No soy partidario de las conmemoraciones institucionales de sujetos y hechos históricos, sean estos de índole política, cultural o económica. La historia –en el más amplio sentido de la palabra (conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o de una nación, RAE)– es una cosa y los políticos –que no la política– otra. El sujeto histórico –los políticos lo son– no puede dejar de ser lo que es y, por tanto, su interpretación de los hechos estará siempre condicionada a unos intereses determinados. Los partidos políticos –escribía Simone Weil– son máquinas “de fabricar pasión colectiva”, organizaciones “construida[s] de tal modo que ejerce[n] una presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son sus miembros”, pues “la primera finalidad y, en última instancia, la única finalidad de todo partido político es su propio crecimiento, y eso sin límite”. Según quién esté al frente de un gobierno o un estado, un mismo hecho histórico será interpretado de manera distintita, por lo que la historia –incluso involuntariamente– se nos presenta siempre parcial, distorsionada, tendenciosa, cuando no claramente manipulada o falseada.
Hoy, 9 de octubre (Nou d’Octubre) es el “Día de la Comunidad Valenciana” y se conmemora institucionalmente con toda pompa y solemnidad. Se eligió ese día porque el 9 de octubre de 1238 tuvo lugar la entrada victoriosa a la ciudad de Valencia del rey Jaime I. ¿Qué supuso este acontecimiento? Vamos con los hechos.
Cuando el territorio del actual País Valenciano fue conquistado por el rey y sus huestes, era un reino taifa poblado por árabes, o balansiyanos mejor dicho, pues en aquellos momentos sus tierras se denominaban Balansiya, y de aquí viene el nombre de Valencia y de sus nativos, los valencianos.
Más que hablar de ‘reconquista’, como se hizo durante tanto tiempo, o de ‘entrada a la ciudad’, hay que hacerlo de ‘conquista’, y más que de ‘repoblación’ –como veremos luego– de ‘ocupación’. El pueblo musulmán de al-Ándalus fue invadido por una minoría dominante mejor pertrechada –en 1272 aún poblaban el País Valenciano 200.000 musulmanes y 33.000 cristianos– que le obligaba a cambiar drásticamente su modo de vida, sus creencias y sus seculares tradiciones. Muchos fueron expulsados de sus casas y desposeídos de sus propiedades, y si no hubo una matanza generalizada, como en Mallorca, y buena parte de ellos pudo conservar sus tierras, fue por las mismas características de la conquista, que no hicieron necesaria una repoblación inmediata.
La sensación de dominio, de haber sido invadidos y sometidos, que debieron experimentar aquellos hombres, mujeres y niños, no deseo vivirla jamás: confinados a menudo en morerías, convertidos en mano de obra barata para los nuevos señores, obligados a bautizarse por la fuerza… ¿Por quién? Por otros. Simplemente eso: unos extraños, unos desconocidos.
Se ponía así fin a cinco siglos de cultura árabe que dejaron una huella imborrable. La agricultura, tras la conquista, se sirvió de su sistema de regadío. Los musulmanes mejoraron anteriores acueductos y estructuras que se remontan hasta la época romana y dieron a conocer la noria al tiempo que perfeccionaron su uso, e introdujeron el naranjo, la caña de azúcar, el albaricoquero, el algarrobo, la alcachofa, el algodón, la palmera datilera y, aunque todavía no se cultivaba a gran escala, el arroz. La toponimia actual conserva infinidad de nombres de origen musulmán. De los 542 municipios que integran la actual Comunidad Valenciana, alrededor de un centenar empiezan por los sufijos -al y -beni, manifiestamente árabes. Pero no solo estos. Mi pueblo, por ejemplo, Muro, es de origen árabe (aunque desconozcamos el porqué del topónimo), y otros muchos de una larga lista, como Silla (pequeña llanura), Manuel (salida de un valle), Monòver (florido) o Russafa, en Valencia (jardín). También, en todos los órdenes, son muchos los vocablos actuales provenientes de aquella época: alambique, alforja, alguacil, barrio, café, dársena, jaqueca, jarra, jinete, mazmorra, mengano, mezquino, rambla, rehén, sandía, tahona, y un largo etcétera. El tortuoso trazado del núcleo histórico de muchísimas localidades valencianas es de origen musulmán y reflejo de dos formas distintas de organización social: las familias de al-Ándalus eran de tipo extenso y las cristianas nuclear. En las primeras, cuando un hijo suyo se casaba construían otra estancia quitando espacio al patio en un solar adyacente. Las cristianas irán añadiendo parcelas, una al lado de otra, formando calles rectilíneas.
