La Revolución rusa: la Revolución de Octubre

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Manifestantes civiles y soldados que se unieron a la Revolución (1917).

Como decíamos en el primer capítulo de esta serie de seis sobre la Revolución rusa con motivo de conmemorarse su primer centenario, publicado este martes, 7 de noviembre, otro 7 de noviembre, este de 1917, la Guardia Roja tomaba sin resistencia el Palacio de Invierno en Petrogrado (actual San Petersburgo), residencia oficial de los zares y capital de Rusia. Comenzaba así la conocida como Revolución de Octubre, pues en aquellos años Rusia se regía por el calendario juliano, según el cual dicha fecha correspondía al 25 de octubre.

De golpe, todo el edificio del Estado ruso se vino abajo. La movilización social era de tal calibre, y la fragilidad del régimen tan acentuada (las tropas del zar se negaron a atacar a la multitud y empezaron a fraternizar con ella), que –como dice Hobsbawm (Historia del siglo XX)– “llegado el momento, no fue necesario tomar el poder, sino simplemente ocuparlo”. Se ha dicho, añade, que hubo más heridos durante el rodaje de la película de Eisenstein Octubre (1927) que en el asalto al Palacio de Invierno.

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Asamblea obrera en la fábrica Putílov de Petrogrado (actual San Petersburgo) en febrero de 1917.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, Lenin y los bolcheviques se opusieron rotundamente a la conflagración, cosa que hicieron también muchos de los partidos socialistas de la II Internacional, aunque no todos. Los desastres de la guerra más brutal y mortífera de cuantas habían tenido lugar a lo largo de la historia, hacían mella, cada día más, entre los soldados y la población civil. Un sentimiento antibelicista se propagó entre las clases populares. El socialismo vio reforzada su influencia política y el movimiento obrero organizado de las grandes fábricas de armamento protagonizó las mayores movilizaciones sociales.

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Enfrentamiento entre los bolcheviques y las fuerzas del orden (Petrogrado, marzo de 1917).

La desastrosa participación de Rusia en la guerra desembocó en una revuelta popular. El 25 de febrero de 1917 las huelgas se sucedían sin interrupción. El 27 se formaba el Comité Ejecutivo del Sóviet Supremo de Petrogrado y el 2 de marzo abdicaba el zar. Se formó entonces un Gobierno provisional compuesto por las fuerzas liberales y demócratas, pero junto a él estaba el verdadero órgano que había dirigido la revolución: el Sóviet de Petrogrado.

El 9 de abril Lenin regresaba a Rusia tras un largo exilio, siendo recibido como un héroe por obreros y soldados. Al día siguiente presentaba en un discurso que dio en el Palacio Táuride de Petrogrado sus Tesis de Abril, el programa de una nueva revolución que transferiría el poder al proletariado y a los campesinos más pobres: “La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado”.

A lo largo de la primavera los Comités obreros de fábrica se atribuyeron el ejercicio exclusivo de su autoridad en la fábrica, los campesinos se apoderaron de la tierra y la repartieron entre ellos y en las unidades militares se formaron Comités de Soldados. El ejército, por su parte, se desintegraba y los soldados que regresaban a sus aldeas se pusieron del lado de la revolución.

Desde abril hasta octubre, Lenin trató de concentrar en torno a su programa la adhesión de su propio partido y la de los sóviets. Ahora contaba también con la inestimable colaboración de Trotski, quien el 5 de mayo había regresado de su exilio en Nueva York con el convencimiento de que el Partido Bolchevique, bajo la dirección de Lenin, era el único que podía dirigir la revolución inconclusa y llevar a los trabajadores al poder.

