
Migrantes haciendo cola en la isla de Ellis para pasar los correspondientes exámenes médico y administrativo (1892).
El Bretaña se aproximaba a la bahía de Nueva York. Desde cubierta se veían cada vez más altos los edificios, se agrandaban por momentos. El barco se detuvo en la isla de Ellis. La cercana estatua de la Libertad parecía darles la bienvenida. Samuel creyó que ya habían llegado pero no era así, allí solo desembarcaron los pasajeros de tercera clase, migrantes que habían dejado su país y con ello, creían, también su infortunio. Estados Unidos era para millones de trabajadores de finales del siglo XIX y principios del XX la tierra de las oportunidades, la esperanza de lograr una vida digna con su esfuerzo.
De pronto, junto al barco, entre vallas de madera, vio alineados –no supo calcular el número, puede que un centenar– a hombres, mujeres y niños, compañeros suyos de viaje de los que en ningún momento advirtió su presencia. La expresión de sus rostros, no obstante, le resultaba familiar: evidenciaban esa apatía que caracteriza a los perdedores, a los ya derrotados antes de emprender batalla alguna. ¿Dónde estaba toda esta gente?, preguntó al capitán. Abajo, son los que vienen buscando mejorar su suerte, los que viajan en tercera clase, no tienen acceso a las plantas superiores, respondió este. Claro, claro, entiendo, dijo Samuel.
El barco siguió hacia la bahía alta una vez que los pasajeros de tercera hubieran abandonado el buque para pasar los correspondientes exámenes médico y administrativo. Los nativos blancos estadounidenses de las clases media y alta no querían en sus tierras a inmigrantes de los pueblos eslavos o mediterráneos, ni semitas; para ellos suponían una carga o una amenaza para la seguridad de la cada día más próspera nación que hacía del progreso seña de identidad nacional.
Manuel Cerdà: El corto tiempo de las cerezas (2015).
Publicada originalmente en: https://musicadecomedia.wordpress.com/2015/11/03/en-la-isla-de-ellis/