El hombre superior

Diógenes sentado en su tinaja, óleo de Jean-Léon Gérôme (1860).

¿Creéis vosotros, hombres superiores, que estoy aquí para reparar lo que vosotros habéis estropeado? ¿O para prepararos a los que sufrís un lecho que os resulte más cómodo? ¿O para mostraros a los que andáis errantes, extraviados y perdidos por los montes, un sendero nuevo y más sencillo? ¡No, no y mil veces no! Hace falta que cada vez perezcan más los de vuestro linaje, y que perezcan los mejores, pues vuestro destino debe ser peor y más duro cada vez. No creo que sufráis aún lo suficiente; porque estáis sufriendo por vosotros, no por el hombre.

1

La primera vez que habité entre los hombres cometí una torpeza propia del solitario: la de lanzarme a la plaza pública. Y al hablarles a todos no hablaba a nadie. […] Pero la mañana siguiente me reportó una nueva verdad; y entonces aprendí a decir: ¡Qué me importa a mí la plebe, con su bullicio y sus orejas alargadas! […] nadie de cuantos acuden a la plaza pública cree en hombres superiores. Y si empeñáis en hablar allí, hacedlo a buena hora, pero sabed que la plebe dirá, guiñando el ojo, que todos somos iguales. ‘Hombres superiores! –dice la plebe guiñando el ojo–, ¡no existen hombres superiores! Todos somos iguales, y un hombre vale tanto como otro. ¡Ante Dios todos somos iguales!’ ¡Ante Dios! Pero ese Dios ha muerto, y ante la plebe no queremos ser iguales. ¡Huid de la plaza pública, hombres superiores! […]

3

[…] Al superhombre es a quien amo: él es para mí lo primero y el único; no el hombre, no el prójimo, no el más pobre, ni el más afligido, ni el mejor. […] También hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas. […] habéis despreciado, hombres superiores, y eso me hace concebir esperanzas; porque los que desprecian mucho son también los que veneran mucho. Os habéis desesperado, y eso os honra, pues no habéis aprendido a resignaros, no habéis aprendido la sensatez del mediocre. Hoy los mediocres se han convertido en amos: todos exhortan a la resignación, a la modestia, a la sensatez, a la laboriosidad, a la consideración para con los demás, y a toda esa larga serie de virtudes pequeñas. […] ¡Qué asco, qué asco, qué asco! Esas gentes no se cansan de preguntar cómo puede conservarse el hombre mejor, durante más tiempo y de un modo más agradable. ¡Y con eso son los amos del presente! ¡Superadme, hermanos míos, a esos amos de hoy, a esas gentes mediocres, pues ellas constituyen el peligro mayor para el superhombre! ¡Superadme, hermanos míos, las consideraciones mezquinas, le trajín de las hormigas, el bienestar miserable, la ‘felicidad del mayor número’! ¡Caed en la desesperación antes que resignaros! ¡Os amo, hombres superiores, porque no sabéis vivir en el presente! ¡Pues no podríais vivir de una forma mejor!

4

¿Tenéis valor, hermanos míos? ¿Sois personas intrépidas? No me refiero al valor delante de testigos, sino al valor del solitario, al valor del águila, a ese valor que ya no puede ser contemplado por ningún dios. Las almas frías, las acémilas, los ciegos, los borrachos, no tienen lo que yo llamo corazón. Corazón tiene quien no conoce el miedo, y lo domina; quien ve el abismo, pero lo hace con orgullo; quien contempla el abismo, pero con ojos de águila; quien lo aferra con garras de águila.

5

[…] el mal es la fuerza mayor que puede tener el hombre. El hombre ha de volverse más bueno y más malo. […] A quien predica a las mentes mediocres le puede venir bien padecer y sufrir por los pecados de los hombres. Pero yo gozo del pecado grande, dado que constituye mi consuelo mayor. No digo esto para quienes tienen las orejas largas; no todas las palabras resultan oportunas en cualquier boca. Estas cosas son sutiles y lejanas, y las pezuñas de las ovejas no deben alcanzarlas.

