Covid-19: «El mundo después de la pandemia». Un artículo ofensivo según Facebook

Tras leer el artículo El mundo después de la pandemia, escrito por Thierry Meyssan y publicado en Red Voltaire el pasado 17 de marzo, decido compartirlo en Facebook. Me parece sumamente interesante. “Tu publicación no se ha podido compartir porque el enlace infringe nuestras Normas comunitarias. Si crees que esto no infringe nuestras Normas comunitarias, comunícanoslo”, me dice el Facebook de los cojones. Para el caso que vais a hacer…, pienso, y lo intento de nuevo copiando y pegando el enlace. “Tu mensaje no se ha podido enviar porque incluye contenido que otras personas de Facenook han denunciado como ofensivo”, dice ahora. ¿Ofensivo? No salgo de mi asombro, aunque creo adivinar por dónde van los tiros. A mi juicio es un artículo que no tiene desperdicio. Entresaco algunas de las cosas que dice Meyssan y a ver si alguien ve la ofensa por algún lado. Si prefieren leerlo directamente pulsen AQUÍ.

El brusco cierre de las fronteras y, en muchos países, el cierre también de las escuelas, las ‎universidades, las empresas y los servicios públicos, así como la prohibición de festividades, ‎conmemoraciones y otras actividades colectivas, modifican profundamente las sociedades, que, ‎en unos meses, ya no serán lo que fueron antes de la pandemia.

La lucha contra la pandemia de coronavirus vino a recordarnos abruptamente que los Estados ‎están ahí para proteger a sus ciudadanos. En el mundo postcoronavirus, las «ONGs sin fronteras» ‎tendrían por ende que ir desapareciendo y los partidarios del liberalismo político tendrían que recordar que ‎sin Estado «el hombre es el lobo del hombre», según la fórmula del filósofo británico Thomas ‎Hobbes (1588-1679). Por ejemplo, la Corte Penal Internacional (CJI) acabaría siendo algo absurdo ‎a la luz del Derecho Internacional.

La lucha contra la pandemia ha venido a recordarnos que el interés general puede justificar la ‎imposición de límites a cualquier actividad humana. ‎

Esa ignorancia resulta muy útil a los grandes laboratorios occidentales, entregados a una ‎competencia desenfrenada en el sector de las vacunas y las ventas de medicamentos. Sucede ‎exactamente lo mismo que en los años 1980. En aquella época, una epidemia de ‘neumonía de ‎los gays’, identificada como SIDA en 1983, provocaba una hecatombe entre los homosexuales ‎de San Francisco y Nueva York. Cuando la enfermedad llegó a Europa, el entonces ‎primer ministro de Francia, Laurent Fabius, retrasó el uso del test de diagnóstico elaborado en ‎Estados Unidos para que el Instituto Pasteur tuviera tiempo de elaborar y patentar un test ‎francés. Estaban en juego ganancias ascendentes a miles de millones de dólares… que costaron ‎miles de fallecimientos innecesarios.

La epidemia de histeria que acompaña la expansión del coronavirus está desviando la atención de ‎la actualidad política. Cuando esta se termine y los pueblos recuperen el sosiego, el mundo será ‎quizás muy diferente.

¿Ofensa? ¿No seguir el camino marcado es una ofensa? Y mejor ya me callo.

El orden natural de las cosas (Network)

Estos días, en que la pandemia de coronavirus ha alterado –y no poco– el ritmo normal de nuestras vidas, se ha producido un considerable aumento de la audiencia de televisión, especialmente por lo que a los espacios informativos se refiere. No es la televisión, obviamente, el único medio por el que nos informamos, pero en amplias capas de la población es el principal.

“Pues lo han dicho en la tele”, o “lo he visto en internet”, son frases habituales estos días en cualquier conversación coloquial sobre el coronavirus. Esto me mueve a reflexionar acerca de la distancia que hay entre la información que nos llega y la realidad. Y la reflexión me ha llevado a recordar la película estrenada en 1976 Network, dirigida por Sydney Lumet, con Faye Dunaway, William Holden, Peter Finch, Robert Duvall y Ned Beatty en los principales papeles. La película, magnífica, se considera una ácida y corrosiva crítica contra el poder de la televisión. Y sí, lo es, pero a mi entender solo porque en 1976 la televisión era el único sistema que permitía transmitir imágenes y sonidos a distancia. Aún no existía internet. En realidad, creo que es ante todo una crítica al poder del espectáculo (y la sociedad del espectáculo), un espectáculo unitario, centralizador y despótico en su espíritu.