La adhesión de su partido la consiguió en verano de 1917, la de los sóviets fue más difícil. En junio, cuando se reunió el Primer Congreso Panruso de los Sóviets (máximo órgano de gobierno), Lenin anunció que su partido estaba preparado para tomar el poder; pero, los delgados mayoritarios eran los socialistas revolucionarios (285), seguidos de los mencheviques (248), quedando en último lugar los bolcheviques (105). Sin embargo, la autoridad y el prestigio del Gobierno provisional y de aquellos que le apoyaban estaban desgastándose rápidamente, la gente estaba cansada de la guerra y exigía una rápida solución a la cuestión agraria. La influencia de los bolcheviques iba creciendo rápidamente en las fábricas y en el ejército. En septiembre, tras el abortado golpe derechista del general Kornilov, los bolcheviques obtuvieron la mayoría en los sóviets de Petrogrado y Moscú. Lenin resucitó la consigna ‘todo el poder para los sóviets’, ya enunciado en abril, que suponía un desafío directo al gobierno provisional y el Comité del Partido Bolchevique decidió preparar una toma inmediata del poder

El 25 de octubre, la Guardia Roja, formada por obreros industriales, avanzó sobre el Palacio de Invierno. Fue un golpe sin sangre. El Gobierno provisional se vino abajo sin resistencia. El golpe se había preparado para coincidir con el Segundo Congreso Panruso de los Sóviets y al día siguiente del golpe comenzaron las sesiones del Congreso, donde esta vez los bolcheviques tenían la mayoría y asumieron por tanto la dirección del acto. El Congreso Panruso de los Sóviets aprobó la disolución del gobierno provisional y el paso del poder a los sóviets, al igual que tres importantes decretos:

  1. Comienzo de negociaciones en pro de una ‘paz justa y democrática’ sin anexiones ni indemnizaciones, a la vez que se pedía ayuda a los obreros de los países beligerantes para poner fin a la guerra.
  2. Abolición de las propiedades de los terratenientes sin indemnización. La propiedad privada de la tierra quedaba abolida a perpetuidad, el derecho de usufructo se otorgaba a todos los campesinos rusos que las trabajaran con sus propias manos.
  3. Se creaba un Consejo de Comisarios del Pueblo, como Gobierno Provisional Obrero y campesino, que gobernaría el país bajo la autoridad del Congreso Panruso de los Sóviets y de su Comité Ejecutivo, hasta la formación de la Asamblea Constituyente. Para cumplimentar este mandato, que desde febrero habían reclamado tanto los sóviets como el Gobierno provisional, se celebraron elecciones que ya estaba convocadas para el 25 de noviembre. En un país esencialmente rural, el resultado fue desfavorable a los bolcheviques. Los socialistas revolucionarios obtuvieron la mayoría absoluta con 267 de los 520 diputados, frente a 161 de los bolcheviques.

Cuando los diputados electos se reunieron en enero de 1918, el Gobierno Obrero y Campesino estaba firmemente establecido en Petrogrado y era improbable que abdicara en favor de un grupo que representaba los ‘confusos’ intereses de las áreas rurales. Así las cosas, el Gobierno impidió por la fuerza que la Asamblea Constituyente volviera a reunirse. Los bolcheviques minimizaron el hecho de dar la ‘espalada a las convenciones de la democracia burguesa’, teniendo en cuenta el desfase existente en la sociedad rusa en el momento en que el Gobierno provisional había convocado las elecciones y su celebración tras la toma del poder por los bolcheviques. Sin embargo, el abandono de esta ‘convención’ democrática se puede considerar el primer paso para el establecimiento en Rusia de una dictadura de partido único. Uno de los presagios más lúcidos fue el de Rosa Luxemburgo, admiradora de Lenin y de otros muchos aspectos de la revolución bolchevique: “(…) Es cierto que toda institución democrática tiene sus límites y defectos, hecho común a la totalidad de las instituciones humanas. Pero el remedio inventado por Trotski y Lenin, la supresión de la democracia en general, es aún peor que el mal que se quiere evitar. Sofoca, en realidad, la fuente viva de la que únicamente pueden surgir las correcciones de las insuficiencias congénitas a las instituciones sociales: una vida política activa, libre y enérgica de las más amplias masas. (…) Pero la cuestión no se agota con la Asamblea Constituyente y el derecho electoral; no hemos considerado aún la abolición de las garantías más importantes para una vida pública sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de prensa, de agitación y de reunión, que han sido denegadas para todos los adversarios del gobierno soviético. Ante estas violaciones, las mencionadas argumentaciones de Trotski sobre la pesadez de los cuerpos electorales democráticos, están lejos de ser concluyentes. Por el contrario, es un hecho notorio e incontestable que, sin una ilimitada libertad de prensa, sin una vida libre de asociación y de reunión, es totalmente imposible concebir el dominio de las grandes masas populares”. (La Revolución Rusa, 1917).

