
Refugiados sirios rescatados en el Mediterráneo por la tripulación del barco italiano Grecale, en marzo de 2014 (© ACNUR/UNHCR/Alfredo D’Amato)
¡Con lo bonito que es el color azul! El color de la serenidad, de la paz, del cielo, de los mares de aguas limpias, del espacio, del infinito, de la nostalgia, de la nobleza (de sangre y espíritu). Claro que también es el color con el que los nazis marcaban a los prisioneros migrantes, el de la División que mandó el régimen franquista en 1941 en apoyo del nazismo e incluso el preferido por muchos políticos en sus logotipos y su vestimenta. Y desde ahora es también el color de la desesperación, el infortunio y la muerte. Como si todos padeciéramos tritanopia (una disfunción visual que consiste en la carencia de sensibilidad al color azul, por lo que se denomina también dicromacia azul. Pero no, lo que padecemos es de indolencia, de indiferencia.
Este pasado domingo, 7 de mayo, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, hacía pública una declaración sobre el flujo de personas en el Mediterráneo dicho fin de semana en el que, entre otras cosas, se lee:
“Desde el viernes, hemos sido testigos de la llegada a Italia de unas 6.000 personas que han cruzado el Mediterráneo, elevando la cifra total de llegadas de este año a 43.000. Estas llegadas masivas y el hecho de que más de 1.150 personas hayan desaparecido o perdido la vida mientras intentaban alcanzar Europa en lo que va de año, ponen de manifiesto que el rescate en el mar es más importante que nunca.
La ruta del Mediterráneo central desde el norte de África a Italia es con diferencia, la que los solicitantes de asilo y los inmigrantes emplean más frecuentemente para alcanzar Europa, y ha demostrado ser particularmente mortífera. Desde principios de año, una de cada 35 personas ha fallecido en el trayecto marítimo desde Libia a Italia. Solamente en los últimos cuatro días, 75 personas han perdido la vida en ella. (…)
En 2016, las ONG rescataron a más de 46.000 personas en el Mediterráneo central, lo que representa el 26% de todas las operaciones de rescate. Esta tendencia continúa, habiendo alcanzando el 33% en lo que va de año”.
Bien mirado, nada nuevo. Por desgracia. O tal vez sí: la suerte de los refugiados es cada vez más trágica y dolorosa. Nada nuevo que no sea la progresiva dificultad de las operaciones de rescate por el empeoramiento de la calidad de las embarcaciones y el aumento de las de goma en detrimento de las de madera, embarcaciones en que los traficantes no dudan en utilizar la violencia, incluyendo el asesinato sin piedad de un joven hace unos días.
Así, tampoco es nueva la indiferencia –cuando no hostilidad– con que esta crisis humanitaria de dimensiones catastróficas es recibida por los gobiernos y los ciudadanos de los países potencialmente receptores. Los hostiles, afortunadamente, son los menos. Todavía. La cifra va en aumento. Los indiferentes, los más. Y esa indiferencia no es algo baladí. Todo lo contrario: es síntoma de que en el fondo nos importan un bledo e incluso que tememos una posible competencia material (alojamiento, empleo, etc.) y cultural (el peligro de ser “desbordados” por los extranjeros). De ese modo, la hostilidad se alimenta de nuestra apatía y se sirve de ella para, en última instancia, hacer que parezcan justificables los actos violentos y agresivos.
A estos, los indiferentes, nunca llegaré a entenderlos. No hay actitud más abyecta, más repugnante. Ninguna compasión siento por sus desgracias. Tampoco sienten ellos conmiseración alguna por los infortunios de los otros. Es más: posiblemente ni siquiera les consideren unos desdichados, pues ni siquiera los consideran.
Si alguna vez que creímos que progresivamente aumentaría el número de personas que disfrutarían los beneficios de un mundo que decía caminar hacia la libertad y la tolerancia, un mundo en el que ir de un país a otro era tan simple como tomar un billete y en el que no había preocupación alguna de persecuciones policiales ni se exigía pasaporte, es más que obvio que nos equivocamos. Si es que alguna vez lo creímos.
Que disfruten de un buen fin de semana. Si lo comparan con el que pasarán miles de refugiados, seguro que lo será.
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