Óleo de Charles Burton Barber (1879).
Natalia tenía siete años cuando escribió aquella carta a los Reyes Magos pidiéndoles que le trajeran una muñeca, una cocina y un juego de lápices de colores. No era mucho, pues su mayor deseo figuraba al final de la misiva: “que se ponga buena mi abuelita”. Los Reyes fueron generosos con ella e incluso la obsequiaron con algún juguete más que no figuraba en la lista. Pero diez días después su abuela murió. Su madre le explicó que, por encima de todos, incluso de los Reyes Magos, estaba Dios, y que ese era su designio.
Al año siguiente, tomó la primera comunión. Por aquel entonces a Natalia le preocupaba el estado de su salud de su amiguita Paula. Había sufrido un accidente. Tenía su misma edad, eran vecinas, y el autobús escolar que la llevaba al colegio se salió de la carretera. Paula fue la peor parada. Los médicos dijeron que podía quedarse tetrapléjica. Natalia rezó con todas sus fuerzas para que se curara pronto y pudiera acompañarla en aquel ritual tan importante para ella. Asistió, pero sentada en silla de ruedas y con problemas en el habla. Natalia ni siquiera podía entender lo que decía.
Tres años después llegó el momento de la confirmación. Esta vez rogó al Altísimo por ella misma. Quería aprobar matemáticas e inglés, asignaturas que llevaba muy mal. Suspendió ambas.
Quiero ser monja, dijo a sus padres al cabo de un par de meses. La sorpresa de sus progenitores fue mayúscula. Eran católicos, iban a misa, pero más por convención que por convicción. ¿Por qué quieres ser monja?, ¿sabes lo que eso significa?, le preguntaron sin salir del asombro que les habían causado sus palabras. Claro –respondió Natalia–, casarse con Dios. ¿Casarse con Dios?, tú no sabes lo que estás diciendo, exclamó su madre. Sí, sí lo sé. Natalia lo tenía claro. ¿Y por qué quieres casarte con Dios?, inquirieron sus padres, convencidos de todo aquello era pura niñería. Para estar con él y poder matarlo, respondió Natalia.
Publicado anteriormente en este blog el 27 de enero de 2018.
Muy original. Saludes.
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Muchísimas gracias. Afectuosos saludos.
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Pobrecita Natalia, que defraudada tenía que sentirse al haber pasado por todo eso y pensando que era culpa de un Dios, no me extraña que quisiera matarle.
Qué bueno tu relato!!
Un abrazo Manuel!
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Gracias mil. Igual fue su primer lúcido razonamiento.
Un abrazo, Yvonne.
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Un relato muy potente. Enhorabuena, Manuel.
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Muchas gracias, Eduardo. Es una de esas cosas que, sin saber por qué, se te ocurren de pronto.
Afectuosos saludos.
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Gafe, no tiene otra explicación.
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Pobre Natalia. Ahora que empezaba a pensar con algo de lucidez…
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