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Lenin y Trotski con soldados de Petrogrado (1917).

Tras la toma del poder y la disolución de la asamblea constituyente, pocas personas imaginaron en Europa Occidental que el régimen revolucionario pudiera subsistir más allá de unos pocos días o semanas. Ni los mismos dirigentes bolcheviques estaban convencidos de ello. A no ser que la revolución se extendiera a Europa. La autoridad del Gobierno Obrero y Campesino apenas se extendía más allá de Petrogrado, las fuerzas armadas a su disposición solo eran unos pocos miles de guardias rojos y se estaban organizando ejércitos de cosacos y ‘rusos blancos’. Como escribió Edward Hallet Carr en su magna obra A History of Soviet Russia (14 volúmenes, publicada entre 1950 y 1978 y traducida al castellano como Historia de la Rusia de la Rusia Soviética –los tres tomos que abarcan de 1917 a 1923– por Alianza Editorial), que sigue siendo la más ambiciosa, más reconocida y mejor documentada historia de la Revolución rusa, “Para los bolcheviques había sido fácil derribar al raquítico Gobierno provisional. Sustituirlo, establecer un control efectivo sobre el caos en que estaba sometido el territorio del difunto Imperio ruso, y crear un nuevo orden social que enlazara con las aspiraciones de las masas obreras y campesinas que habían visto en los bolcheviques a sus salvadores y liberadores, era una tarea mucho más formidable y compleja”.

De esta tarea colosal, que había que acometer cuanto antes –el tiempo apremiaba– nos ocuparemos mañana. Espero. Ya les comenté que, con las correcciones de mi última novela, Prudencio Calamidad, que no tardará en salir, se me ha echado el tiempo encima y voy un tanto a salto de mata.

Gracias por su visita. Que les vaya bien (o lo mejor posible).

La Revolución rusa: la decadencia del zarismo y la Revolución de 1905

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La decadencia del zarismo y la penetración del marxismo 

Tres grandes rasgos caracterizan la Rusia zarista desde el último tercio del siglo XIX hasta el estallido de la Revolución de 1917:

  1. Era una sociedad eminentemente agrícola en la que la servidumbre había sido abolida en 1861. Los siervos pasaron a ser “aldeanos libres”, pero en la práctica no eran otra cosa que “campesinos sin tierras” que dependían del mir (comunidad campesina cuyas tierras se poseían y labraban en común). Los mir se mantuvieron hasta las reformas agrarias de 1906-1911 y fueron determinantes en el fracaso de crear una ‘clase media’ rural.
  2. Entre 1870 y 1914, no obstante, se produjo un espectacular crecimiento del sector industrial con la creación de grandes factorías de avanzada tecnología que empleaban entre 2,5 y 3 millones de trabajadores, lo que evidentemente representaba una muy pequeña parte de la población (111 millones de habitantes hacia 1910). Este crecimiento industrial –hay que aclarar– fue consecuencia de la presión que los estados europeos ejercieron sobre la nobleza dominante, no de una política económica auspiciada por las élites rusas, aunque se beneficiaran de ella. Para las economías occidentales Rusia era un filón a explotar y el zar no tuvo más remedio que impulsar el desarrollo capitalista, lo que comportó un endeudamiento del Estado, que se vio obligado a destinar enormes recursos para asegurar su supervivencia, no perder la influencia que tenía en un contexto de crecientes rivalidades interestatales y sociales, como le sucedió con la derrota en Crimea o con la guerra franco-prusiana.
  3. Rusia seguía manteniendo una estructura autocrática que fundía la clase terrateniente con el Estado, un Estado Absoluto que se extendía al sistema educativo, la religión, el ejército, la manera de gobernar y, por supuesto, al poder económico, pues el Estado era el principal propietario feudal del país, poseía tierras en las que trabajaban 21 millones de siervos. El nacionalismo, la Iglesia ortodoxa y la autocracia eran los pilares del Estado, que demostró su poder político y militar en el intervencionismo y la expansión exterior.

