
Portada de “La isla del tesoro” en su edición en Estados Unidos de 1911 y mapa de la isla en la edición británica de 1883.
Ya Cervantes —que había sido prisionero de los piratas berberiscos— cuenta en el Quijote la historia de un cautivo de los piratas turcos y la captura de un barco berberisco en Barcelona, y Lope de Vega escribe al poema épico La Dragontea para celebrar la victoria española sobre los ingleses y la muerte del conocido pirata Drake. En el siglo XVIII Daniel Defoe (1660-1731) se hacía famoso con Robinson Crusoe (1719) —las aventuras de un náufrago abandonado en una isla del archipiélago Juan Fernández, frente a la costa de Chile, un hecho real que había protagonizado el marino Alexander Selkirk—y centraba su atención en los piratas con Vida, aventuras y piratería del célebre capitán Singleton (1720) e Historias de piratas (1724-1728).

Episodio de «El corsario» por Eugène Delacroix (ca. 1831). El pintor francés utilizó la historia de Lord Byron como inspiración en varias obras.
Será, no obstante, en el siglo XIX, con la nueva sensibilidad romántica, cuando la presencia de los piratas abunde cada vez más en la literatura. El 1814 el poeta inglés Lord Byron se hace eco de este mundo en El Corsario y en 1836 es José de Espronceda quien hace lo mismo en la famosa La canción del pirata. En ellas la figura del pirata aparece ya con todos los rasgos que lo distinguirán modernamente: héroe proscrito, seductor irresistible, paladín de la libertad…, características que, después, Hollywood se encargará de popularizar, convirtiéndose así el pirata en un rebelde que lucha contra la injusticia social. Lord Byron vendió nada menos que diez mil ejemplares de El Corsario el primer día que el libro salió a la venta. El protagonista, Conrad, líder de los piratas del Mediterráneo, es una especie de Robin Hood, es decir, un defensor de los desposeídos y los humillados ante los poderosos. Muy famoso se haría también James Fenimore Cooper (1789-1851) con El corsario rojo (1829).

Número de la revista “Young folks” (1de octubre de 1881) con el primer capítulo de “La isla del tesoro”.
En 1881 Robert Louis Stevenson (1850-1894) escribía la que sería la novela de piratas por antonomasia: La isla del tesoro, una fascinante historia sobre la búsqueda de un tesoro oculto en la que un chico, Jim, descubrirá por él mismo la cara del bien y del mal, personificado este último en la figura de los piratas Pew y Long John Silver. Se publicó originalmente por entregas en la revista infantil Young Folks entre 1881 y 1882 con el título de The Sea Cook, or Treasure Island, y en 1883, dado su éxito, completa en un solo volumen.
Casi en las mismas décadas del siglo XIX otro escritor, Emilio Salgari (1862-1911) se hacía popular con las novelas de aventuras, entre ellas las dedicadas a los piratas asiáticos y a los del Caribe: Los piratas de Malasia (1896), El corsario negro (1898), Sandokán (1900) o Los últimos piratas (1908). Todas ellas tienen como protagonistas héroes románticos y atrevidos que luchan por un ideal en unos idílicos paisajes. En La revancha de Yáñez (1913) describe Gran Bretaña como un imperio sanguinario, acercándonos así a la verdadera realidad histórica. Por eso es por lo que Sandokán era el personaje de ficción preferido del Che Guevara en su niñez.
Difícilmente podría escapar a la fascinación por el mundo de la piratería la imaginación de Julio Verne (1828-1905), adentrándose en él en Los piratas del Halifax (1903), si bien su pirata por excelencia es el capitán Nemo, quien a bordo del Nautilus protagonizará historias como las narradas en Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) o La isla misteriosa (1874).
Con el cambio de siglo, precisamente en 1900, Joseph Conrad publicaba Lord Jim, un idealista para quien el mar ―como también para Conrad― se convierte en su destino, una historia llena de emociones y aventuras, que cuenta el capitán Marlow. Jack London (1876-1916) no podía ser menos, sobre todo si tenemos en cuenta que su vida es tan sugerente como la más intrépida historia de aventuras, con una niñez que transcurrió entre marineros y buscadores de oro, uniéndose a los 19 años a las expediciones de buscadores del preciado metal que marchaban hacia Alaska. Aunque sus novelas dedicadas a la piratería ―Los piratas de la bahía de San Francisco (1905) y La expedición del pirata (1916)― no sean las más conocidas de su obra, no por esto dejan de ser espléndidos relatos que cautivan a niños y adultos.
