El progreso –eso que llaman progreso desde una visión unidireccional de la historia– lejos de hacernos más libres, nos ha esclavizado cada vez más. Día a día aumenta la infelicidad, es el infortunio de un existir vacuo, ajeno y extraño a las voluntades, disfrazado de metáforas y alegorías, un mundo de ilusión, que no ilusionante, de imágenes perfectamente encuadradas sobre selección previa de sus distintas maneras de ser representada. No somos por nosotros mismos, no existimos más allá de la consideración de los demás. No nos juzgamos a nosotros en cuanto lo que somos, sino a los semejantes en la medida de lo que somos, de nuestras insatisfacciones e intereses. Es en el desorden que se toma por orden y en la desigualdad en tanto que consecuencia ineludible y necesaria de las reglas del juego económico que sentimos reconocer otros semejantes y, lo más importante, el ánimo se reconforta al ver que la situación de muchos es peor que la nuestra. En ese momento creemos no formar parte de los más, de aquellos que saben, aunque no siempre lo quieran reconocer, que el destino reservado a todos ellos es el mismo: conformarse si no quieren ser tachados de agitadores, resignarse a lo que la suerte les ha deparado o ser excluidos, cuando no destruidos, por antisociales, locos, violentos o subversivos, pues únicamente han de tener por horizonte ser sumisos, obedientes, han de acatar –es por su bien– las decisiones de quienes hacen y deshacen, delegando sus acciones en los representantes de un pasado reinventado bajo la forma de la apariencia y el espectáculo, los especialistas en hacer real lo ficticio mediante lo que ellos llaman política, los encargados de hacer que se respete una realidad despreciable que dicen representar en instituciones cuyo prestigio viene definido por su mayor o menor servilismo hacia los definidores, los que nos dicen qué es lo permitido, pero no lo posible, los inventores de la falsa contestación, del silencio, la inacción, los que aseguran la vida organizada, fragmentada, los perpetuadores de la tradicional división del mundo entre puteadores y puteados.
Para hacer “aceptable el engaño político que se cobija bajo el nombre de democracia, y que pase el otro engaño llamado sufragio universal, se sustituyeron las palabras amo y esclavo, señor y siervo, por estas otras más dulces y pasaderas: capitalista y obrero”, escribía Anselmo Lorenzo en 1903 (Criterio libertario). Es así, añadía, que “corporaciones e individuos han hecho condición de vida de su servidumbre al privilegio”, hasta el punto que “el Congreso se ha convertido en el monopolio de los políticos de oficio, es decir, de los ambiciosos, de los charlatanes, de los inhábiles para toda otra profesión”, o que cuanto menos no han mostrado su habilidad para ejercer otra. Tal vez porque “mientras que para ejercer una profesión cualquiera se necesita cuando menos un aprendizaje y para las de carácter más elevado se exige un título que acredite la capacidad del profesor, para legislar no se necesita más que la sans-façon del candidato y el voto del elector o el pucherazo del cacique”.
Para rematar la farsa se disfraza este de igualdad ante la ley (todos votamos, todos decidimos), algo que –sigo con Lorenzo– “es imposible por ilegal, por punible; la ley es insostenible por anacrónica; la grandeza del hombre no cabe en la pequeñez de la ley, y por añadidura tenemos la incapacidad profesional de los legisladores”. La igualdad ante la ley no es otra cosa que “un señuelo, una trampa democrático-burguesa para cazar incautos, o lo que es lo mismo, electores, progresistas platónicos, sumisos a la explotación, y, sobre todo, para convertir en cómplices a las mismas víctimas de la iniquidad, que es lo más refinado en el arte del gran timo, del arte de engañar a la multitud”.
Todos somos iguales ante el mercado. Esa frase le dio risa a Carlitos y la desmitificó en El Capital. George Orwell diría: «Todos los animales somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros». Algunos solo tenemos la fuerza de trabajo. No he leído nunca a Anselmo Lorenzo. Veo que me estoy perdiendo algo grande. Gracias cumpa. Abrazo sudaca
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Anselmo Lorenzo fue uno de los fundadores de la Primera Internacional en España, un hombre íntegro que dedicó toda su vida a educar y conseguir que los más necesitados se organizaran, cobraran conciencia de su situación y dispusieran de medios para combatir, día a día, en nuestras acciones diarias, un modelo de sociedad tan injusto como inhumano. Abrazo ‘apátrida’.
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Voy a por Anselmo. Su «abrazo apátrida» me dejó reflexionando. Hace unos años escribí al respecto en el viejo blogsito. No sé si hoy suscribiría a cada palabra de ese texto, pero si a la mayoría. Uno piensa siempre situado, como dice el filósofo Feinman. Desde estas coordenadas históricas en las que me encuentro las lecturas tienen sesgos sudacas. Disculpe que le meta temas dentro de otros. Imagino igual que no le disgustará tanto. https://elsudacarenegau.wordpress.com/2011/09/18/la-tierra-de-uno/
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«En la boca de los opresores del pueblo y de tiranos ambiciosos es donde principalmente retumba la palabra patria» (Jean-François Marmontel)
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Pingback: El arte del gran timo — EL BLOG DE MANUEL CERDÀ – Ecologia, sentido y cultura.
Me ha gustado tu artículo. Nos hemos convertido en esclavos de este sistema capitalista que nos obliga a endeudarnos porque nos han hecho creer que si no consumimos no somos nadie.
Por otro lado conozco a tantos que ocupan un sillón que no tienen ni la ESO y los ves con sus carpetas y sus carteras pasearse por la ciudad con la cabeza muy alta, pero apenas saben leer y escribir.
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Gracias, Cande. No tienen ni idea de la mayoría de las cosas y perece que sepan de todo, pues igual dirigen una área u otra, y luego tienen la puerta abierta a la empresa privada. Les va a votar su puñetera madre.
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👍
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Buenos días, Manuel. Anselmo Lorenzo (si no se la han quitado) tiene una calle en Madrid, en el Barrio del Lucero. Hace mucho pasaba por allí por el gusto de ver la placa. Fue muy bueno y esperanzador saber que también la ilusión podía estar de nuestra parte. Y la ilusión es buena mientras dura. La ilusión se va y con ella la desilusión correspondiente. Ya no quedan ni siquiera los Santos laicos… La vida, el hombre, la ilusión, los señuelos… Y en la política al uso los hay malos y peores; y los peores son muy peores, así que votaré a los malos. Un abrazo.
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Buenos días, Alfonso,
no han quitado el nombre sigue ahí. Yo seguiré a Lorenzo y no votaré. Como él escribió, «hay que romper de una vez y para siempre con la tradición mesiánica; hay que declarar definitivamente que todo mesías es un impostor».
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