La verdad sobre la evolución del género humano (y II)

─ Bien. Continuemos con el ejemplo. Imaginaos que Robin, con sus trapicheos y algo de suerte, dispone generalmente de una cantidad significativa de euros, aumenta su ascendencia sobre unos cuantos y forma un grupo de acuerdo con sus intereses, intereses que por diversos motivos los del grupo comparten. Él ha mostrado ser una persona decidida, resuelta, que encuentra fácilmente la solución a algún dilema, pero cuenta además con otras herramientas al haberle ido bien las cosas. Puede gratificar, incluso generosamente, a los que están con él, quienes, en consecuencia, disfrutarán de unas condiciones de vida que les aseguren una existencia más o menos desahogada. Robin, entonces, podrá imponeros su voluntad, ¿no? Cuenta con otros que no discuten sus ideas y su modo de entender el mundo, ha conseguido organizar un grupo, crear una “sociedad”. Así las cosas, eso de apartarlo o apartaros de él igual ya no es tan fácil. Ese grupo puede que no lo permita, porque piense que podéis ser útiles a sus intereses, porque no quieren que nadie cuestione su concepción de cómo han de funcionar las cosas, porque os necesita como mano de obra, por los motivos que queráis.

─ Quieto parao, ¿tú quién te crees que soy?, un mafioso de esos que han conseguido hacerse con todo ─protestó Robin.

─ Solo era un ejemplo. Ya sé que tú eres noble, legal.

─ ¡Ah!

─ Lo que trataba de deciros es que, con las sociedades sedentarias, los poblados aumentaron de tamaño y fue necesario organizar la vida en común, es decir, crear normas de conducta, reglas, leyes. Unos debían hacer unas cosas, otros otras.  Eso ya existía antes, pero como os decía, y de ahí el ejemplo, con el que no pretendía herir la susceptibilidad de ninguno de vosotros tres, entonces sí que, de algún modo, cada uno, como soléis decir, podía ir a su bola. Ahora va ser más cada vez más difícil. El que uno haga unas cosas y otro otra ya no depende de la voluntad de cada cual sino de los intereses de la colectividad, del conjunto, del grupo. Ahora bien, ¿quién determina cuáles son esos intereses?

─ Según tu ejemplo, Robin y los suyos ─dijo Tomate.

─ Eso es. ¿Por qué?

─ Porque tienen más fuerza.

─ ¿Y por qué? Porque se han organizado. ¿Y que buscan?

─ ¿Qué buscan? Vivir bien, ¿no?

─ ¿Cómo se mide eso de vivir bien?

─ ¡La puta, tío! ¿Qué quieres decir? ─exclamó Johnny, que empezaba a “perderse” otra vez.

─ Veamos. Tú y Tomate, y sigo con el ejemplo porque vosotros mismos lo habéis sacado, si habíais decidido separaros de Robin era porque trataba de imponeros su voluntad. Pero Robin, o quien sea, no importa eso, cree que tiene la “razón”, que su manera de entender las cosas es la correcta, no la vuestra. Surgirá entonces un conflicto de intereses. Vuestro concepto del bien, de lo que consideráis bueno para vosotros, no será el mismo que el suyo y de quienes le apoyan. Una vez más, el bien de unos, el mal de otros. Vuestras necesidades y las suyas no tienen por qué coincidir, es más, se contraponen. ¿Qué solución os queda? Luchar y ganar o someteros.

─ Así es la vida, ¿no? ─consideró Robin.

─ Justo eso. Así es la vida. Yo mejor diría así es vuestra vida.  Esa arrogante manera que tenéis de concebir la existencia se originó entonces, con la vida en sociedad, y a pesar de los numerosos cambios que habéis experimentado a lo largo de vuestra historia seguís respondiendo a las mismas pautas. Así, habláis de naturaleza humana, de naturaleza animal, o de naturaleza a secas cuando os referís a los fenómenos en los que no interviene el hombre directamente, o queréis creer que no interviene. Establecéis diversas categorías para, de ese modo, situar la vuestra por encima de las demás. ¿Naturaleza humana? Yo prefiero el término genética. No solo los rasgos físicos se heredan, también, con el tiempo, los síquicos, los que hacen funcionar la mente de uno u otro modo. Por eso os digo que no creo que cambiéis y dudo de que alguna vez podáis hacerlo. Lo habéis intentado muchas veces, ya veis el resultado.

