La mayor crisis humanitaria desde 1945

Internally displaced Somali women sit with their children inside their general shelter at the Al-cadaala camp in Somalia's capital Mogadishu

Varias mujeres con sus hijos en un centro para desplazados en Mogadiscio, la capital de Somalia. REUTERS/Feisal Omar.

En una entrevista al diario El País (9 de mayo de 2005) Jean Ziegler –Relator especial de ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008 y actualmente vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas– afirmaba tajantemente: “Un niño que muere de hambre muere asesinado”.

El pasado 10 de marzo era Stephen O´Brien, coordinador de la ONU para Asuntos Humanitarios, quien –tras visitar Yemen, Somalia y Sudán del Sur– informaba al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que, en este momento, 20 millones de personas en cuatro países (Yemen, Sudán del Sur, Somalia y parte de Nigeria) están en riesgo de hambruna e inanición, con lo que nos enfrentamos nada menos que a la mayor crisis humanitaria desde 1945. Fue destacada noticia mediática, pero enseguida dejó de serlo. Otras cosas demandaban la atención, el espectáculo mediático debía continuar.

El drama, no obstante, sigue siendo el mismo. Nada ha cambiado en estos cuatro días. Volvamos, pues, a las declaraciones de O’Brien, quien –tomo estos datos del Centro de Noticias ONU– recordaba que el elemento en común en los países en riesgo de hambruna es que todos viven un conflicto armado, lo que, seguía, “quiere decir que tenemos la posibilidad de prevenir y poner fin a la miseria y el sufrimiento. La ONU y sus socios están listos para ampliar sus operaciones, pero necesitamos acceso y recursos para hacerlo. Todo es prevenible. Es posible evitar estas crisis, para evitar estas hambrunas, para evitar estas catástrofes inminentes”.

¿Cómo? Con la protección adecuada y la ayuda material, es decir, con dinero. O´Brien cifra la cantidad necesaria en 4.400 millones de dólares (poco más de 4.100 millones de euros). ¿Mucho? Una minucia. Solo el “rescate” bancario en España nos ha costado a los españoles 41.786 millones, de momento. En 2008 la mayor aseguradora de Estados Unidos, AIG (American International Group) solicitó, para evitar la quiebra, el rescate. Recibió una inyección de 182.000 millones de dólares de dinero público.

Con ejemplos como estos confeccionaríamos una larga y vergonzosa lista que muestra que la economía global se lucra a base de especular y empobrecer a quienes no forman parte de su elitista y excluyente círculo. El neoliberalismo, con su política económica, ha empobrecido cada vez más los sectores deprimidos y fomentado las desigualdades. Hay hambre porque las relaciones políticas y económicas son injustas y se negocia con los alimentos, porque el comercio internacional se basa en el lucro, la esclavitud y el expolio todo tipo de recursos en beneficio de una minoría de países y élites corruptas. En la actualidad, solo diez multinacionales tienen el oligopolio de los alimentos en el mundo.

El desarrollo tecnológico y científico alcanzado ha creado más riqueza que nunca en toda la historia de la humanidad y la producción de productos alimentarios jamás ha sido tan elevada. Los responsables de esta tragedia, en principio, son obviamente los organismos internacionales, los gobiernos y los partidos políticos parlamentarios. Organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, en cuyas decisiones los ciudadanos no tienen nada que ver, determinan cuáles son las prioridades económicas y sociales que han de seguir los Gobiernos. Mientras, los partidos políticos, enfrascados en sus cuestiones domésticas y movidos por perpetuarse y alcanzar el poder, se limitan a adecuar sus programas a las directrices marcadas por aquellos, con lo que reducen e hipotecan su margen de maniobra. Unos y otros, lejos de plantear soluciones se convierten, así, en los mayores cómplices de este crimen masivo.

Ahora bien, ¿ellos únicamente? Ni mucho menos. Y no me refiero ahora a que votemos o dejemos de votar determinada opción, o no votemos como señal de rechazo de este sistema, sino a aspectos más cotidianos, aparentemente banales, a nuestros gustos, deseos, aficiones… Estos, a mi juicio, muestran que hemos interiorizado que la desigualdad forma parte de nuestra naturaleza social hasta tal punto que consideramos normales procederes que, también a mi juicio, rayan la obscenidad, o son obscenos de por sí. Vemos en los medios de comunicación, y no solo en los rosa, noticias sobre toda clase de despilfarros y excesos protagonizados por famosos –famosos ricos, claro– de cualquier índole que dilapidan el dinero sin freno y sin pudor. Sin embargo, estas acciones pocas veces se critican, se consideran simples excentricidades. Así las percibimos nosotros también. Se trata de personajes famosos a los que respetamos, copiamos, seguimos o incluso envidiamos. ¿Es que acaso no se trata de su dinero?, ¿no pueden hacer con él lo que quieran?, objetarán también. Pues, mire usted, no. Será todo lo legítimo que quieran, pero ello no excluye que, como decía antes, sean obscenos. Una cosa es la legalidad, otra la ética y la justicia, y una sociedad que ve las cosas de este modo es una sociedad democráticamente deficitaria, carente de valores.

¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Tal vez a causa de nuestra indiferencia, de nuestra impasibilidad ante cualquier cosa que no nos afecta directamente? Ya lo dijo Dickens: “La caridad termina en mi casa, la solidaridad empieza en la puerta siguiente”. ¡Se nos debería caer la cara de vergüenza! “Sin esfuerzos colectivos y coordinados a nivel global, la gente simplemente morirá de hambre. Muchos más sufrirán y morirán por enfermedades», concluía O´Brien. Si sucede, todos seremos culpables. En mayor o menor medida, pero sin excepción.

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