
Fotograma de la película ‘Tren nocturno a Múnich’ (1940).
El convoy continuaba despacio, parecía no tener prisa, al contrario que los pasajeros, algunos de los cuales salían al pasillo algo intranquilos. Inmediatamente los soldados que vigilaban el vagón les mandaban que regresaran a sus asientos. El ambiente se volvió algo más relajado, aunque las medidas de seguridad seguían siendo las mismas, con dos soldados en cada una de las entradas de los respectivos vagones y los oficiales de la Gestapo recorriendo el tren una y otra vez e inspeccionando los compartimentos. Llevaban más de cinco horas de viaje y todavía no habían llegado a Dijon, una de las paradas donde el convoy debía cambiar de locomotora. Sam tomaba notas, el señor Morel leía, los demás dormían.
Habían apagado las luces del compartimento, excepto una pequeña lámpara auxiliar situada junto a sus cabezas. De pronto se abrió la puerta, sin llamar antes. De nuevo la Gestapo, tan sigilosos y displicentes como la vez anterior. Sin pronunciar palabra encendieron la luz. ¡Documentación!, volvieron a exigir. La señora Morel se despertó enseguida, también la mujer belga y su hijo, sobresaltados; no así la muchacha, que continuaba dormida con la cabeza ladeada sobre su hombro derecho. Su madre había entregado la documentación de los tres, la suya y la de sus dos hijos, a los agentes de paisano. Como la vez anterior que inspeccionaron el compartimento, permanecieron un rato mirando los rostros de cada uno y comprobando que se correspondía con el que figuraba en la fotografía del salvoconducto. No podían apreciar bien la cara de la joven, el pelo se la tapaba. Uno de ellos se acercó a la muchacha y, cogiéndola de la mandíbula, giró su cabeza. Asustada, dio un respingo y se puso a chillar, emitiendo un sonido inarticulado que asustó a todos. El tipo a punto estuvo de darle un bofetón. Su madre, expeditiva, la abrazó a su pecho.
―¡Es sordomuda, es sordomuda, no le hagan daño! ─gritó.
―Controle a su hija, señora, contrólela ─vociferó aquel, que salió con su compañero.
―¡Malditos boches! ─exclamó la señora Morel.
―No digas eso en voz alta, pueden oírte ─le advirtió su marido.
―Esas no son maneras. Pobrecita. No te asustes, hija ─dijo a la muchacha con una gran sonrisa a fin de hacerse comprender.
Manuel Cerdà: Adiós, mirlo, adiós (Bye Bye Blackbird) (2016).
Publicada originalmente en: https://musicadecomedia.wordpress.com/2016/12/20/huyendo-del-paris-ocupado/