6

¿Creéis vosotros, hombres superiores, que estoy aquí para reparar lo que vosotros habéis estropeado? ¿O para prepararos a los que sufrís un lecho que os resulte más cómodo? ¿O para mostraros a los que andáis errantes, extraviados y perdidos por los montes, un sendero nuevo y más sencillo? ¡No, no y mil veces no! Hace falta que cada vez perezcan más los de vuestro linaje, y que perezcan los mejores, pues vuestro destino debe ser peor y más duro cada vez. […] No creo que sufráis aún lo suficiente; porque estáis sufriendo por vosotros, no por el hombre. […]

7

No me basta con que el rayo no dañe a nadie. No quiero desviarlo; quiero enseñarle a actuar para mí. […] No quiero ser luz para los hombres de hoy, ni que me tengan por tal. A los hombres de hoy lo que quiero es cegarlos.

8

No aspiréis a nada que esté por encima de vuestras fuerzas. Quienes aspiran a algo que está por encima de sus fuerzas, presentan una perversa falsedad. […] esos sutiles farsantes, esos impostores, hacen que se desconfíe de las cosas grandes; […] se disfrazan con grandes palabras que designan virtudes espectaculares, y con obras falsas y deslumbrantes. Nada me parece hoy más preciado y escaso que la sinceridad. ¿No pertenece el presente a la plebe? Pero la plebe no sabe qué es lo grande, ni lo pequeño, ni lo recto y lo honrado. La plebe es inocentemente engañosa, y siempre miente.

9

[…] el presente pertenece a la plebe. Como la plebe ha aprendido a creer sin razones, ¿quién la va a disuadir de sus creencias con razones? En la plaza pública, además, se convence con gestos. […] Tened también cuidado con los doctos, porque os odian a causa de su esterilidad. […] Tened cuidado con ellos. El no tener fiebre dista mucho del conocimiento. […]

20

Haced como el viento cuando sale de sus cuevas en el monte, tratando de bailar al son de su propio silbido, y haciendo temblar al mar y agitarse a su paso. […] ¡Bendito sea el que odia a los tísicos perros de la plebe y a toda esa ralea fracasada y sombría, ese espíritu de todos los espíritus libres, la tempestad que ríe mientras arroja el polvo en los ojos de todo pesimista y de todo ulcerado! Lo peor de vosotros, hombres superiores, es que no habéis aprendido a bailar como hay que hacerlo: por encima de vuestras cabezas. ¡Aprended a reíros de vosotros, sin importaros nada! […] ¡Y no olvidéis la risa a carcajadas! […].

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Friedrich Nietzsche: “El hombre superior”, Así habló Zaratustra (1893). Traducción de Francisco Javier Carretero Moreno (ed. 1999).

Orden y desorden

The Keyboard of Isolation (2011). Instalación de Jody Xiong.

Lo que hoy se entiende por orden, según los partidarios de lo existente, es la monstruosidad de que hayan de trabajar nueve décimas partes de la humanidad para procurar lujo, felicidades y satisfacción de todas sus pasiones, hasta las más execrables, a un puñado de holgazanes.

Entendámonos antes de entrar en materia. ¿De qué orden se trata? ¿Es el orden de la armonía que nosotros anhelamos; de la que se establecerá en las relaciones humanas cuando nuestra especie acabe de estar dividida en dos clases y de ser devorada una por otra? […] Los que reprochan a la anarquía ser la negación del orden, no hablan de la armonía del porvenir; se refieren al orden tal como se define en la organización social actual. Veamos, pues, qué orden es este que la anarquía quiere destruir.

