de los 200.000 (en el curso de los diez años siguientes se triplicaría hasta llegar hasta los 651.000).
Ya con anterioridad a la ocupación de Nanterre habían tenido lugar en París otros actos de protesta. En noviembre de 1967 entre 10.000 y 12.000 estudiantes se declararon en huelga en repulsa contra la masificación que afectaba a la Universidad, y el 22 de marzo de 1968 ocho estudiantes irrumpieron en el decanato como forma de mostrar el malestar por la detención de seis compañeros del Comité Nacional de Vietnam. En ambos casos participó de forma activa un joven estudiante de sociología que poco después se convertiría en uno de los más significativos líderes de los hechos de mayo: Daniel Cohn-Bendit, entonces anarquista convencido. Asambleas, mítines y manifestaciones se sucedieron a lo largo de abril. Pero aquella ocupación del 2 de mayo se generalizó rápidamente, los estudiantes empezaron a concentrarse en la plaza de la Sorbona con los de Nanterre, las autoridades académicas se asustaron y acabó de manera distinta a todas las acciones que la habían precedido: la policía cerró las puertas de la Sorbona y detuvo a varios estudiantes. La Sorbona cerró (no lo había hecho antes excepto cuando los nazis ocuparon París en 1940).
A partir de aquí, todo se acelera. El día 6 (conocido como el “lunes sangriento”) más de 5.000 estudiantes se dirigieron a la Sorbona exigiendo la liberación de sus compañeros. El enfrentamiento con la policía no se hizo esperar. Unas veces, los policías conseguían hacer retroceder un centenar de metros a los manifestantes; otras, eran ellos los que retrocedían. El aire era irrespirable a causa de las granadas lacrimógenas. Su gas entraba incluso en los pocos cafés que estaban abiertos por debajo de las puertas, que se aprestaron a cerrar. Con la llegada de la noche el boulevard Saint-Germain, desde la plaza Maubert-Mutualité hasta Saint-Germain-des-Prés, se convirtió en el escenario de un enfrentamiento que la capital francesa no recordaba haber presenciado en mucho tiempo. Resultado: 422 detenidos y 345 policías heridos, según cifras oficiales.
Lo desmesurado de la represión no hizo sino aumentar la popularidad del movimiento estudiantil y su respaldo. Al día siguiente banderas rojinegras colgaban del Arco de Triunfo y la Internacional se escuchaba por las calles. Para esa tarde se convocó una gran manifestación por parte de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF), el Sindicato Nacional de Enseñantes y el Movimiento 22 de marzo para protestar por el cierre de la Sorbona, el comportamiento de la policía y las detenciones indiscriminadas de estudiantes. Sus tres representantes –Jacques Sauvageot, Alain Geismar y Daniel Cohn-Bendit– se convertirían en las cabezas visibles de la revuelta, que no en sus representantes, pues el movimiento hacía hincapié en la soberanía de las bases y se apoyaba en comités de acción locales que abarcaban desde los grupos de estudio y de las facultades a los comités de barrio. El Barrio Latino se encontraba en estado de sitio. Las barricadas fueron atacadas por la policía con gases lacrimógenos y granadas CS. La lucha duró toda la noche. Los obreros comenzaron a ver el movimiento como algo más que una algarabía estudiantil. La prensa hablaba de “miles de personas ayudando a construir barricadas… mujeres, obreros, contestatarios, gente en pijama, cadenas humanas llevaban piedras, madera, hierros…”.
El miércoles 8 el Partido Comunista se pronuncia a favor del movimiento que hasta entonces había considerado cosa de “hijos de la gran burguesía, despectivos hacia los estudiantes de origen obrero”. Ese día, y el siguiente, continuaron las manifestaciones y las asambleas. Los incidentes fueron escasos, los estudiantes ofrecían la imagen de estar perfectamente organizados y de poder controlar el movimiento. El gobierno, sorprendido por la evolución de los acontecimientos, optó por el silencio, como si nada hubiera pasado, creyendo –o deseando creer– que regresaba la “normalidad”. Los intentos de negociar la libertad de los detenidos fracasaron y el gobierno se negó a hablar con Cohn-Bendit. Una nueva movilización se fijó para la tarde del 10 de mayo.
La convocatoria del 10 de mayo fue un éxito. Anochecía y el Barrio Latino era un hervidero. En los alrededores de la Sorbona veinte mil estudiantes coreaban consignas contra De Gaulle, la policía, las autoridades académicas y a favor de la liberación de los detenidos. La zona estaba tomada por las fuerzas de seguridad. Se empezaron a levantar barricadas, que –como en 1830, 1848 o durante la Comuna– volvían a ser protagonistas. Tras ellas una multitud de descontentos, indignados, que no cesaba de protestar. A las diez y cuarto de la noche se levantó la primera barricada en la calle Le Goff. Se intentó negociar, pero sin resultado. Los estudiantes siguieron construyendo barricadas; se calculaba que pasada la media noche había más de cincuenta.
Sobre las dos de la madrugada la policía atacó con tanta o más ferocidad que el lunes. Los enfrentamientos de esa noche –que pasaría a ser conocida como la de las barricadas– superaron con creces los violentos choques del día 6. La radio retransmitía prácticamente en directo la batalla campal, especialmente Europa 1: los disparos de bombas lacrimógenas y balas de goma, el sordo ruido de los estallidos de los depósitos de gasolina de los coches, el lanzamiento de adoquines y cócteles molotov por parte de los manifestantes, sus quejidos tras resultar heridos y, sobre todo, la agresividad con que se empleaban los policías, agrediendo sin contemplación a cualquiera que encontraran a su paso; de su brutalidad no se libraban ni las mujeres embarazadas. Un periodista de Europa 1 refería que los policías maltrataban a los detenidos, arrestaban a los heridos de las camillas y seguían a los enfermeros hasta las casas particulares para hacer lo mismo con los lesionados que se hubieran refugiado en ellas. Tal fue la acometida que gran parte de los vecinos se solidarizó con los estudiantes echando agua a la calle para despejar la pesada y viscosa atmósfera y abriéndoles las puertas de sus casas. La lucha se prolongó hasta las cinco y media de la madrugada, momento en que la CRS consiguió despejar las barricadas, eso sí, tras haberse producido mil heridos y practicado casi quinientas detenciones.
En la mañana del sábado carros blindados empezaron a limpiar las barricadas en el Boulevard St. Germain, siendo increpados e insultados por la gente. Se convocó una huelga general para el lunes siguiente. El Partido Comunista lanzó un llamamiento a los trabajadores y al pueblo de Francia para una respuesta masiva a la represión. Cohn-Bendit había pedido por la radio la convocatoria de una huelga general. Venciendo o tratando de aparcar las suspicacias que sus dirigentes hacia el movimiento estudiantil, la CGT (Confederación General del Trabajo), la poderosa organización sindical procomunista, junto a la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo), próxima al Partido Socialista Unificado, convocaban la huelga general para el lunes 13. El movimiento se extendía.