Hasta la Revolución de 1905 no se estableció un sistema semiconstitucional y el socialismo ruso tuvo que manifestarse en la clandestinidad y el exilio. Un primer populismo ruso (1860-1890), que consideraba al campesinado la clase revolucionaria por excelencia, comenzó a declinar en paralelo a la introducción de ese primer capitalismo y el desarrollo del pensamiento marxista, si bien su herencia fue recogida por los socialistas revolucionarios. Su programa tenía como puntos básicos la lucha por la autonomía nacional y las libertades, el deseo de unir amplias masas de la población por muy heterogéneas que estas fueran y una socialización de la tierra que simultaneara la existencia de una propiedad igualitaria con las explotaciones colectivas. Este programa, aun teniendo en cuenta el desarrollo industrial, seguía yendo dirigido a la gran masa campesina y esto explicaría que en 1917 consiguieran, junto a los mencheviques, la mayoría de los soviets.

En 1898 se creó el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso. Este marxismo revolucionario se consolidó frente al marxismo legal que, esperando que el capitalismo se asentase y la burguesía tomara el poder, emplazaban para un futuro la acción socialista. Lenin, en ¿Qué hacer? (1901-1902), expresa por primera vez su idea del partido-vanguardia del proletariado. Durante el Congreso de Londres de 1903 los mencheviques (Axelrod, Mártov, Plejánov) proponían una estructura similar a la socialdemocracia alemana, mientras que los bolcheviques, siguiendo a Lenin, defendían un partido centralizado y disciplinado de revolucionarios profesionales, que eran la vanguardia del proletariado. Las dos tendencias se aproximaron momentáneamente tras la Revolución de 1905, pero se separaron definitivamente, como veremos, en 1912.

La Revolución de 1905 y la ruptura definitiva entre mencheviques y bolcheviques

La Revolución de 1905 sorprendió a todo el mundo. La chispa fue el descontento popular ante las graves derrotas que el ejército ruso sufría en la guerra ruso-japonesa (1904-1905). Su estallido se desencadenó a partir de la dura represión del ejército, el 9 de enero de 1905, sobre los huelguistas de San Petersburgo, hecho conocido como Domingo Sangriento por la matanza que llevó a cabo la Guardia Imperial contra los manifestantes (200 muertos y 800 heridos).

Manifestación pacífica de trabajadores en Petrogrado que dio lugar al Domingo Sangriento

Manifestación pacífica de trabajadores en Petrogrado que dio lugar al ‘Domingo Sangriento’.

A raíz de este incidente, en las ciudades, las protestas de los intelectuales, estudiantes y ciertos elementos liberales, se unieron a la de los obreros industriales y de servicios, provocando su momento álgido en octubre de 1905. Es en este momento que aparecen por primera vez los soviets o Consejos de diputados obreros, órganos de democracia directa que se formaban en las distintas industrias para defender los intereses de los trabajadores en determinados momentos y luego desparecía.

La reacción del zar Nicolás II, ante esta situación de revuelta generalizada, fue proclamar el 17 de octubre un manifiesto que enunciaba una constitución y la creación de una representación del pueblo (Duma) sobre la base del sufragio universal. Pero estas promesas resultaron vanas por la división y desorganización de las fuerzas revolucionarias y las posibilidades del zar de reprimir la insurrección tras la firma de la paz con Japón el 5 de septiembre de 1905.

De la llamada revolución de 1905 quedó un sistema semiconstitucional de sufragio indirecto y una Duma con un papel muy limitado en la elaboración de la Constitución. Aun así, las fuerzas partidarias de conseguir un sistema constitucional europeo triunfaron en la elección de las dos primeras Dumas, que por este hecho fueron disueltas por el zar. Con la segunda Duma en julio de 1917 acabó de hecho el sistema semiconstitucional establecido tras la Revolución. Se modificó el sistema electoral a partir de un censo muy restringido, favorable a los terratenientes y la gran burguesía, lo que significaba de hecho el regreso a la orientación autocrática.