Lo que hoy se entiende por orden, según los partidarios de lo existente, es la monstruosidad de que hayan de trabajar nueve décimas partes de la humanidad para procurar lujo, felicidades y satisfacción de todas sus pasiones, hasta las más execrables, a un puñado de holgazanes. El orden es […] reducir a nueve décimas partes de la humanidad al estado de bestias de carga, viviendo apenas al día, sin derecho ni siquiera a pensar en los goces que al hombre procura el estudio de la ciencia, la creación del arte…

El orden es la miseria y el hambre convertidos en estado normal de la sociedad […]. El orden es una minoría insignificante, educada en las cátedras gubernamentales […] que educa a sus hijos para ocupar más tarde las mismas funciones con objeto de mantener los mismos privilegios, por la astucia, la corrupción, la fuerza y el crimen; es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación; […] es la servidumbre, el embrutecimiento de la inteligencia, es el envilecimiento de la raza humana mantenido por el hierro, por el látigo y el fuego […].

Veamos ahora el desorden, lo que las gentes sensatas llaman desorden.

Es la protesta del pueblo contra el innoble orden presente, la protesta para romper las cadenas, […] el timbre más glorioso que la humanidad tiene en su historia.

Es el despertar del pensamiento, la víspera misma de las revoluciones; la negación de las hipótesis sancionadas por la inmovilidad de los siglos precedentes; el germen de un raudal de ideas nuevas; […] la abolición de la esclavitud antigua, la insurrección de los pueblos, la supresión de la servidumbre […], las tentativas de abolición de la esclavitud económica; es la rebeldía [del pueblo indignado] contra el clero y los señores, incendiando los palacios para engrandecer su choza, saliendo de lúgubres tugurios para disfrutar del sol y el aire […].

El desorden es el germen de las más hermosas pasiones, de los más grandes heroísmos, es la epopeya del supremo amor a la humanidad.

Piotr Kropotkin: Palabras de un rebelde (París 1885).

En este país y en este Estado

El siguiente texto es un breve fragmento de Corrección, novela de Thomas Bernhard, uno de mis autores preferidos. Obviamente, Bernhard cuando haba de este país y este Estado se refiere a Austria. Esto lo he omitido al transcribir el texto, ya que, como acertadamente resume la contraportada del libro, “la novela es una reflexión sobre los problemas del hombre contemporáneo, enfrentado a la deshumanización, el desamor y la soledad”. Así pues, este país y este Estado puede perfectamente ser el suyo.

[…] el hombre […], ya en el momento de su nacimiento, es un hombre fracasado y debe comprender claramente, decía, que tendrá que renunciar a sí mismo si se queda en este país y en este Estado, cualesquiera que sean los auspicios, debe decidir si quiere, quedándose ahí, perecer, envejeciendo fatigosamente y sin llegar a nada, perecer en su propio Estado y en su propio país, presenciar con los ojos abiertos, en su propia mente y en su propio cuerpo, ese terrible proceso de extinción, si quiere aceptar un desarrollo descendente durante toda su vida, quedándose en este Estado y en este país, o si quiere irse y marcharse  tan pronto como pueda y, mediante ese pronto irse y marcharse en lo posible, salvarse, salvar su inteligencia, salvar su personalidad, […] y si no es un hombre vil, y si no es de naturaleza abyecta ni infame, se convertirá en este país y en este Estado en un ser de naturaleza vil y abyecta, y por eso hace falta, desde el principio mismo, desde los primeros momentos del pensamiento, salvarse de este país y este Estado y, cuanto antes vuelva la espalda a este país y a este Estado un hombre con facultades intelectuales, tanto mejor, un hombre así tiene que decirse que hay que huir, dejar atrás todo lo que es este Estado, lo que constituye este país, irse a cualquier parte, aunque sea al fin del mundo, no quedarse en ningún caso donde nada puede esperar y, si puede, solo lo más miserable y lo que destruye la inteligencia y lo que vacía la cabeza y lo que le obligará continuamente a la mezquindad y la vileza, y que […] estará expuesto siempre a una vil incomprensión […] y, por tanto, a la muerte, y, por tanto, a la aniquilación de su existencia.

Thomas Bernhard: Corrección (primera edición, en alemán, 1975; en castellano 1983, traducción de Miguel Sáenz).