La patria de los mil colores

Emil Nolde: Naturaleza muerta con máscaras (III), 1911.

‘Esta es, sin duda, la patria de los mil colores’, me dije. […] No hubierais podido elegir, hombres del presente, una careta mejor que vuestra propia cara. ¿Quién os hubiera podido reconocer? Estáis pintarrajeados con los signos del pasado, y sobre ellos han trazado otros, a su vez. ¡Ni los que descifran signos podrían reconoceros! Aunque los augures examinaran vuestras entrañas, ¿quién iba a decir que las tenéis? Parecéis un amasijo de colorines y de papeles encolados. Todos los tiempos y todos los países miran a través de vuestros velos en total confusión; todas las costumbres y todas las creencias hablan en total confusión a través de vuestros abigarrados gestos. Quien os quitara todos esos velos, adornos, colorines y gestos tendría suficiente material para hacer un espantapájaros. Realmente, yo mismo soy el pájaro espantado que un día os vio desnudos y sin colorines, y alcé el vuelo en cuanto vislumbré que vuestro esqueleto me hacía señas amorosas. Preferiría ser jornalero en el mundo subterráneo y entre las sombras del pasado, puesto que las sombras de quienes habitan en el infierno son más gruesas y más rollizas que vosotros. […] Todo lo que hay de siniestro en el futuro, cuanto ha podido espantar a los pájaros extraviados, resulta, sin duda, más tranquilizador y más familiar que vuestra ‘realidad’. Pero vosotros os decís: ‘Somos reales, no tenemos fe ni supersticiones; y os quedáis tan ufanos, sacando mucho el pecho; aunque, a decir verdad, ni siquiera tenéis pecho. ¿Cómo podrías vosotros creer, gente pintarrajeada, si no sois más que pinturas de todo lo que se ha creído en otros tiempos? Sois la refutación andante de la propia fe, quebrantahuesos de todos los pensamientos. Considero que no sois dignos de fe, hombres reales. En vuestro espíritu parlotean todas las épocas, pero todos los sueños y el parloteo de todas las épocas han sido más reales aún que vuestro estar despiertos. Sois estériles, y esta es la razón de que os falte la fe; pero el que tuvo que crear tuvo también sus sueños proféticos y sus signos estelares; creía en la fe. Sois puertas entornadas detrás de las cuales esperan los sepultureros, y vuestra realidad consiste en que todo merece perecer. […] Me hacéis reír, hombres del presente; sobre todo cuando os admiráis de vosotros mismos. ¡Pobre de mí si no pudiese reírme de vuestro asombro y hubiera de tragarme toda la bazofia de vuestras escudillas! Pero prefiero tomaros a broma, porque ya tengo bastantes cosas graves con las que cargar. ¡Que más me da que se posen sobre mi carga algún escarabajo o algún gusano con alas! ¿Es que por eso va a ser mi carga más pesada? No sois vosotros, hombres del presente, quienes me vais a fatigar hasta el extremo. […] soy un nómada por todas las ciudades; en todas las puertas me despiden. Los hombres del presente, hacia los cuales no hace mucho me impulsaba mi corazón, me son extraños y burlescos; de este modo estoy desterrado de la tierra de mis padres y mis madres. Por eso solo amo ya a la tierra de mis hijos; la tierra ignota, allende los mares; y gobierno las velas de mi barco para que busque sin cesar.

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Friedrich Nietzsche: “El país de la cultura”, Así habló Zaratustra (1893). Traducción de Francisco Javier Carretero Moreno (ed. 1999).

El hombre superior

Diógenes sentado en su tinaja, óleo de Jean-Léon Gérôme (1860).

¿Creéis vosotros, hombres superiores, que estoy aquí para reparar lo que vosotros habéis estropeado? ¿O para prepararos a los que sufrís un lecho que os resulte más cómodo? ¿O para mostraros a los que andáis errantes, extraviados y perdidos por los montes, un sendero nuevo y más sencillo? ¡No, no y mil veces no! Hace falta que cada vez perezcan más los de vuestro linaje, y que perezcan los mejores, pues vuestro destino debe ser peor y más duro cada vez. No creo que sufráis aún lo suficiente; porque estáis sufriendo por vosotros, no por el hombre.