Los mencheviques no alteraron sus presupuestos revolucionarios, excluyendo cualquier política de preparación inmediata de la revolución socialista y relegando al proletariado a mero comparsa de la burguesía, al tiempo que seguía viendo al campesinado como una fuerza no revolucionaria. Lenin, por el contario, extrajo otras conclusiones: puesto que la burguesía rusa había demostrado que ni podía ni quería completar la revolución burguesa, debía ser el proletariado, en alianza con el campesinado el que la llevara a efecto. Una vez que la revolución burguesa llegara a su término el campesinado dejaría de ser revolucionario en conjunto y no secundaría al proletariado en su marcha a la revolución socialista. En este período el proletariado asumiría el nuevo papel dirigente, provocaría la adhesión del campesinado sin tierras, y extendiendo la llama de la revolución por Europa. El proletariado europeo, más poderoso que el ruso, ayudaría a hacer la revolución socialista. Muy cercana era la interpretación de Trotski de Revolución Interrumpida. En su obra Resultados y perspectivas (1907), en el capítulo V, “El proletariado en el poder y el campesinado”, formula la tesis de que una ‘dictadura obrera y campesina’ será el sustento de la revolución permanente. En su opinión, la peculiaridad de la estructura social rusa era que la industria capitalista se había desarrollado como resultado de la presión extranjera y bajo el patrocinio del Estado, por lo que había surgido un proletariado, pero no una clase burguesa independiente de empresarios. Esto suponía que el proletariado estaba mucho más preparado para tomar el poder que la burguesía –con la ayuda del campesinado–; que la revolución socialista fuera mucho más fácil en países atrasados, y que una vez en el poder, no se detendría en la revolución democrático-burguesa, con lo que la revolución democrática implicaría automáticamente la transición a la revolución socialista.

Tras el periodo constitucional y la reacción subsiguiente, los partidos socialistas vuelven a la clandestinidad, pero a partir de 1910, y sobre todo de 1912, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial la agitación revolucionaria aumentó en los núcleos industriales. Mientras tanto, en 1912 se produce la ruptura definitiva entre mencheviques y bolcheviques. Los mencheviques, siguiendo las tesis de Marx, sostenían que la revolución burguesa debería producirse primero. Solo gracias a la revolución burguesa el capitalismo podría llegar a su pleno desarrollo en Rusia. Hasta que ese desarrollo se produjera, el proletariado ruso no podría ser suficientemente fuerte para iniciar y llevar a cabo la revolución socialista. La acción política a corto plazo era por tanto apoyar a la burguesía para que derrocara la autocracia y completara la revolución burguesa. Los bolcheviques, sin embargo, mantenían que si la democracia burguesa era una etapa intermedia para el socialismo solo podrían luchar por ella los que creyeran en el socialismo; por tanto, solo el proletariado podía ser la fuerza dirigente de la revolución burguesa.

Como señala Hobsbawm (Historia del siglo XX), “Parecían existir dos posibilidades: o se implantaba en Rusia un régimen burgués-liberal con el levantamiento de los obreros y campesinos (que desconocían en qué consistía ese tipo de régimen y a los que tampoco les importaba) bajo la dirección de unos partidos revolucionarios que aspiraban a conseguir algo más, o –y esta segunda hipótesis parecía más probable– las fuerzas revolucionarias iban más allá de la fase burguesa-liberal hacia una ‘revolución permanente’ más radical (según la fórmula enunciada por Marx que el joven Trotski había recuperado durante la revolución de 1905). En 1917, Lenin, que en 1905 solo pensaba en una Rusia democrática-burguesa, llegó desde el principio a una conclusión realista: no era el momento para una revolución liberal. Sin embargo, veía también, como todos los demás marxistas, rusos y no rusos, que en Rusia no se daban las condiciones para la revolución socialista. Los marxistas revolucionarios rusos consideraban que su revolución tenía que difundirse hacia otros lugares”.

