
Solo pintó un cuadro –que se sepa– en toda su vida, pero fue suficiente para consagrarse como líder de nueva vanguardia pictórica: el excesivismo. La obra, cuya imagen ilustra el encabezado de este artículo, lleva por título El sol se durmió sobre el Adriático y, a mi juicio, resume a la perfección todas las características y objetivos de las denominadas vanguardias pictóricas que siguieron al postimpresionismo.
El excesivismo se presentó públicamente como nueva vanguardia pictórica pocos días antes de la edición de 1910 del Salón de Artistas Independientes de París, que se inauguraría el 18 de marzo. Lo hizo a través de un manifiesto al estilo futurista, que se publicó en los periódicos, en el que se abogaba por “destruir los museos y pisotear las infames rutinas”.

Mas veamos cómo se gestó el movimiento y cómo se pintó esta obra única en todos los sentidos. La idea fue del periodista Roland Dorgelès, habitual de Montmartre y del cabaret Lapin Agile, el más antiguo de París, cuyo ambiente era más intelectual que el del resto de los cabarets parisinos. Entre sus clientes habituales, además de Dorgelès, y entre otros, estaban Guillaume Apollinaire, Charles Dullin, Maurice Utrillo, Max Jacob, Amedeo Modigliani y Pablo Picasso.
Père Frédé (Frédéric Gérard), su dueño, era músico, pintor, poeta y animador. Un individuo sin duda peculiar, de pelo y barba canosos, largos y descuidados, siempre con su pipa y su sombrero o gorra típica de los marineros. De vez en cuando cogía la guitarra y anunciaba que iba a hacer “un poco de arte”, interpretando generalmente algunos poemas de Ronsard y otras antiguas canciones. Entre tema y tema, algún joven poeta declamaba sus últimos versos sin prestar demasiada atención a la rima. Otras canciones, de procaces letras la mayoría, eran coreadas por la clientela mientras la joven Eliane, siempre sonriente, se movía por la sala con su bandeja llena de vasos. Sobre la puerta del Lapin Agile aparecía escrito en letras blancas: ‘El primer deber del hombre es tener un buen estómago’.
Frédé tenía un asno, Lolo. Y fue Lolo quien pintó con su cola la obra que expondrían en el Salón haciendo creer a todo el mundo que un tal Joachim-Raphaël Boronali (anagrama de Aliborón, el asno de Buridán), supuestamente nacido en Génova, era su autor y el principal representante de un nuevo movimiento. Contaban para ello con la colaboración del pintor Pierre Girieud y del joven crítico André Warnod, que trabajaba para la revista satírica Fantasio. Con gran regodeo, llenaron unos cubos con los colores azul, verde, amarillo y rojo y con el asno iban dando vueltas a su alrededor hasta que este se paraba junto a uno de ellos, que resultaba ser el elegido y en el que mojaban su cola, a la que habían atado un pincel. Entonces le mostraban zanahorias y tabaco, sus manjares preferidos, para estimularle y que la agitara. Llevaron a cabo la acción en presencia de un alguacil a fin de que diera fe del proceso seguido en la ejecución. El resultado fue una especie de marina recargada de color a la que pusieron el ampuloso título de El sol se durmió sobre el Adriático.
Frédé y su asno Lolo. Frédé y su asno Lolo. Lolo pintando el cuadro.
Obviamente, se divirtieron de lo lindo con la ocurrencia, pero el regocijo alcanzó su cenit cuando, inaugurada la muestra, leyeron los comentarios de los críticos. El cuadro no pasó desapercibido, y los representantes del fauvismo, el cubismo o el futurismo, las tendencias más en boga de las vanguardias pictóricas, no merecieron tanta atención. Se dijeron muchas cosas sobre él, que si era una obra que indicaba una “precoz habilidad”, “una torpeza en la factura”, “un temperamento todavía confuso y colorista” o, incluso, un “exceso de personalidad”, y se vendió ¡por cuatrocientos francos! Las carcajadas aún resuenan en La Butte. Días después, Le Matin, en cuya redacción se había presentado Dorgelès con las pruebas que revelaban la verdadera personalidad del autor, publicaba un artículo suyo con el sugerente título “Un asno, líder de una escuela”.
El excesivismo no tuvo continuidad. Ni lo pretendía, ni era esa su función. Tampoco le hubiera sido posible una vez descubierto el pastel. Lolo siguió con su cabaret, Lolo con sus zanahorias y su tabaco, y los demás pintores del Salón con sus mamarrachadas, cada vez más cotizadas. No podía ser de otro modo, pues como dice un refrán catalán “de Joseps, Joans i ases n’hi ha a totes les cases” (Josés, Juanes y asnos los hay en todas las casas).
Por cierto, a Picasso, quien unos años antes había pintado y regalado a su propietario el cuadro Au Lapin Agile, colgado en una de sus paredes, que representaba el interior del cabaret con Frédé tocando la guitarra y él mismo disfrazado de arlequín, al que parece que la broma no le agradó. Lógico.