1

La primera vez que habité entre los hombres cometí una torpeza propia del solitario: la de lanzarme a la plaza pública. Y al hablarles a todos no hablaba a nadie. […] Pero la mañana siguiente me reportó una nueva verdad; y entonces aprendí a decir: ¡Qué me importa a mí la plebe, con su bullicio y sus orejas alargadas! […] nadie de cuantos acuden a la plaza pública cree en hombres superiores. Y si empeñáis en hablar allí, hacedlo a buena hora, pero sabed que la plebe dirá, guiñando el ojo, que todos somos iguales. ‘Hombres superiores! –dice la plebe guiñando el ojo–, ¡no existen hombres superiores! Todos somos iguales, y un hombre vale tanto como otro. ¡Ante Dios todos somos iguales!’ ¡Ante Dios! Pero ese Dios ha muerto, y ante la plebe no queremos ser iguales. ¡Huid de la plaza pública, hombres superiores! […]

3

[…] Al superhombre es a quien amo: él es para mí lo primero y el único; no el hombre, no el prójimo, no el más pobre, ni el más afligido, ni el mejor. […] También hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas. […] habéis despreciado, hombres superiores, y eso me hace concebir esperanzas; porque los que desprecian mucho son también los que veneran mucho. Os habéis desesperado, y eso os honra, pues no habéis aprendido a resignaros, no habéis aprendido la sensatez del mediocre. Hoy los mediocres se han convertido en amos: todos exhortan a la resignación, a la modestia, a la sensatez, a la laboriosidad, a la consideración para con los demás, y a toda esa larga serie de virtudes pequeñas. […] ¡Qué asco, qué asco, qué asco! Esas gentes no se cansan de preguntar cómo puede conservarse el hombre mejor, durante más tiempo y de un modo más agradable. ¡Y con eso son los amos del presente! ¡Superadme, hermanos míos, a esos amos de hoy, a esas gentes mediocres, pues ellas constituyen el peligro mayor para el superhombre! ¡Superadme, hermanos míos, las consideraciones mezquinas, le trajín de las hormigas, el bienestar miserable, la ‘felicidad del mayor número’! ¡Caed en la desesperación antes que resignaros! ¡Os amo, hombres superiores, porque no sabéis vivir en el presente! ¡Pues no podríais vivir de una forma mejor!

4

¿Tenéis valor, hermanos míos? ¿Sois personas intrépidas? No me refiero al valor delante de testigos, sino al valor del solitario, al valor del águila, a ese valor que ya no puede ser contemplado por ningún dios. Las almas frías, las acémilas, los ciegos, los borrachos, no tienen lo que yo llamo corazón. Corazón tiene quien no conoce el miedo, y lo domina; quien ve el abismo, pero lo hace con orgullo; quien contempla el abismo, pero con ojos de águila; quien lo aferra con garras de águila.

5

[…] el mal es la fuerza mayor que puede tener el hombre. El hombre ha de volverse más bueno y más malo. […] A quien predica a las mentes mediocres le puede venir bien padecer y sufrir por los pecados de los hombres. Pero yo gozo del pecado grande, dado que constituye mi consuelo mayor. No digo esto para quienes tienen las orejas largas; no todas las palabras resultan oportunas en cualquier boca. Estas cosas son sutiles y lejanas, y las pezuñas de las ovejas no deben alcanzarlas.

6

¿Creéis vosotros, hombres superiores, que estoy aquí para reparar lo que vosotros habéis estropeado? ¿O para prepararos a los que sufrís un lecho que os resulte más cómodo? ¿O para mostraros a los que andáis errantes, extraviados y perdidos por los montes, un sendero nuevo y más sencillo? ¡No, no y mil veces no! Hace falta que cada vez perezcan más los de vuestro linaje, y que perezcan los mejores, pues vuestro destino debe ser peor y más duro cada vez. […] No creo que sufráis aún lo suficiente; porque estáis sufriendo por vosotros, no por el hombre. […]

7

No me basta con que el rayo no dañe a nadie. No quiero desviarlo; quiero enseñarle a actuar para mí. […] No quiero ser luz para los hombres de hoy, ni que me tengan por tal. A los hombres de hoy lo que quiero es cegarlos.

