Lo que al principio nos pareció trascendente acaba siendo insustancial a fuerza de reproducirse cada vez con menos intensidad, por ya sabido. Ya nada sucede ni sucederá que nos maraville, ni siquiera que nos asombre, más allá de los accidentes que nos depare la fatalidad. Soñar no cuesta nada, dijo alguien un buen día, y luego la sentencia se repitió hasta la saciedad, pero soñar puede costarte la vida. No es de extrañar que se produzcan tantas lobotomías de espíritu, es una manera de blindarse ante la propensión a la ensoñación, a creer que si hoy no sucede nada mañana será distinto, y si no pasado mañana, o el otro.