Argararemon pidió a los tres absoluto silencio y máxima concentración.
Miró fijamente a Tomate y le dijo que hiciera lo mismo con él. Instantes después, el rostro del muchacho empezó a desfigurarse ante la atónita mirada de sus compañeros, que no pudieron evitar alguna que otra exclamación de asombro inmediatamente reconvenida por Argararemon, que exigía un mutismo completo. (…) Cuando se dieron cuenta, Tomate ya no era Tomate sino la bella (…).
─ ¡Hostia puta! ¡Qué buena está!
─ ¿Es Tomate? Si no fuera por la ropa…, es lo único que reconozco de él. ¡Qué fuerte!, ¡que pasada!
A la nueva (…) los pantalones de Tomate le quedaban cortos y anchos y la camiseta de lo más holgada.
─ Hasta con esa facha está que te cagas.
─ Oye, Prude, en serio, ¿en serio que ese es Tomate? Quiero decir, ¿es Tomate o la tía esa? ─Robin no daba crédito a lo que sus ojos contemplaban.
─ Es Tomate, pero no lo es.
─ A ver, en plata, en normal. Si yo le echo un polvo ¿con quién follo?, ¿con Tomate o con el pibón? ─dijo Johnny.
─ Desde que te levantaron la chati vas de culo, colega. ¿Serías capaz de follarte a Tomate? ─preguntó alarmado Robin.
─ No es Tomate.
─ Estás ido, tío.
─ ¿Pero no ves lo buena que está? ¿Alguna vez llegaste a imaginar estar con una chati como esta? Bueno a imaginar seguro, más de un pajote te habrás cascado a la salud de una así. Mira, mira.
Johnny le levantó la camiseta y le tocó las tetas. Tomate/(…) no decía nada, tampoco Argararemon, que dejaba hacer mientras controlaba “la conciencia” de Tomate y la ponía a prueba.
─ ¿Pero qué haces, so tarao?
─ La puta leche, que me armo. Que no es broma, que me pone.
Cachondo perdido, siguió manoseando a Tomate/(…), que seguía sin responder a su toqueteo. En el momento que le/la tenía más cerca, tanto que dudaba si darle un beso, milímetros separaban sus bocas, Tomate volvió a ser Tomate. Cuestión de segundos. Johnny, embelesado, ni siquiera llegó a advertir el cambio hasta que, de pronto, vio el rostro de Tomate tan cerca como nunca.
─ ¡Mierda! ¡Quita!
Johnny empujó a Tomate como quien aparta a un perro de una patada cuando se da cuenta de que está a punto de morderle.
─ ¡Cabrón! ¿Qué cojones hacías? ¿Me estabas tocando, mariconazo de mierda?
Robin no podía parar de reír.
─ ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho, Prude? A mí no me cogéis para la pirula esa. No, ni de coña.
─ Tranquilo, hombre. No ha pasado nada. ¿No te das cuenta de que he detenido la acción y has vuelto a ser tú? No soy ningún desalmado, te respeto y no consentiría que te sucediera nada que fuera en contra de lo que sé que es tu voluntad, nunca traicionaré a quien confía en mí.
─ El chiflado ese, el científico de los cojones, ¿no querrá follar conmigo?
─ De eso se trata.
La respuesta de Argararemon avivó el choteo que llevaban Robin y Johnny. Este último menos, todavía no se había recuperado de la impresión.
─ ¡Ah, no! No. No, no, no. Y no. Me han entrado ganas de potar ya con el capullo este ahí, tan cerca, el muy baboso. ¡Qué asco! ¡La hostia, qué asco!
─ No te preocupes, hombre, que yo estaré allí, nada malo te sucederá.
─ Y si me sucede dirás que si lo malo, que si lo bueno, que si todo es relativo y volverás comernos el coco otra vez.
─ Confía en mí.
─ ¿Y cuántos años tiene el sujeto?
─ Sesenta recién cumplidos.
─ ¡Encima!
─ ¿A ti qué más te da? ─dijo Robin─. ¿O estás cavilando si te lo tiras o no? ¿Ves cómo eres el mejor para tan “delicada” misión?
─ Iros a cascársela a un mono.
─ Tomate, no te sulfures, fíate de mí ─manifestó un riguroso Argararemon.
Manuel Cerdà: Prudencio Calamidad (2017). Disponible solo a través de Amazon.