Nada queda. El barrio ─unas cuantas calles─ es otro. Yo también. Pero ahí seguimos (…) rodeados de zombis. Si la muerte es ausencia de vida, lo somos desde hace mucho tiempo, zombis. Murió Vladimiro, el zapatero; Joaquín vendió su camión y marchó con su esposa al pueblo de esta; cerró Pilar, la pescadera; también Olegario, que tenía una tienda de ropa, y Casimiro (cada vez había menos niños que compraran las chucherías y tebeos de su kiosco). (…) Murió también doña Amalia, que sabía cómo hacer desaparecer las verrugas simplemente frotándolas un instante con los dedos de su mano, y se fue el olor a jazmín que salía del patio de su casa; sus hijos la vendieron, hoy es un edificio de pisos, de seis alturas. Nos dejó El Gran Hogart, el mago ─en realidad se llamaba Vicente─, que seguía fascinando a propios y extraños con sus trucos en el bar de Valentín a cambio de una copa. Las acacias las cortaron tiempo ha. Aún así, de vez en cuando todavía se ve algún pájaro. Siempre hay despistados.
Manuel Cerdà: El viaje (2014).
Publicada originalmente en: https://musicadecomedia.wordpress.com/2014/12/21/el-pajaro-despistado/