
Robert Koehler: “The Strike” (1886)
No soy ningún filósofo ni he recibido instrucción alguna más allá de leer y escribir, y de aquella manera, (…) pero me ha intrigado siempre, desde que a los trece años vi reflejada la indiferencia en los rostros de quienes trabajaban con nosotros, la apatía y la más absoluta indolencia ante la injusticia, qué mueve a la gente a aceptar la sumisión y qué les conduce a creer que las desigualdades forman parte del ordenamiento natural. Piensan que hay quien nace pobre y quien tiene más suerte y lo hace en el seno de una familia rica, ¡qué le vamos a hacer!, así son las cosas, siempre habrá unos que manden y otros que tengamos que obedecer. He visto esos rostros de los que te hablaba antes transmutar de repente y revelar el odio hacia quienes les habían estado explotando durante años y años, y he visto luchar en nombre de esas ideas por un futuro mundo igualitario, hasta matar por ellas. Y luego el fracaso, y con él de nuevo los rostros, doblegados, sumisos como siempre. Me he preguntado por ello toda mi vida, he buscado en los libros la respuesta de acuerdo con mi propio albedrío y he sacado mis propias conclusiones, que pueden ser acertadas o no, pero es lo que siento. Conforme pasan los años, todo va a un ritmo cada vez más acelerado, se suceden los inventos, se mejoran toda clase de técnicas, es el progreso, dicen. Todo cambia, a mejor o a peor es cosa que no voy a discutir ahora, y lo hace cada día más aprisa, pero hay cosas que siempre permanecen. Conozco algunas grandes ciudades y todas ellas tienen en común por encima de cualquier otra cosa uno o más barrios miserables de los que esos rostros resignados forman ya parte del paisaje. Siento tristeza al contemplarlos, y rabia. Viendo esa multitud podría estar de acuerdo contigo en que un día se recogerán los frutos de tanto sacrificio. Pero no me lo creo, el hombre no puede nunca ser justo con él mismo, acepta que siempre ha de haber superiores y aspira a acercarse a ellos, los más osados a formar parte de su club. A la gente le da igual que el mundo sea injusto o desigual, lo que quiere es salir de la parte desdichada de este, lo demás le trae sin cuidado.
Manuel Cerdà: El corto tiempo de las cerezas (nueva edición 2019). Disponible en Amazon.
Reblogueó esto en El Noticiero de Alvarez Galloso.
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Muchas gracias por rebloguear, Roberto.
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Un placer y honor
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La apatía creo que no es lo mismo que la sumisión. La apatía denota desinterés, abulia. Puede ser fomentada desde la antipolítica. La sumisión es otra cosa. Ambas suelen estar planificadas por el poder. Sobre la sumisión, Franz Fanon da pistas y en la actualidad la teoría del shock puede ser un aporte (Naomi Klein).
Abrazo
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Las palabras son del protagonista de la novela y forman parte de un todo. No obstante, opino, como él, que solo el indolente, el insensible, el que no siente, es fácil presa de la sumisión.
Un abrazo y feliz día.
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Para no ser filósofo…
Una forma de salir de la parte desdichada del mundo es que esta sea cada vez más pequeña (quizás este soñando).
Un abrazo.
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Claro que estás soñando, pero nunca desesperemos, dejemos siempre la puerta abierta de par en par a los sueños. Aunque solo sea para poder seguir viviendo.
Un abrazo.
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Voy, vengo, vuelvo a ir y venir y cumpliendo años veo que hambre, miseria y mierda se extienden cada vez más por + lugares. Saludos.
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Y mucho me temo que así seguirá siendo. Confío en las personas, pero cada vez menos en el género humano.
Slaudos.
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Tal vez sea un círculo vicioso infinito, el esclavo crea al amo y el amo crea al esclavo.
No podemos esperar que el amo libere al exclavo.
Saludos Manuel
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Ni, por desgracia, esperar que el esclavo no aspire a ser amo sino una persona más de una sociedad igualitaria. Lejos de ser la solución, el ser humano es el problema.
Saludos, Leo.
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Muy buen texto, gracias al autor. Recomiendo la lectura de » Discurso de de la servidumbre voluntaria» de Étienne de la Boétie. Saludos
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