Silencioso asesinato en masa

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“Un niño que muere de hambre muere asesinado”. Son palabras de Jean Ziegler, Relator Especial de ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008 y, actualmente, vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Las dijo en una entrevista al diario El País que se publicó el 9 de mayo de 2005.

Han pasado once años y no han perdido vigencia. Todo lo contrario. El periodista y escritor argentino Martín Caparrós, en su libro El hambre (2014), se hace eco de las grandes cifras de esta vergüenza: cada cinco segundos un niño de menos de diez años muere de hambre en un planeta que sin embargo rebosa de riquezas, cada día mueren en el mundo 25.000 personas por causas relacionadas con el hambre, más de 800 millones de personas pasan hambre en el planeta Tierra, un niño de menos de cinco años que no come suficiente habrá perdido su oportunidad para formar las neuronas necesarias y nunca será lo que podría haber sido. El problema del hambre –y la paradoja– “no  no es el desarrollo, sino quién lo controla. Es un problema político”.

En ello incide también Ziegler. El aumento global del precio de los alimentos está llevando –dice– a un “silencioso asesinato en masa” en los países más pobres del mundo. “La monopolización los ricos en la tierra” es responsable directa de las hambrunas que periódicamente se dan en los países pobres. “El hambre no ha sido cosa del destino desde hace mucho tiempo. Más bien hay un asesinato detrás de cada víctima. Es un silencioso asesinato en masa”, afirma Ziegler, quien añade: “Tenemos una multitud de empresarios, especuladores y bandidos financieros que han convertido en salvaje un mundo de desigualdad y horror”.

Así las cosas, el economista, periodista y activista inglés Raj Patel –autor de un espléndido libro titulado Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial (2008)– escribe: “El sobrepeso es un síntoma y una consecuencia de la manera en que se producen los alimentos. El sistema actual de producción y el consumo alimenticio están sobre la base del capitalismo. Las empresas tienen todos los motivos del mundo para incitarnos a comer más y para ello utilizan nuestras ansias. (…) Nos cuentan que el sobrepeso es una cuestión individual. (…) no es una cuestión individual, sino social. (…) los países pobres no tienen ningún modo de controlar lo que comen (…) Los Gobiernos podrían intentar controlar los precios y aplicar políticas que nos ayuden a comer de un modo más saludable, apoyando la agricultura sostenible, por ejemplo. Pero básicamente hay que romper con los oligopolios”.

El problema no es, pues, la falta de alimentos. Producimos en cantidades suficientes para alimentar a toda la población mundial. El problema es su distribución, como todo en manos de unos pocos.

Es por esta razón que el problema hambre, como decía Martín Caparrós, no es el desarrollo, sino quién controla la distribución de los alimentos. En la actualidad, solo diez multinacionales tienen el oligopolio de los alimentos en el mundo. En consecuencia, el problema afecta también a los países desarrollados. Según un informe de Intermon Oxfam de diciembre de 2015, en España los más castigados por la pobreza y el hambre son los más vulnerables: los niños. Uno de cada cuatro vive en situación de pobreza y el 39% de la población infantil tiene carencias serias en su dieta, sobre todo de carne y pescado por su elevado precio. Casi tres millones de niños viven en riesgo de exclusión social o extrema pobreza, es decir, el 33,8% de la población infantil (en 2008 eran menos de 2 millones).

Triste, muy triste.

Un pensamiento en “Silencioso asesinato en masa

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