Y llegó 1917 y se produjo “el mayor desafío abierto al sistema capitalista”, consecuencia y causa del declinar del mismo (Edward Hallet Carr: La Revolución rusa: De Lenin a Stalin, 1917-1929, 1979). Pero de 1917 nos ocuparemos mañana.

Que les vaya bien (o lo mejor posible).

Murió Fidel Castro

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Discurso de Fidel Castro en la ONU (1960) / Cubadebate.

Fidel Castro nació el 13 de agosto de 1926 en la ciudad de Mayarí (zona sudoriental de la isla de Cuba) en el seno de una familia acomodada (su padre era un emigrante gallego). Estudió en un colegio de jesuitas y en la Universidad de La Habana. Fue presidente de la Federación de Estudiantes y se doctoró en leyes en 1950. Tres años después, el 26 de julio de 1953, al frente de 165 jóvenes, intentó derrocar el régimen de Fulgencio Batista con el asalto al cuartel de Moncada, en Santiago. La operación fracasó y fue condenado a 15 años de prisión. Fue amnistiado, con los otros encarcelados, en 1955 y se exilió a México, donde fundó el Movimiento 26 de Julio.

En México conoció al Che Guevara y, asesorado por Alberto Bayo, preparó la invasión de Cuba. Con 82 hombres desembarcó en el yate Granma en la playa de las Coloradas, en la costa oriental de la isla. Era el 2 de diciembre de 1956 y la acción supuso el inicio de dos años de lucha guerrillera en la Sierra Maestra que terminaron con la derrota del Ejército de Batista y la huida del dictador en la madrugada del 1 de enero de 1959.

El 15 de febrero de ese año fue nombrado Primer Ministro por el presidente Urrutia. Castro partía de un proyecto que podríamos calificar de reformista, con medidas como la expropiación –previa indemnización– de las explotaciones agrarias mayores de 460 hectáreas y su redistribución en lotes individuales a los campesinos, o la participación de los obreros en los beneficios de las fábricas. Sin embargo, inmediatamente chocó con los intereses de las grandes compañías azucareras norteamericanas. Fue entonces cuando se llevó a cabo una radical reforma agraria (17 de mayo de 1959) por la que se expropiaron, sin indemnización, numerosos latifundios azucareros, la mayoría de ellos de capital norteamericano. Ello supuso el inicio del enfrentamiento con Estados Unidos, que se agravó cuando en marzo de 1960 decretó las primeras nacionalizaciones de refinerías de petróleo estadounidenses. El Congreso de Estados Unidos autorizó poco después al presidente Eisenhower a que estableciera y mantuviera un embargo total sobre todo el comercio entre EE UU y la isla, y en enero de 1961 el país norteamericano rompía las relaciones diplomáticas con Cuba.

Paralelamente, se nacionalizaron los colegios religiosos, se inició una campaña contra el analfabetismo y la educación y la salud pasaron a ser universales y gratuitas.

El 14 de abril de 1961 Castro dirigió las operaciones que frustraron el desembarco de elementos contrarrevolucionarios, asesorados por EE UU, en la bahía de Cochinos, una operación que tuvo como principal consecuencia el acercamiento del régimen cubano a la Unión Soviética. Pocos días después Cuba era declarada República Democrática Socialista. Las Organizaciones Revolucionarias se trasformaron en el Partido Unido de la Revolución Socialista (1962) y, finalmente, en Partido Comunista Cubano (1 de octubre de 1965). Castro, que ya lo era de las Organizaciones Revolucionarias, continuó en el cargo de secretario de general.

Las numerosas dificultades económicas derivadas del bloqueo económico reforzaron las relaciones económicas y políticas con la Unión Soviética y marcaron el nuevo rumbo de la Revolución. Con la entrada en vigor de la primera constitución socialista de Cuba (1976), Castro asumió cargos de jefe de Estado, presidente del Consejo de Estado y presidente del Consejo de Ministros. Al desintegrarse la Unión Soviética en 1991 el régimen perdió el soporte económico que hasta entonces le brindaba aquella, acentuándose así el aislamiento internacional.