En 1911 veía la luz Peter Pan y Wendy (Peter and Wendy), novela escrita por James Matthew Barrie (1860-1937) basada en su obra de teatro sobre el personaje de 1904, que servía para presentar en sociedad a un nuevo pirata con un garfio por mano derecha: el temible capitán Hook (o capitán Garfio), el acérrimo enemigo de Peter Pan, “el único hombre a quien John Silver tuvo miedo”. Otro autor, Rafael Sabatini (1875-1950), el autor del mítico Scaramouche, se sumaba acto seguido a la lista de los creadores de novelas de piratas con títulos como El halcón de los mares (1915) o El cisne negro (1932), dando vida a un nuevo personaje, el capitán Blood, que Errol Flynn se encargaría de popularizar a través de la pantalla. También Arthur Conan Doyle (1859-1930) ―sobradamente conocido por su personaje de Sherlock Holmes― escribió unos Cuentos de piratas y del agua azul en 1922 y Edgar Rice Burroughs ―creador de otro mítico héroe: Tarzán― Piratas de Venus diez años más tarde, con la particularidad de que estos proceden del lejano planeta. Una cosa parecida hace Isaac Asimov (1920-1992) con Los piratas de los asteroides (1953): aquí los piratas han cambiado los barcos por naves espaciales y el trabuco por el rayo desintegrador y se han trasladado de escenario, el cual ahora ya no es el Caribe sino los asteroides que orbitan entre Marte y Júpiter.
De este modo los piratas se incorporaban a los nuevos gustos de los amantes de los relatos de aventuras y se daban la mano con la ciencia ficción. Esos románticos luchadores contra todo tipo de reglas y de poder poco podían hacer ante la supremacía de las aeronaves y las armas con la tecnología más puntera. Poco a poco su presencia en la literatura irá reduciéndose. Aun así, la selección de obras del presente artículo ―que no pretende ser ni objetiva ni exhaustiva― podría ampliarse considerablemente, incluyendo gran cantidad de títulos para niños. Estos pueden imaginarse mil y una aventuras como protagonistas con títulos como Massagran i els piratas (1990), de Ramon Folch; Mi hermana Clara y el tesoro de los piratas (1991); El secreto de los piratas (1992), de Helena Jurgens; El pirata Garrapata (1993), de Juan Muñoz; La guarida de los piratas (1994), de Cristina Lastrego y Francesco Testa; Una de piratas! (1994), de José Luis Alonso; Un baúl lleno de piratas (1998), de Ana Rossetti; Piratas en la casa de al lado (1998), de Peter Tabern; Finisterre y los piratas (1999), de Gemma Lienas; La peña de los piratas (2003), de Joaquim González, o El verano de los piratas (2004), de Teresa Broseta.
Te quedas en las historias juveniles, preciosas todas ellas. Pero puedes ir un «poco más lejos»
https://libcom.org/library/pyrate-captain-mission
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Esto es que lo escribí hace tiempo con ocasión del cincuentenario de la ‘filà’ Piratas de las fiestas de Moros y Cristianos de mi pueblo, en la que salía. Un buen día lo encontré por ahí y decidí ‘reciclarlo’.
No sé si profundizaré más en el tema, aunque ahora mismo me estoy descargando el documento «Pirate Captain Mission» pero sí que consultaré la página que recomiendas más de una vez. De lo más interesante.
Gracias. Saludos y !salud!
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¿y eras de una filá de moros o de cristianos? Viví un año en La Vila, otro en Callosa d’en Sarrià y otro en Benidorm, bueno en este último temporadas y fines de semana.
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En mi pueblo (Muro) los piratas somos del bando cristiano. Veo que conoces la fiesta. Yo he desfilado también en La Vila y en Callosa. Qué casualidad.
Dejé de salir cuando prohibieron fumar. Eso de estar en el local de la filà con la música y tener que salir fuera a fumar un cigarrillo, eso de no poder fumar un puro (has de llevarlo apagado) durante la entrada por muy anacrónico que resulte… Eso se contradice con mi concepto de fiesta. Aunque he hecho de todo: he sido ‘cabo batidor’ (el que va delante), embajador, capitán… Vamos, que me entusiasmaba, Pero si a la prohibición le añadimos que uno ya tiene una edad creo que fue una decisión acertada.
Salud!
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Perdón, eras un pirata. Salut¡
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Ahora te estaba contado eso en el otro comentario. Salut! En mi pueblo solemos añadirle la coletilla ‘i força al canut’.
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bueno, creo que en más de uno
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