Fotografía de la instalación ¿Dónde vamos a bailar esta noche? / Museo Bolzano.
Sucedió hace cinco años, pero sigue siendo admirable un hecho como este, una acción semejante a la que protagonizó una señora de la limpieza que mostró saber mucho más de qué va todo esto del arte contemporáneo que sus promotores y practicantes.
Fue a finales de octubre de 2015 en la espaciosa sala del Museion, el museo de arte moderno de Bolzano (Italia). Dos modelnas creadoras de eso que llaman arte conceptual, “de moda porque es fácil y porque es algo que hasta las personas sin habilidades pueden hacer” (Eric Hobsbawm, A la zaga, 1998), realizaron una chuminada –también conocida como instalación– que titularon ¿Dónde vamos a bailar esta noche? Consistía –como pueden observar en la fotografía que encabeza el artículo– en un montón de botellas de champán vacías, confetis y desperdicios varios de una supuesta fiesta que había finalizado. Con ella, las modelnascreadoras pretendían “representar el hedonismo y la corrupción política de los años 80” (del siglo pasado). Pues vale. Por pretender que no quede. Pero del dicho al hecho ya sabe. Aquello era, en definitiva, simplemente un montón de mierda.
Por mucho enterado que haya en el mundo del arte, que los hay, la única persona que supo valorar en su justo término la instalación fue la limpiadora. Le ordenaron que limpiara la planta baja del museo, y eso fue, exactamente, lo que hizo. Recogió toda aquella inmundicia y dejó la sala como los chorros del oro. Toda la basura estaba en bolsas para reciclar, lo que permitió al museo recuperar gran parte de los trastos para complacencia de enterados, pijos y esnobs. Si la señora de la limpieza confundió el arte con la basura, fue porque los demás –creadoras incluidas– confundieron antes la basura con el arte.
El País. / Goldschmeid&Chiari.
No sé si a esta mujer le costaría el puesto de trabajo su acción –en la doble acepción que el vocablo tiene en el habla coloquial y en el lenguaje artístico–. Confío en que no. Yo, la verdad, la nombraría asesora de limpieza de museos. Y, ¡hala!, a limpiarlos a fondo, que buena falta les hace.
Hoy se celebra el Día del Maestro, “festividad en la que se conmemora a las personas que se dedican a enseñar a estudiantes de manera profesional”, según leo en Wikipedia. Durante unos años, entre 1997 y 2011, fui profesor del departamento de Historia del Arte de la Universitat de València. A lo largo de dichos años fue incrementándose paulatinamente mi decepción al ver cómo funcionaba el departamento y, por extensión, la universidad en general. Terminó mi experiencia como el rosario de la aurora, largándome el último día de clase de un portazo. No me renovaron ya el contrato, lógicamente. Lo cuento más detalladamente en la entrada que en su día publiqué en este blog “El PP, el ostracismo funcionarial y mi paso por la Universidad”. Hoy quisiera hacerles partícipes de un par de actividades que llevé a cabo con los alumnos en este tiempo y que, a mi juicio, muestran bien a las claras el despropósito del del sistema de enseñanza universitaria tal como funciona, en el que lo último que se tiene en cuenta es el alumnado.
La primera fue en 1999, si no recuerdo mal. Tenía que impartir ese año la docencia de la asignatura “Escultura Contemporánea”. Ni de lejos es mi especialidad, pero son sabidos los criterios que rigen a la hora de adjudicar a los distintos profesores las asignaturas cada curso académico: antigüedad y jerarquía. Planteé una teoría al principio del curso en la que enmarcar los distintos aspectos que el temario contemplaba. La escultura de la época contemporánea, especialmente desde los inicios del siglo XX, había seguido, al igual que las demás artes plásticas, un camino que la distanciaba cada vez más de la sociedad, hasta convertirse en algo absolutamente ininteligible y en una actividad privada –eso sí, financiada por los gobiernos (siempre tan cultos sus miembros y tan preocupados por el bienestar general)– que nada tiene que decir ya a la sociedad. Nada nuevo ni original. Lo explica, mucho mejor, Hobsbawm en su excelente libro A la zaga. Por ello, afirmaba, la mayor parte del arte contemporáneo es una tomadura de pelo, siendo benignos, una mercancía que se compra y se vende en el mercado. El mercado del arte es un mercado como otro cualquiera, solo que más exclusivo, por lo irracional de los precios y el esnobismo de sus potenciales acaudalados compradores.
Preparando la exposición.
Dicha afirmación, como punto de partida, originó cierta perplejidad entre los alumnos. Así las cosas, pedí voluntarios para realizar conmigo una exposición, y cinco se prestaron a ello, cinco voluntarias para ser precisos. Ninguna tenía la más mínima experiencia en dicho campo, jamás habían esculpido ni pintado nada. Yo menos. Solicité permiso en el Centro Cultural la Beneficencia (Valencia) –que entones albergaba en sus instalaciones la Sala Parpalló, dedicada al arte contemporáneo–, al lado del Institut Valencià d’Art Modern (IVAM), y nos prestaron una sala con sus correspondientes vitrinas. A ratos fuimos haciendo con nuestras propias manos seis esculturas.
El día antes de la inauguración. Últimos retoques.
