Cuando se acercan unas elecciones nos cansamos de leer y de escuchar que el día de las votaciones es el de la fiesta de la democracia. ¿Por qué, entonces, son tantos en España los que no quieren que se repitan elecciones? ¿La gente no quiere fiesta? ¿No quiere participar en tan solemne celebración? No entiendo nada. A no ser que, como escribió Bertolt Brecht en su libro Historias del señor Keuner (1930), toda esta parafernalia sea como aquel arbusto que “estaba plantado en un macetón y se empleaba en las fiestas como elemento decorativo”. Y la gente se ha cansado de que la decoración sea siempre la misma. O que prefieran el trabajo a la fiesta, la rutina a la variación, lo cotidiano a lo excepcional. La conformidad en definitiva, pues no hay fiesta que valga, ¡oiga!, que lo que está en juego es otra cosa, es que quiero que me resuelvan mis problemas, ¡ya!, ¡quién sea! Puede que tuviera razón Tocqueville cuando decía que el individualismo es un estado natural del ser humano. Y es que cuando se trata de dinero todos somos de la misma religión, que dijo Voltaire.
Querrás decir MEMOCRACIA.

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