“En todas partes donde reina el espectáculo las únicas fuerzas organizadas son aquellas que desean el espectáculo. Así pues, ninguna puede ser enemiga de lo que existe, ni transgredir la omertá que concierne a todo. Se ha acabado con aquella inquietante concepción, que dominó durante doscientos años, según la cual una sociedad podía ser criticable y transformable, reformada o revolucionada. […] La discusión vacía sobre el espectáculo, es decir, sobre lo que hacen los propietarios del mundo, está pues organizada por el espectáculo mismo. […] Lo que se comunica son las órdenes; y, muy armoniosamente, aquellos que las han dado son también los que dirán lo que piensan de ellas”.

Son palabras de Guy Debord, de su libro Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1988). La cita que sigue corresponde a Network, a la secuencia en la que Arthur Jensen (Ned Beatty), propietario de la de la cadena de televisión UBS aclara a Howard Beale (Peter Finch), presentador del noticiero nocturno, cuál es “el orden natural de las cosas” y, por tanto, cuál ha de ser la lógica de su discurso: “No hay personas. No hay naciones. No hay rusos. No hay árabes. No hay un Tercer Mundo. No hay Occidente. Solo hay un sistema holístico, un sistema de sistemas. Solo existe el vasto dominio, enorme, interrelacionado, interactivo y multivariable del del dólar. Petrodólares, electrodólares, multidólares. Marcos, rin, rublos, libras y siclos. Es el sistema monetario internacional el que determina la vida de este planeta. Ese es el orden natural de las cosas hoy en día. Esa es la estructura atómica, subatómica y galáctica de las cosas ahora”.

Entre estas palabras y las que recogíamos antes de Debord median veintidós años, y cuarenta y cuatro del momento presente. Sin embargo, resultan de lo más actuales. Me pregunto, y les pregunto, ¿por qué será?, ¿sabremos alguna vez la verdad sobre el coronavirus, sobre el por qué del mismo? Mucho me temo que no.

“No se puede excluir la posibilidad de que este virus ‎haya sido creado en un laboratorio”, afirma Michel ‎Chossudovsky, profesor de la Universidad de Ottawa. Y en un artículo publicado en el diario italiano Il manifesto (“La epidemia de miedo se extiende por ‎el mundo‎”, 26 de febrero), el geógrafo y politólogo Manlio Dinucci señala la “existencia en Wuhan de un laboratorio biológico donde ‎científicos chinos realizan, en colaboración con Francia, investigaciones sobre virus letales, ‎entre ellos algunos enviados por el Laboratorio de Microbiología de Canadá. En julio de 2015, el ‎instituto gubernamental británico Pirbright patentó en Estados Unidos un coronavirus ‎atenuado. En octubre de 2019, el Johns Hopkins Center for Health Security realizó en ‎Nueva York un simulacro de pandemia por coronavirus utilizando un guión que, de convertirse ‎en realidad, provocaría 65 millones de muertos”.

¿Bulo? ¿Evidencia? Ni lo sé, ni lo sabré nunca. Ni ustedes tampoco. De lo que no cabe duda, por mucho secretismo se quiera, es que Estados Unidos, Rusia, China y las demás ‎grandes potencias tienen laboratorios donde se realizan investigaciones sobre virus que, al ser ‎modificados, pueden ser utilizados como agentes de guerra biológica. ¿Tiene esto algo que ver con el coronavirus? Las pandemias, recordaba director de Foreign Policy In Focus, John Feffer, siempre han estado relacionadas con los desplazamientos comerciales y militares y conducen a replantarse “cómo funciona el mundo”. Replantémonoslo, pues. Más allá del qué y del cómo, preguntémonos el por qué.

En fin, confío en que el vídeo que acabo de subir a Vimeo con los dos speech más sobresalientes de Network sirvan, en la medida que sea, a meditar acerca de ese “orden natural de las cosas hoy en día” del que en él se habla.