Chile, 11 de septiembre de 1973

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Última imagen del presidente chileno Salvador Allende, en el exterior del Palacio de La Moneda, acompañado del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), su servicio de guardia personal, durante el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973 (The New York Times, 26 de enero de 1974. Fotografía de Leopoldo Víctor Vargas ©)

El 11 de setiembre de 1973 tuvo lugar un golpe de estado en Chile encabezado por el abyecto Augusto Pinochet que terminó con la vida del presidente Salvador Allende y con el proyecto de la llamada “vía pacífica hacia el socialismo”.

En 1970 la democracia cristiana perdió las elecciones a favor de la Unidad Popular, dirigida por el socialista Salvador Allende. Este aceleró el programa de nacionalizaciones y la reforma agraria, aumentó el poder adquisitivo de las clases populares y programó cambios estructurales y la reforma de la constitución de 1925. La crisis mundial de 1973 y la oposición de la derecha y de la democracia cristiana neutralizaron los esfuerzos de la Unidad Popular (partidos socialista y comunista y otros grupos de izquierda).

En plena guerra fría, su proceso constituía un ejemplo que podía ser seguido por otros países. Y esto no se podía consentir. Allende nacionalizó la banca, las minas de cobre y algunas grandes empresas. Los intereses económicos de la clase dirigente y del capital estadounidense resultaban claramente dañados.

Así, el 11 de septiembre de 1973 la ultraderecha dio un golpe de estado militar, promovido por los Estados Unidos y estableció una dictadura militar, presidida por Pinochet. El nuevo régimen abolió el parlamentarismo, aniquiló los sectores progresistas chilenos –3.216 ejecutados políticos, de los cuales mil permanecen desaparecidos– e impuso un liberalismo económico drástico que favoreció el regreso de las compañías extranjeras desde 1975, devolvió los latifundios expropiados y abandonó la industria nacional aduciendo que no era competitiva con la extranjera. Chile se convirtió, de este modo, en una especie de laboratorio donde experimentar la política económica ultraliberal que más tarde pondrían en práctica Margaret Thatcher y Ronald Reagan y que nos llevaría a eso que llaman crisis y que no es más que la culminación de un proceso largamente preparado.

Además del sufrimiento, del dolor, de sumir al país en la tristeza y en el miedo, de torturar y matar impunemente, el coste social de la nueva política fue enorme: el poder adquisitivo de las clases trabajadora y media se hundió, la inflación no disminuyó substancialmente y la desocupación alcanzó índices extremos.

Allende murió –se suicidó– durante el asalto al Palacio de la Moneda. Pinochet lo hizo en su cama.

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