8

No aspiréis a nada que esté por encima de vuestras fuerzas. Quienes aspiran a algo que está por encima de sus fuerzas, presentan una perversa falsedad. […] esos sutiles farsantes, esos impostores, hacen que se desconfíe de las cosas grandes; […] se disfrazan con grandes palabras que designan virtudes espectaculares, y con obras falsas y deslumbrantes. Nada me parece hoy más preciado y escaso que la sinceridad. ¿No pertenece el presente a la plebe? Pero la plebe no sabe qué es lo grande, ni lo pequeño, ni lo recto y lo honrado. La plebe es inocentemente engañosa, y siempre miente.

9

[…] el presente pertenece a la plebe. Como la plebe ha aprendido a creer sin razones, ¿quién la va a disuadir de sus creencias con razones? En la plaza pública, además, se convence con gestos. […] Tened también cuidado con los doctos, porque os odian a causa de su esterilidad. […] Tened cuidado con ellos. El no tener fiebre dista mucho del conocimiento. […]

20

Haced como el viento cuando sale de sus cuevas en el monte, tratando de bailar al son de su propio silbido, y haciendo temblar al mar y agitarse a su paso. […] ¡Bendito sea el que odia a los tísicos perros de la plebe y a toda esa ralea fracasada y sombría, ese espíritu de todos los espíritus libres, la tempestad que ríe mientras arroja el polvo en los ojos de todo pesimista y de todo ulcerado! Lo peor de vosotros, hombres superiores, es que no habéis aprendido a bailar como hay que hacerlo: por encima de vuestras cabezas. ¡Aprended a reíros de vosotros, sin importaros nada! […] ¡Y no olvidéis la risa a carcajadas! […].

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Friedrich Nietzsche: “El hombre superior”, Así habló Zaratustra (1893). Traducción de Francisco Javier Carretero Moreno (ed. 1999).

Orden y desorden

The Keyboard of Isolation (2011). Instalación de Jody Xiong.

Lo que hoy se entiende por orden, según los partidarios de lo existente, es la monstruosidad de que hayan de trabajar nueve décimas partes de la humanidad para procurar lujo, felicidades y satisfacción de todas sus pasiones, hasta las más execrables, a un puñado de holgazanes.

Entendámonos antes de entrar en materia. ¿De qué orden se trata? ¿Es el orden de la armonía que nosotros anhelamos; de la que se establecerá en las relaciones humanas cuando nuestra especie acabe de estar dividida en dos clases y de ser devorada una por otra? […] Los que reprochan a la anarquía ser la negación del orden, no hablan de la armonía del porvenir; se refieren al orden tal como se define en la organización social actual. Veamos, pues, qué orden es este que la anarquía quiere destruir.

Lo que hoy se entiende por orden, según los partidarios de lo existente, es la monstruosidad de que hayan de trabajar nueve décimas partes de la humanidad para procurar lujo, felicidades y satisfacción de todas sus pasiones, hasta las más execrables, a un puñado de holgazanes. El orden es […] reducir a nueve décimas partes de la humanidad al estado de bestias de carga, viviendo apenas al día, sin derecho ni siquiera a pensar en los goces que al hombre procura el estudio de la ciencia, la creación del arte…

El orden es la miseria y el hambre convertidos en estado normal de la sociedad […]. El orden es una minoría insignificante, educada en las cátedras gubernamentales […] que educa a sus hijos para ocupar más tarde las mismas funciones con objeto de mantener los mismos privilegios, por la astucia, la corrupción, la fuerza y el crimen; es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación; […] es la servidumbre, el embrutecimiento de la inteligencia, es el envilecimiento de la raza humana mantenido por el hierro, por el látigo y el fuego […].

Veamos ahora el desorden, lo que las gentes sensatas llaman desorden.

Es la protesta del pueblo contra el innoble orden presente, la protesta para romper las cadenas, […] el timbre más glorioso que la humanidad tiene en su historia.

Es el despertar del pensamiento, la víspera misma de las revoluciones; la negación de las hipótesis sancionadas por la inmovilidad de los siglos precedentes; el germen de un raudal de ideas nuevas; […] la abolición de la esclavitud antigua, la insurrección de los pueblos, la supresión de la servidumbre […], las tentativas de abolición de la esclavitud económica; es la rebeldía [del pueblo indignado] contra el clero y los señores, incendiando los palacios para engrandecer su choza, saliendo de lúgubres tugurios para disfrutar del sol y el aire […].

El desorden es el germen de las más hermosas pasiones, de los más grandes heroísmos, es la epopeya del supremo amor a la humanidad.

Piotr Kropotkin: Palabras de un rebelde (París 1885).