
“Padre e hija” (1880). Karl Wilhelm Friedrich.
En la plaza de San Agustín esperaban [a Samuel] Beatriz, Camila y sus abuelos, Esclafit y Monllor y doña Luisa. Bajó del coche [de la diligencia], abrazó a todos y todos le abrazaron a él. Beatriz estaba realmente guapa, con un vestido de muselina azul celeste y un peinado alto que dejaba sus facciones al descubierto. Seguía siendo la misma joven de cutis pálido, límpida y dulce mirada, con la que se casó. De su mano, la pequeña Camila no decía nada, parecía asustada, miraba a su yaya, que le susurraba al oído unas palabras de bienvenida que habían preparado y ensayado varias veces, pero de las que, al parecer, no podía recordar ni una sola palabra en ese momento. Samuel se quedó mirándola y sonrió. La pequeña se encogió de hombros e hizo un mohín, formándose unos pequeños repliegues sobre sus pómulos salpicados de pecas que conmovió el ánimo de Samuel, quien la levantó del suelo y la estrechó entre sus brazos. Era la primera vez que abrazaba a un niño. Se acordó de su amiga Brigitte. ¿Y qué hago yo con una niña? ¿Qué le digo? ¿Cómo me comporto?, le preguntaba. Simplemente déjate llevar y quiérela mucho, contestaba ella.
Manuel Cerdà: El corto tiempo de las cerezas (2015).
Publicada originalmente en: https://musicadecomedia.wordpress.com/2015/10/20/el-primer-abrazo-a-una-hija/