La Revolución rusa: su legado

October Revolution anniversary

El escritor austriaco Karl Kraus, siempre ‘políticamente incorrecto’, escribió en un artículo que publicó en su revista Die Fackel (La Antorcha) en 1920: «Dios nos conserve siempre el comunismo, para que esta chusma [los capitalistas] no se torne más desvergonzada y para que por lo menos, cuan-do se vayan a dormir tengan pesadillas.» (cit. Josep Fontana, “A los cien años de 1917. La Revolución y nosotros”, en 1917. La Revolución rusa cien años después, 2017). Y es que sin el temor del poder político y económico occidental al comunismo –así, en abstracto– el Estado de bienestar del que disfrutamos (en pasado) los habitantes de los países europeos capitalistas es más que probable que ni siquiera lo hubiéramos conocido.

La prueba es que, tras la caída del Muro de Berlín, el capitalismo –el financiero siendo más precisos– mostro su notable capacidad de restructuración económica de la mano del neoliberalismo y empezó su desmantelamiento progresivo. Tras convertir Chile, mediante el orquestado golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, en una especie de laboratorio donde experimentar la política económica ultraliberal, poco más tarde Margaret Thatcher y Ronald Reagan pusieron en práctica dicha política en Occidente, lo que nos llevaría a eso que llaman crisis y a un cada vez mayor deterioro del nivel de bienestar social y de continuada pérdida de derechos y libertades.

Con el definitivo desmoronamiento de la Unión Soviética (1991) terminaba el mundo dividido y, historiográficamente hablando, el siglo XX, pues –como acertadamente señaló Hobsbawm– no son los años los que fijan los límites de los periodos de la historia, sino los procesos sociales y económicos. Se iniciaba un tiempo histórico nuevo con Estados Unidos como único poder global y su modelo político-económico-social como único posible. Se cerraba una batalla por la conquista de la mente humana, que dijo Kennedy, y comenzaba un nuevo tipo de sociedad “constituida por un conjunto de individuos egocéntricos completamente desconectados entre sí que persiguen tan solo su propia gratificación (ya se la denomine beneficio, placer o de otra forma)” (Hobsbawm: Historia del siglo XX). El capitalismo había impuesto su lógica, había triunfado. Y en esas seguimos.

“Aunque los sucesores de Stalin no volvieron a recurrir nunca al terror en esta escala [la de Stalin], conservaron siempre un miedo a la disidencia que hizo muy difícil que tolerasen la democracia interna. Consiguieron, así, salvar el Estado soviético, pero fue a costa de renunciar a avanzar en la construcción de una sociedad socialista. El programa que había nacido para eliminarla tiranía del Estado terminó construyendo el Estado opresor.

A pesar de ello, las influencias del comunismo soviético sobre los movimientos revolucionarios del mundo entero siguió siendo percibida como una amenaza por los miembros de la coalición de los países capitalistas, dirigida por Estados Unidos, que después de la Segunda Guerra Mundial organizó la ficción de la ‘guerra fría’ para contener la ‘amenaza de la Unión Soviética’, a la vez que una cruzada global contra el ‘comunismo’, un nombre que aplicaban a todas las ideas o movimientos que pudieran significar un obstáculo para el desarrollo de la ‘libre empresa’” (Fontana: “A los cien años de 1917. La Revolución y nosotros”).

Identificar comunismo con estalinismo lo convertía en una dictadura, como pudiera ser el fascismo o el nazismo, un régimen totalitario en definitiva, que concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial. Y, claro, todo totalitarismo es malo. ¿Qué queda? La democracia. Precisamente la democracia era lo que la Revolución rusa quería alcanzar, entendiendo esta como el poder del pueblo, que es lo que etimológicamente significa. No es esta la democracia de que hacen gala los países capitalistas, supeditados al mayor de los totalitarismos, el del capital financiero.

Cito de nuevo a Fontana (“La Revolución que reinventó el mundo”, artículo introductorio que abre la serie de artículos “Debate sobre la Revolución de 1917” del diario Público con motivo de su centenario):

A partir de 1968 (…) el ‘socialismo realmente existente’ mostró claramente sus límites como proyecto revolucionario, cuando en París renunció a implicarse en los combates en la calle, y cuando en Praga aplastó las posibilidades de desarrollar un socialismo con rostro humano. Perdida su capacidad de generar esperanzas, dejó también de aparecer como una amenaza que inquietase a las clases propietarias de ‘occidente’, lo cual las permitió retirar las concesiones que habían hecho hasta entonces, al tiempo que la socialdemocracia se acomodaba a la situación y aceptaba plenamente la economía neoliberal.