Cinco de ellas se exhibieron una mañana de un domingo de mayo dentro de una sala y la sexta la situamos fuera de ella con la finalidad de comprobar más detenidamente cuál era la reacción del público visitante. Cuando alguien se acercaba le dábamos un breve escrito en el que explicábamos que los autores de la muestra –un colectivo anónimo que creía en la democratización del arte– no consideraba que la escultura fuera digna de ser exhibida en un museo sin la aprobación general de los que la contemplaran y les pedíamos que, por ello, le dieran nombre a la obra depositando una papeleta con el título que creyeran más conveniente en una urna colocada al efecto junto a la escultura.
Consumismo.
Cinco de ellas se exhibieron una mañana de un domingo de
mayo dentro de una sala y la sexta la situamos fuera de ella con la finalidad
de comprobar más detenidamente cuál era la reacción del público visitante.
Cuando alguien se acercaba le dábamos un breve escrito en el que explicábamos
que los autores de la muestra –un colectivo anónimo que creía en la
democratización del arte– no consideraba que la escultura fuera digna de ser
exhibida en un museo sin la aprobación general de los que la contemplaran y les
pedíamos que, por ello, le dieran nombre a la obra depositando una papeleta con
el título que creyeran más conveniente en una urna colocada al efecto junto a
la escultura.
La exposición fue vista por unas trescientas personas, las
cuales visitaban también las otras salas del Centro y las del IVAM. Nadie
objetó nada, nadie dijo algo así como vaya mierda de obras, o quién demonios
habrá hecho este desaguisado. Nadie se pronunció en contra. Es más: más de
doscientos se prestaron a darle nombre. Consumismo, fue el que ganó. Conservo
las papeletas, junto con imágenes de la muestra (por desgracia, no encuentro
todas las fotografías que tomé del proceso y de la exposición). Fue, pues, un “éxito”
al menos tan grande como el que tenían el resto de las exposiciones que la
gente visitaba (por supuesto, de reputados artistas). Pensemos por un momento
qué hubiera pasado si, en vez de realizar una exposición de escultura contemporánea
(conceptual, claro, no dábamos para más) hubiésemos hecho una representación
teatral o un recital de música. ¿Qué reacción habría tenido la gente? Mejor no
probarlo. En cambio, en este caso, la gente comió gato creyendo que era liebre.
Y no pasó nada. La exposición la titulamos ¿esCULTURA?
Sí conservo un buen número de imágenes de la segunda acción,
que llevamos a cabo nueve años después, el 18 de mayo de 2008, con motivo del
Día Internacional de los Museos, de nuevo en el Centro Cultural La
Beneficencia, acción en la que pretendíamos evaluar la respuesta de la gente
ante una serie de obras que podríamos calificar de arte contemporáneo
(conceptual). Esta vez en la experiencia participó toda la clase (excepto
aquellos que por diversas razones no podían). Impartía entonces la asignatura “El
Arte desde 1950: últimas tendencias artísticas”. El “guión” era parecido. Partíamos
de la premisa que cualquier objeto, o idea, expuesto en un museo nunca es
cuestionado como arte por aquellos que frecuentan estos cementerios del arte.
Si está ahí, por algo será. Gustará más o menos, se “comprenderá” o no, pero en
ningún momento se dudará de que sea una obra artística.
Para esta “exposición” –al aire libre, en uno de los patios del Centro– los alumnos, repartidos en grupos, realizaron con sus propios medios ocho obras (esculturas). Junto a ellas, se exhibía también una obra de un artista valenciano reconocido que ya figuraba en el patio. Estas son las obras hechas por los alumnos:
Escultura 1
Escultura 2
Escultura 3
Escultura 4
Escultura 5
Escultura 6
Escultura 7
Escultura 8
Escultura 9
Esta, la “de verdad”:
A la entrada se entregaba a cada visitante una hoja impresa con las nueve esculturas que acaban de ver y con el siguiente texto:
“DEMOCRATICEMOS
EL ARTE. PARTICIPA
Con
motivo del Día Internacional de los Museos, un colectivo de artistas
valencianos ha decidido donar a este Centro dos de las obras expuestas.
Este
colectivo anónimo desearía que esas dos obras fueran elegidas por votación
popular. Le rogamos, pues, que colabore con nosotros en esta iniciativa pionera
y democrática eligiendo las dos que, a su juicio, considere de mayor interés.
Por
favor, marque con una “X” dos de las obras de esta exposición.”
Dicha hoja debían depositarla en esta urna:
¿La reacción de la gente? Observen:
Las ganadoras fueros las siguientes (votaron un total de 336
personas):
Primer lugar: Escultura núm. 9 (60 votos).
Segundo
lugar: Escultura núm. 1 (55 votos).
Tercer
lugar: Escultura núm. 7 (53 votos).
Evidentemente, la obra que consiguió el primer lugar fue la
“real”. Sus materiales, el acabado, no dejaban duda de que se trataba de una
“verdadera” escultura. Así lo entendieron los visitantes. Pero he aquí que a
tan solo 5 votos quedó la número 1 y a 7 la número 7.
¡Ah! A todos los que implicamos en ambas acciones les
explicábamos a la salida de que iba aquello. De ningún modo se trataba del
tomar el pelo a la gente. En todo caso, de que reflexionaran sobre había otros que
sí lo hacían.