¡A vivir, que son dos días! O uno si no te portas bien (dicen).

Desde que venimos al mundo, a este por lo menos, dominado por la codicia y la vanidad, se nos instruye en la idea que necesariamente hemos de vivir más años que las generaciones anteriores, y estas a su vez más que las previas a ellas, y así sucesivamente desde que los expertos contemporáneos elevaron vida y muerte a categorías políticas.

Se nos instruye para que temamos a la muerte en la ambición de una vida lo más longeva posible, eso sí, basada en el trabajo y en la indolencia. No fumes, no bebas, no te drogues, no comas esto ni aquello, no estés tanto tiempo sentado, no te estreses… No, siempre no, la vida desde la negación, la prohibición. Nos sentimos obligados a hacer esfuerzos continuamente si queremos vivir, y lógicamente luego exigimos la recompensa, pues nos creemos dueños de nuestro destino. Normas, reglas, dictámenes, exámenes. Desde pequeños. Y, si no, el castigo: la muerte. Si no comes, si no duermes lo que debes, si no cumples con los preceptos de Dios o de los superiores, si no te arrepientes, si no rezas, si no eres casto, si no cumples las obligaciones con los maestros, con los padres, con los que deciden y determinan, el castigo: la muerte, prematura y presumiblemente dolorosa. O el apartamiento, que viene a ser lo mismo, o parecido.

7 pensamientos en “¡A vivir, que son dos días! O uno si no te portas bien (dicen).

    • Leí una vez una frase que, como siempre tarde, me hizo entender un poco mejor la vida. Decía que la misma era como una partida de cartas, en la que estaba peor visto quien no quería jugar que aquel que hacía trampas..
      Y traigo esto a colación porque creo que el principal problema no es someterse al juego de los tiempos que corren, en los que como bien señalas, hay mucha negación, mucha regla, mucha represión.
      El principal problema es creérselo. Uno debe de hacer como que juega, y saltarse las normas como, cuando, y en cuanto pueda, siempre que no dañe a sus semejantes ni a sí mismo,. Esto último solo si ello daña también a los demás, que de no ser así, uno es libre de disponer de su osamenta y demás aditamentos.
      Es la manera de vivir en sociedad y la aprendí muy tarde, tanto que ya no me sale su práctica. Hipocresía con un cinismo calculado. O llámese diplomacia en su forma más sofisticada.
      Defender el matrimonio y tener querida ( o querido), predicar la pobreza desde tronos de oro, ir a interesarse por la pobreza en África en jet privado, recibir un Nobel de la Paz mientras sigues asesinando, y así, ad infinitum.
      Que ya lo decía Maquiavelo, “el príncipe, aunque no lo sea, debe de aparentar ser religioso”. Aparentar.
      Si hacemos eso, ¿que importan las reglas?. Ya sabemos por Darwin que sobrevive el que se adapta.
      Y para adaptarse, hay que entender el juego, el que hemos creado por nuestra naturaleza, como el escorpión tiene la suya.
      Saludos

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      • Leyendo tu comenatrio, que agradezco mucho, me ha venido a la mente la obra de Nietzsche «La genealogía de la moral». No sé si voy mal encaminado, pero ha sido algo así como un acto mental reflejo.
        Saludos y ¡salud!

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    • Ya me gustaría saber cómo. Una cosa sí sé. Como decía Séneca ( De la brevedad de la vida), “la mayor parte de los mortales (…) se queja de la malignidad de la Naturaleza, por habernos engendrado para un tiempo tan breve y porque este espacio de tiempo que se nos dio se escurre tan velozmente, tan rápidamente, de tal manera, que con excepción de muy pocos, a los restantes los destituye de la vida justo cuando para vivir se están preparando”.
      Saludos y ¡salud

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