La evolución del género humano explicada por Argararemon (y IV)

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─ No puedo predecir el futuro, no sé qué será de vosotros, pero sí lo que habéis sido hasta ahora y cómo os habéis comportado, como actuáis, y eso no me permite ser precisamente optimista respecto a vuestro porvenir.

─ No entiendo nada de nada, tío.

─ Lo que trato de decir es que las bases que la evolución del género humano estableció entonces siguen siendo básicamente las mismas, no que no haya cambios. El desarrollo de la agricultura y la ganadería no podía ser el mismo en todos los lugares, no todas las tierras, por ejemplo, son igual de productivas, unas resultan aptas para determinados cultivos, pero no para otros, y no todos los cultivos influyen por igual en la dieta humana. No es lo mismo cultivar patatas, por ejemplo, que trigo; las primeras se echan a perder en un tiempo, el trigo no. Según, pues, el medio, el espacio, el terreno en que uno naciera y desarrollase su existencia, había quien gozaba de más ventajas que otros. Como ahora.

─ ¿Cómo ahora?

─ ¿Da igual nacer en Alemania que en Senegal, o en Voramar o en El Centro?

─ ¡Los cojones!

─ Pues lo mismo. En determinados territorios, los más fértiles, donde se daban más y mejores cultivos, llegó un momento en que sus pobladores empezaron a tener excedentes, más producción de la que podían consumir. Se desarrolló el intercambio, el comercio, y con ello otra forma de organización social, más compleja. Unos pueblos eran más ricos que otros y disponían de más medios. Podían fabricar armas más elaboradas, para defenderse de otros pueblos, pero también para someter a los suyos, pues ahora cada uno tenía una responsabilidad con la colectividad, mejor dicho, con el “estado”.

─ Vamos, que Robin y los suyos…

─ ¡Eh, cuidado con lo que dices! ─a Robin seguían sin agradarle las continuas comparaciones que para describir la evolución del género humano hacía el genio hacia su persona.

─ Sigo el ejemplo de Prude, tío, que te mosqueas más que un pavo vísperas de Nochebuena.

─ No sé, nunca he sido un pavo.

─ ¿No? Nunca has dejado de serlo.

─ Vete a que te den por el ojal, anda.

─ Sois incorregibles. ¿Os dais cuenta lo difícil que resulta el simple hecho de aunar vuestras opiniones, las distintas maneras de entender un mismo asunto? No digo ya los intereses. Humanos… ¡Qué le vamos a hacer! ¿Podemos seguir?

Los chicos no dijeron nada. Prude continuó su disertación.

─ Comentaba que Robin y los suyos han conseguido imponerse al disponer de más recursos. Entre ellos tratarán de establecer un sistema de organización que no perjudique a sus intereses, ¿no? Pero también tendrán en cuenta las aspiraciones del conjunto de la gente, o al menos de una parte lo suficientemente importante que les dé la estabilidad necesaria para mantenerse arriba. Para ello, entre todos elaborarán unas normas de conducta, unas leyes que regulen la vida en sociedad, ¿De acuerdo?

─ De acuerdo ─respondió Robin en tono cansino.

─ Ahora bien, ¿qué les pasará a Robin y los suyos? Vivirán, como decís vosotros, de puta madre, y no me refiero solo a la posibilidad de disfrutar de mayores bienes materiales que el resto de la colectividad, me refiero también al prestigio con que serán reconocidos, a la ascendencia que tendrán sobre los demás, a la influencia que podrán ejercer en el día a día, es decir, disfrutarán además de una vida llena de comodidades, de gran crédito social, de atenciones, del respeto, si no de todos, de buena parte de ellos, de ser la envidia de casi todo el mundo. Imaginemos ahora que con el tiempo entre los miembros de esa comunidad empiezan los descontentos, unos porque viven peor que antes, porque creían que las cosas irían en otra dirección, porque sus anhelos no son satisfechos, otros simplemente porque quieren más, y otros porque ansían su puesto. ¿Qué creéis que harán Robin y los suyos? Mejor olvidemos a Robin, veo que está harto de servir de ejemplo. ¿Qué creéis que harían quienes están en el poder? ¿Lo abandonarán o se resistirán a hacerlo?

─ Se resistirán, ¡no te jode! ─dijo Tomate.

─ Imaginad que entre esos descontentos estáis vosotros. Antes os preguntaba que cómo responderíais si alguien creyera ser mejor que vosotros y quisiera que obedecierais sus órdenes cuando antes estas os parecían simples sugerencias. Y me respondías: mandarlo a tomar pol culo. ¿Podría impedirlo? Obviamente, si de tres dos no están de acuerdo, el tercero difícilmente podrá imponerse, pero si este cuenta con un grupo que le apoya porque tiene intereses comunes, o parecidos, o porque se conforma con lo que hay, tanto da, ¿qué?, ¿podrías siguiendo mandándolo a tomar pol culo?

─ Claro.

─ ¿Seguro? ¿Por qué no lo hacéis con quienes ahora detentan el poder y os asfixian con su codicia? ¿Por qué no les paráis los pies?

─ Porque los maderos son sus sirvientes, sus perros. Están muy bien entrenados y son muy rabiosos.

─ Ya, pues entonces no os sería tan fácil eso de mandarlo a tomar pol culo, ¿no? No está solo, cuenta con más gente.

─ Con largarnos…

─ ¿Y si él os necesita? Si los que están arriba os necesitan, ¿entonces qué?

─ ¿Y para qué van a necesitarnos? Si nosotros pasamos como de la mierda.

─ Pues porque hace falta gente que realice determinadas tareas que según los que controlan el poder son necesarias para el desarrollo de la comunidad. Por ejemplo, hay una guerra y hacen falta soldados. ¿Creéis que os podrías largar así como así? ¿Podéis hacerlo ahora?

─ Ahora pasamos de todo ─dijo Johnny.

─ Ya, pero insisto, hay una guerra, imaginad que hay una guerra y que el Estado os recluta, ¿qué hacéis?

─ Pues lo mismo, largarnos.

─ La guerra es mundial, ¿dónde vais? Sea donde sea, las circunstancias serán las mismas.

─ Tú lo que quieres es que nos coja el toro.

─ El toro ya os cogió, hace tiempo, y no me refiero a vosotros en concreto. El drama de los humanos es que la inteligencia está supeditada a las necesidades físicas del cuerpo. Nunca cambiaréis, no podéis. La vanidad, la codicia forma parte de vuestra manera de ser, se han enquistado en vuestra identidad como al principio de vuestra existencia lo hicieron necesidades tan básicas como alimentarse o buscar refugio ante las inclemencias del tiempo. En fin, estoy muy a gusto, no estoy acostumbrado a este tipo de charlas me gusta hablar de estas cosas y observo que no carecen de interés para vosotros. Pero el tiempo pasa y no creo que vuestro deseo se limite a escuchar mis opiniones sobre el género humano.

─ Pues no. La verdad es que no. Yo hace rato tengo hambre ─dijo Johnny.

Manuel Cerdà: Prudencio Calamidad (2017).

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