A Samuel le encantaban las cerezas. Comía las que colgaban de las ramas más accesibles y las caídas del árbol, y cogía un buen puñado para después, para cuando regresara el hambre. Nadie vigilaba aquel cerezo. Los primeros días obró con cautela, temía que alguien le descubriera, desconfiaba de que tanta serenidad, tanta placidez, pudiese disfrutarse de manera tan simple. La paz siempre tiene administradores. Pasó una semana y por allí nadie asomaba.
A finales de mayo, principios de junio, el tiempo suele ser de bonanza, los días son claros, el sol se pone tarde y luce sus mejores galas, es radiante, templado, generoso. Aprovechaba Samuel esas jornadas de seducción de los sentidos y pasaba buena parte del día allí tumbado. Lejos quedaban molinos, talleres y fábricas. A veces se quedaba dormido tan profundamente que hubiese podido estallar un obús a su lado sin que lo advirtiera. Y así, a mitad de una de esas mañanas tan gratificantes, sintió que alguien, o algo, le zarandeaba por los hombros, levemente al principio y más bruscamente al no obtener, quien fuera o lo que fuese, respuesta alguna. Se despertó sobresaltado y su primera reacción, al ver un hombre mayor ─pasaría de los cincuenta años─ con un tosco cayado, barba blanca y aspecto un tanto descuidado fue escabullirse. Se zafó a la velocidad de una centella, pero tropezó en un matojo y cayó de bruces.
―No huyas, chico. No voy a hacerte daño.
Samuel, azarado, no atendía a razones. Se levantó en un periquete y se puso a correr.
―Detente, hombre, que no quiero hacerte nada malo. ¡Mira! ─el extraño arrojó el cayado a sus pies─. Si hubiera querido lastimarte ¿no crees que he tenido tiempo suficiente para haberlo hecho ya?
Samuel se detuvo. Volvió la vista pero no dio paso atrás. Expectante y temeroso miraba los movimientos del desconocido. No inició este, sin embargo, acción de ningún tipo y Samuel disminuyó la resistencia.
―Anda, ven, no tengas miedo. Si yo solo quiero que me ayudes. Además, puedes ganarte unos reales.
Samuel cogió una vara del suelo aunque ya por entonces dudaba de la necesidad de protegerse con ella. El bastón que aquel individuo había lanzado instantes antes seguía en su sitio, su dueño también, ni el más mínimo cambio de posición. Se acercó lentamente, con cautela. El hombre mantuvo la postura para que Samuel no se amilanara e iniciaron una conversación. Resultó ser el dueño de aquellos bancales, de la deteriorada caseta y, por supuesto, del cerezo. Samuel trató de excusarse. El sujeto ─que respondía al nombre de Tomás, Tomás Farinetes, apuntó él mismo─ había subido a por cerezas. Solo lo hacía una vez al año, dos como mucho. Llenaba lo más posible las alforjas del borrico y las vendía, colocando un capacho lleno frente a la puerta de su casa para llamar la atención. Cuando empezaban a pasarse de maduras hacía conserva con las sobrantes. En aquella ocasión o bien vendería más o bien tendría más conserva que otras veces, pues marchó cargado de cerezas al contar con la ayuda de Samuel. Cuando acabaron, le dio cuatro reales y le propuso ganar alguno más en días sucesivos si le bajaba cerezas a casa y cuidaba de un par de perales que había en el bancal contiguo, cuyos frutos debería llevarle igualmente llegado el momento. Mientras, podía comer cuantas cerezas le vinieran en gana. Samuel aceptó.
―Aprovecha ahora, muchacho, que el tiempo de las cerezas es muy corto. Como todo lo bueno. Come las que quieras.
Manuel Cerdà: fragmento de mi novela El corto tiempo de las cerezas (2019, nueva edición).
… Costumbres y situaciones mantenidas a través de la escritura legan experiencias necesarias y enriquecedoras.. Salud y saludos. Me gusta.
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Muchas gracias, Iñaki.
Salud, saludos y buen fin de semana.
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Las de la Vall está muy ricas ¿harán este año fiesta?
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¿Las de La Vall de Gallinera? Yo ya he comido unas cuantas, pero compradas en el mercado. Todas las de aquella zona están fantásticas.
Parece que sí habrá fiesta, según leo en internet.
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Hay cosas donde no cabe regañina, como que un mozalbete coja un puñado de cerezas (o dos 8-)) de un árbol abarrotado…¿Cómo resistirse?.
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Y menos en mi novela, pues este pasaje se adecuaba mucho a mis intenciones por lo que al argumento respecta: » El tiempo de las cerezas es muy corto. Como todo lo bueno».
Gracias por el comentario, Oscar.
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Bucolico y bien construido relato. con moraleja accesoria.
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Este fragmento es clave en el desarrollo argumental de mi novela «El corto tiempo de las cerezas». De ahí viene el título.
Gracias. Afectuosos saludos.
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Me han entrado unas irresistibles ganas de comerme un puñado…antes de que se pase el tiempo. ¡Abrazo fuerte!
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Es lo que tiene lo bueno.
Un fuerte abrazo.
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Me sumergí en las letras y en el oleaje de los párrafos percibí el sabor a cereza.
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Me halagas. Gracias mil.
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