En los años ochenta, en momentos de crisis económica y de inmovilismo político, los ciudadanos del área controlada por la Unión Soviética decidieron que no merecía la pena seguir defendiendo el sistema en el que habían vivido durante tantos años. El testimonio de un antiguo habitante de la Alemania oriental que hoy vive en Estados Unidos ilustra acerca de la naturaleza de este desengaño. Sabíamos entonces, afirma, que lo que nuestra prensa decía sobre nuestro país era un montón de mentiras, de modo que creímos que lo que decía sobre ‘occidente’ era también mentira. No fue hasta llegar a Estados Unidos que descubrió que era verdad que había mucha gente en la pobreza, viviendo en las calles y sin acceso a cuidados médicos, tal como decía la prensa de su país. Hubiese deseado, concluye, haberlo sabido a tiempo para decidir qué aspectos de las sociedades de occidente merecía la pena adoptar, en lugar de permitir a sus expertos que nos impusieran la totalidad del modelo neoliberal”.

Algo parecido al testimonio que recoge Fontana me sucedió hace unos días en el bar donde suelo almorzar, cuya dueña es rumana, ahora también española. Llegó aquí hace catorce años, en 2003, trece después de ser ejecutado Ceaucescu con su esposa por fusilamiento en una farsa de juicio, siendo sus horas finales transmitidas por televisión, imágenes que todos contemplamos atónitos, más aún muchos rumanos, pues encima ocurrió el día de Navidad, un día con mucho arraigo en Rumanía, de tradición secular, que se celebra con gran entusiasmo y armonía familiar. Me contó que su padre, que no tenía una afinidad ideológica concreta, lloraba preguntándose qué clase de espectáculo estaban dando al mundo. ¿Y ahora?, le pregunté. ¿Ahora?, pues los que estaban bien posicionados son muy ricos y los otros están igual que antes o peor.

Regreso a Fontana, a su texto “A los cien años de 1917. La Revolución y nosotros”:

“No hay en estos momentos alternativas como las que en pasado aportaba la socialdemocracia para generar esperanzas de reformas y mejoras. Gabriel Zucman señala que la desigualdad está creciendo en todas partes en beneficio del 0,1 por 100 de los más ricos; pero que, como esto no se percibe ahora como un problema al que haya que poner remedio, lo más probable es que siga creciendo de forma acelerada, extremando la división que separa el pequeño núcleo de los que se benefician de ello de la gran mayoría de los que se empobrecen. Una desigualdad que parece en camino de llegar con el giro a la derecha que ha implicado la elección de Donald Trump.

A los cien a años de la revolución de 1917 parece que la única alternativa global debe basarse en un proyecto popular transnacional, integrado por componentes muy distintos de los partidos tradicionales del pasado: fuerzas como las que hoy surgen desde abajo, de las luchas cotidianas de los hombres y las mujeres.

Algo que en algún modo recuerda la invocación que Lenin hacía en 1917 a ‘la revolución socialista mundial’; pero que, en este caso, deberá construirse de nuevo de acuerdo con las circunstancias y necesidades del mundo en el siglo XXI”.

Así pues, ¿hay que empezar de nuevo? ¿Otra vez? Permítanme que termine con un par de párrafos de mi novela Adiós, mirlo, adiós (Bye Bye Blackbird), en la que abordo los mecanismos empleados por la CIA para asegurar ese mundo del pensamiento único, en el que el protagonista, Sam Shuterland, dice al respecto:

Cuando se afirma que esta es una sociedad democrática, en realidad se está diciendo que las instituciones, los partidos, las leyes del capitalismo, la forma de vida que este ofrece, eso que ahora está tan de moda denominar Estado de bienestar, es la única alternativa posible. O eso, o el totalitarismo. Quieren identificar democracia con capitalismo, y no es así: la democracia, tal como yo la entiendo, y presumo que tú también, se acerca más a una sociedad comunista que a una capitalista. De ahí el interés de identificar comunismo con estalinismo. Claro que, todo sea dicho, Stalin está poniendo las cosas muy fáciles para que así sea. No duda en utilizar métodos fascistas para acabar con cualquier oposición. Una burocracia se ha instalado en la Unión Soviética, ha usurpado el poder a los obreros y olvidado que la revolución socialista ha de tener necesariamente un carácter internacional. Ahora bien, si las personas no cambiamos, abrazamos unos valores y defendemos unos derechos que estimamos irrenunciables porque sin ellos no podemos, no sabemos vivir, poca cosa haremos.

Al responder su interlocutor que es necesaria, por tanto, una vanguardia que aglutine los sectores más conscientes y activos del proletariado, responde Sam:

Una vanguardia, dices. Una minoría política que canalice la insatisfacción de la mayoría. ¿Y después? Esa vanguardia llega al poder, con loables intenciones, las más nobles, las que van a instaurar una sociedad justa, igualitaria, socialista, comunista, verdaderamente democrática, llámala como quieras. Llega al poder y ¿qué pasa? Que se burocratiza, como ha sucedido en la Unión Soviética, y aparece de nuevo la desigualdad, la insatisfacción, regresan los privilegios, las clases.

Por supuesto este diálogo es mera ficción, pero como dijo el escritor Tom Clancy, la diferencia entre realidad y ficción es que la ficción tiene mayor sentido.

Gracias por su visita. Que les vaya bien (o lo mejor posible).

 

 

3 pensamientos en “La Revolución rusa: su legado

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