Castro reaccionó a la intensificación del embargo norteamericano con el endurecimiento de la represión sobre la disidencia y, en el terreno económico, en 1993 legalizó la libre circulación del dólar e introdujo algunos elementos del sistema de mercado para afrontar la grave penuria en que estaba sumido el país.

Gravemente enfermo, en julio de 2006 fue hospitalizado para ser sometido a una intervención quirúrgica y delegó los poderes en el su hermano Raúl Castro. En febrero de 2008 anunció públicamente la dimisión de la presidencia y en abril de 2011 renunció definitivamente a dirigir el Partido Comunista, dimisiones que justificó per la su precaria salud. Ambos cargos fueron asumidos por Raúl. Este ha sido quien ha comunicado en una alocución en la televisión estatal su fallecimiento, acaecido ayer, 25 de noviembre del 2016, a las 10:29 horas de la noche. Tenía 90 años.

Para unos Fidel fue el dictador que sumió a su pueblo en una despótica tiranía. Para otros el azote del imperialismo y el sinónimo de la Revolución, de la dignidad y de la lucha de los desposeídos.

Cuba nunca fue el paraíso de la clase obrera, pero tampoco el infierno. Mas es innegable que, no obstante el bloqueo económico y la dependencia del bloque Oriental, Cuba es el país de Latinoamérica donde menos diferencias sociales existen y donde hay mayores índices de asistencia hospitalaria y menos subalimentación y analfabetismo.

Fidel Castro ocupará un lugar privilegiado en la historia del siglo XX (y parte del XXI). ¿Cómo qué? Dependerá del posicionamiento ideológico de cada uno. La historia nunca podrá ser objetiva. Sí ha de serlo el historiador. Este sigue un método, y en la correcta aplicación de este es donde radica la objetividad. Por ello me gustaría acabar este artículo con algunas consideraciones sobre Cuba con la única finalidad de que reflexionemos sobre el hecho de que son muchos los matices que hay entre el blanco y el negro.

Sobre la dictadura de Fidel Castro. Se ha acusado al régimen cubano de ser una dictadura personal. Si así hubiese sido, una vez que Fidel Castro dejó de ser presidente se debería haber terminado la dictadura, como ocurrió en España a la muerte de Franco. Sin embargo, nada de eso pasó. Es más, la contestación al régimen en el interior del país dista mucho de ser la que la oposición de Miami y los Estados Unidos desearían. Y no será por falta de medios. También está aquí en España el rey como jefe de Estado permanente, y además con derecho a sucesión. Pero claro, somos una democracia.Sobre la disidencia. Se confunde intencionadamente la disidencia cubana con la emigración, haciendo ver que todo aquel que sale de la isla lo hace por la opresión y miseria a que lo somete el régimen cubano. Del embargo y la política hostil y genocida del gobierno de Estados Unidos no se dice apenas nada. Lo que para otros países se llama emigración –desplazamiento a otro lugar generalmente en busca de mejores condiciones laborales– a la hora de hablar de Cuba se convierte en disidencia.

Sobre la inmovilidad del régimen. Una cosa es que el régimen cubano no haya evolucionado tal como desearían las democracias occidentales y otra que este sufra un anquilosamiento del que nunca vaya a salir. El régimen se ha abierto a la apertura a las inversiones extranjeras, ha asumido la desregulación parcial del comercio exterior, la despenalización de la posesión de divisas extranjeras, la revitalización del turismo, y emprendido otras reformas. Aún más importante, los gobernantes han diversificado las relaciones comerciales del país y han firmado acuerdos con otros Estados. ¿El resultado? El crecimiento medio anual del PIB cubano ha sido aproximadamente del 5%, uno de los mayores de Latinoamérica.