Con todo esto quiero decir que, tras la conquista del territorio valenciano por las huestes de Jaime I, estas se encontraron con una sociedad más avanzada que la suya, cuyos logros sirvieron para cimentarla. Así pues, ¿qué se celebra el Nou d’Octubre? ¿El nacimiento de una nación, parafraseando el título de la película de D. W. Griffith de 1915? O de un pueblo, si lo prefieren, el valenciano. Una nueva sociedad, en definitiva. Sí así es, ¿cómo se alcanzó? Como en Estados Unidos, ¿con la destrucción la cultura de las tribus indias y el genocidio de comunidades enteras? ¿O como hizo la Corona de Castilla (si lo prefieren, el incipiente Reino de España) con las culturas precolombinas)? De los 200.000 habitantes que tenía la taifa de Valencia cuando fue conquistada, unos 40.000 marcharon de sus tierras. Los que se quedaron, los moriscos, terminaron siendo expulsados en 1609, no sin antes haber sufrido el excesivo celo inquisidor para que se evangelizaran y padecer el rechazo de los cristianos, que los consideraban demasiados prolíficos, trabajadores y mezquinos. Un tercio de la población valenciana –alrededor de 120.000 personas– se vio obligada a abandonar para siempre unas tierras que habían morado ya sus antepasados y consideraban suyas.
La medida no gustó a los nuevos señores, los verdaderos beneficiados con la Conquista. El Llibre del Repartiment registra la donación de propiedades expropiadas a los musulmanes una vez finalizada la Conquista entre aquellos que habían ayudado en la campaña: órdenes militares, alto clero eclesiástico, nobles y caballeros, principalmente. Todo ello condujo a la formación de un régimen feudal especialmente duro, fuente de constantes conflictos entre los señores y los campesinos durante los tiempos medievales y hasta la época preindustrial. Tampoco me hubiera gustado ser uno de ellos, de los más, los que formaban parte del «tercer estado» o «común».
Hasta aquí, muy resumidos, los hechos. En base a ellos, la verdad, no sé qué demonios se celebra hoy. Es más, creo que no lo sé ni yo ni nadie. Entre los valencianos nunca ha habido eso que llaman “conciencia nacional”. No voy a entrar ahora en las causas, sigo limitándome a los hechos. Y estos me dicen que su faceta más folclórica y espectacular –versionada según los idearios de quienes en cada momento detentaba el poder– es la que ha predominado sobre cualquier otra consideración.
¿Qué no? A las pruebas me remito. ¡Con la lata que dieron los que se declaran “nacionalistas” o “valencianistas” cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía de 1982! En él se pactó, entre otras cosas, que el territorio valenciano se denominaría oficialmente Comunidad (o Comunitat) Valenciana y se redactó de manera ambigua el articulado sobre la lengua de los valencianos. Los firmantes de aquel estatuto se convirtieron poco menos que en traidores. ¿Cómo que Comunitat Valenciana? ¡País Valencià! ¿Cómo que el valenciano es el idioma oficial? ¡El catalán! Algunos iban un poco más allá y reivindicaban nuestra pertenencia a los Països Catalans. Y con el himno. ¿Cómo podía ser el himno oficial el mismo de la Exposición Regional Valenciana de 1909, aquel que dice «Para ofrendar nuevas glorias a España”, aunque solo sonara la música? ¡Qué barbaridad!
Mucho ha llovido desde entonces. Tanto que estos últimos –aunque en coalición con el PSPV-PSOE– gobiernan la Generalitat Valenciana y ostentan la alcaldía del Ayuntamiento de Valencia, además de controlar otras administraciones o parte de ellas, especialmente en el área cultural. Aglutinados en torno a Compromís –una heterogénea mezcla en la que se juntan desde los antiguos procatalanistas a los que militaban la derecha valencianista más rancia–, han hecho suyo el “donde dije digo, digo Diego” y este es el eslogan de este año de la Generalitat Valenciana: “Nou d’Octubre. Dia de la Comunitat Valenciana. Tots a una veu”. La letra del himno de la Exposición dice “Per a ofrenar noves glòries a Espanya, / tots a una veu / germans vingau”.
En el programa de actos oficiales para hoy, 9 de octubre, figura, a las 12:00, la procesión cívica y ofrenda floral a Jaime I y, a las 17:00, Entrada de Moros y Cristianos. ¿Ven el porqué de las fotografías que ilustran este artículo? Si va la cosa va de moros y cristianos, pues ya ven, yo el primer garante de la reconquista (ahora sí) de sus tierras. Por cierto, las fotos son de las fiestas de Moros y Cristianos de mi pueblo. En fin, como dice la canción “la vida es un carnaval y es más bello vivir cantando”. Y que siga la fiesta.
Reblogueó esto en EL BLOG DE MANUEL CERDÀy comentado:
Un año más
Esta entrada la publiqué el año pasado. La vuelvo a publicar hoy tal cual, añadiendo solo el vídeo que figura bajo estas líneas. El año que viene supongo que seguiré pudiendo publicarla sin más modificaciones que cambiar el año. Y es que, como dice el proverbio que tantas veces le escuché decir a mi padre, “d’on no hi ha no es pot treure”.
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Manuel aunque no soy Valenciana,me ha gustado leer un fragmento de su formación ,solo como una manera de conocer ,,gracias por compartir
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Un placer, María Elena. Feliz día.
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