Sobre los derechos humanos. Acostumbrados estamos de oír que en Cuba no se respetan los derechos humanos, pero lo cierto es que ninguna organización seria ha acusado jamás a Cuba –donde, en la práctica, existe una moratoria sobre la pena de muerte desde 2001– de llevar a cabo desapariciones, ejecuciones extrajudiciales ni torturas físicas a los detenidos. No se puede decir lo mismo de Estados Unidos. No existe un solo caso de estos tres tipos de crímenes en Cuba. “Ya que hablamos de terribles violaciones de los derechos humanos, ¿por qué no empezamos por la protección que da todavía hoy Estados Unidos en Miami a dos terroristas confesos, los exiliados cubanos Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, acusados de hacer estallar un avión civil cubano el 6 de octubre de 1976 y matar a 73 personas? Un acto que aún no ha denunciado toda la gente de Miami que sigue alimentando viejos resentimientos contra Cuba y que no ha protestado contra las 3.000 víctimas cubanas asesinadas por actos terroristas financiados y dirigidos desde Estados Unidos. ¿Será que hay un doble rasero, un rechazo al mal terrorismo (Al Qaeda) y una aceptación del bueno (anticubano)? (Ignacio Ramonet: “Ver la verdad”, Foreign Policy, 2006).

¿En Cuba no se respetan los derechos humanos? ¿Y aquí sí? Los derechos básicos de las personas son el derecho al trabajo, a la vivienda, a la integración social, a la alimentación, a la no exclusión, a la vida digna, a la educación. En Cuba  todos los ciudadanos tienen derecho y acceso gratis a todos los médicos, hospitales y clínicas. La educación es para todos, y obligatoria. No hay universidades privadas y todos sus ciudadanos tienen acceso gratis a todos los centros educacionales del país. No hay analfabetismo. En el 2006 alcanzó la tasa de mortalidad infantil más baja de su historia con 5,3 por cada mil nacidos vivos. La medicina cubana es de las mejores del mundo –hay muchos estadounidenses que estudian medicina en Cuba (véase el documental de Oliver Stone Comandante)– y Cuba envía miles de médicos, enfermeros y maestros a varios países, particularmente del tercer mundo, en una inusual muestra de solidaridad en los tiempos que corren. Así, hay unos 30.000 médicos cubanos que trabajan de forma gratuita en más de treinta países, más o menos como si Estados Unidos enviara 900.000 médicos a los países pobres.

Finalmente, mira por dónde, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU retiró a Cuba de su lista negra en 2007 pese a la oposición de Washington y los votos negados en bloque por Europa.

Sobre la pobreza. Cuba es un país pobre, se nos dice. Desde luego rico no es, pero una vez más no se relaciona esto con el embargo. Aun así, ha logrado aumentar la esperanza de vida y reducir la mortalidad infantil. Decía un columnista de The New York Times que “si Estados Unidos tuviera un índice de mortalidad infantil tan bajo como el de Cuba, salvaría a 2.212 bebés más al año”.

Sobre la democracia. En Cuba no hay democracia, dicen. Puntualicemos: no hay democracia parlamentaria. Además, en base a qué argumento se afirma que la democracia parlamentaria es el régimen más perfecto de todos. ¿Perfecto para quién? ¿Para las grandes multinacionales, los especuladores y los organismos financieros internacionales? ¿Por qué es necesaria la existencia de partidos políticos? ¿Es que sin ellos las ideas y los proyectos no existen? ¿Son monopolio exclusivo de aquellos? ¿A quiénes representan en realidad los partidos políticos, quién los financia y cómo?

En Cuba también hay elecciones. Los candidatos, militen o no en el Partido Comunista, son elegidos por el pueblo mediante sufragio directo por todos los ciudadanos mayores de 16 años. El recuento de los votos es público y puede presenciarlo quien quiera, publicándose los resultados con inmediatez. Contrariamente a lo que ocurre en las democracias liberales, en las que la propaganda electoral despilfarra millones de euros o dólares y se asemeja más a una campaña de marketing para la venta de un producto que a una exposición de ideas y proyectos, en Cuba  no existen campañas por ningún candidato, solamente se coloca la biografía y una foto de cada nominado en lugares visibles y los electores votan por quien considere con más méritos y condiciones para representarlo.

¿Que a la hora de la verdad la Asamblea Nacional, así como las locales y provinciales, están supeditados a las decisiones del poder político? ¿Que una cosa es la teoría y otra la práctica? Por supuesto. Pero no es menos cierto que entre nosotros se da esa misma subordinación respecto al poder económico.