─ Un cagarro de esos de elefante, una puta mierda en la que siempre ganan los mismos y de la que nunca saldremos.

─ No puedo predecir el futuro, no sé qué será de vosotros, pero sí lo que habéis sido hasta ahora y cómo os habéis comportado, como actuáis, y eso no me permite ser precisamente optimista respecto a vuestro porvenir.

─ No entiendo nada de nada, tío.

─ Lo que trato de decir es que las bases que la evolución del género humano estableció entonces siguen siendo básicamente las mismas, no que no haya cambios. El desarrollo de la agricultura y la ganadería no podía ser el mismo en todos los lugares, no todas las tierras, por ejemplo, son igual de productivas, unas resultan aptas para determinados cultivos, pero no para otros, y no todos los cultivos influyen por igual en la dieta humana. No es lo mismo cultivar patatas, por ejemplo, que trigo; las primeras se echan a perder en un tiempo, el trigo no. Según, pues, el medio, el espacio, el terreno en que uno naciera y desarrollase su existencia, había quien gozaba de más ventajas que otros. Como ahora.

─ ¿Cómo ahora?

─ ¿Da igual nacer en Alemania que en Senegal, en Voramar o en El Centro?

─ ¡Los cojones!

─ Pues lo mismo. En determinados territorios, los más fértiles, donde se daban más y mejores cultivos, llegó un momento en que sus pobladores empezaron a tener excedentes, más producción de la que podían consumir. Se desarrolló el intercambio, el comercio, y con ello otra forma de organización social, más compleja. Unos pueblos eran más ricos que otros y disponían de más medios. Podían fabricar armas más elaboradas, para defenderse de otros pueblos, pero también para someter a los suyos, pues ahora cada uno tenía una responsabilidad con la colectividad, mejor dicho, con el “estado”.

─ Vamos, que Robin y los suyos…

─ ¡Eh, cuidado con lo que dices! ─a Robin seguían sin agradarle las continuas comparaciones que para describir la evolución del género humano hacía el genio hacia su persona.

─ Sigo el ejemplo de Prude, tío, que te mosqueas más que un pavo vísperas de Nochebuena.

─ No sé, nunca he sido un pavo.

─ ¿No? Nunca has dejado de serlo.

─ Vete a que te den por el ojal, anda.

─ Sois incorregibles. ¿Os dais cuenta lo difícil que resulta el simple hecho de aunar vuestras opiniones, las distintas maneras de entender un mismo asunto? No digo ya los intereses. Humanos… ¡Qué le vamos a hacer! ¿Podemos seguir?

Los chicos no dijeron nada. Prude continuó su disertación.

─ Comentaba que Robin y los suyos han conseguido imponerse al disponer de más recursos. Entre ellos tratarán de establecer un sistema de organización que no perjudique a sus intereses, ¿no? Pero también tendrán en cuenta las aspiraciones del conjunto de la gente, o al menos de una parte lo suficientemente importante que les dé la estabilidad necesaria para mantenerse arriba. Para ello, entre todos elaborarán unas normas de conducta, unas leyes que regulen la vida en sociedad, ¿De acuerdo?

─ De acuerdo ─respondió Robin en tono cansino.

─ Ahora bien, ¿qué les pasará a Robin y los suyos? Vivirán, como decís vosotros, de puta madre, y no me refiero solo a la posibilidad de disfrutar de mayores bienes materiales que el resto de la colectividad, me refiero también al prestigio con que serán reconocidos, a la ascendencia que tendrán sobre los demás, a la influencia que podrán ejercer en el día a día, es decir, disfrutarán además de una vida llena de comodidades, de gran crédito social, de atenciones, del respeto, si no de todos, de buena parte de ellos, de ser la envidia de casi todo el mundo. Imaginemos ahora que con el tiempo entre los miembros de esa comunidad empiezan los descontentos, unos porque viven peor que antes, porque creían que las cosas irían en otra dirección, porque sus anhelos no son satisfechos, otros simplemente porque quieren más, y otros porque ansían su puesto. ¿Qué creéis que harán Robin y los suyos? Mejor olvidemos a Robin, veo que está harto de servir de ejemplo. ¿Qué creéis que harían quienes están en el poder? ¿Lo abandonarán o se resistirán a hacerlo?

─ Se resistirán, ¡no te jode! ─dijo Tomate.

─ Imaginad que entre esos descontentos estáis vosotros. Antes os preguntaba que cómo responderíais si alguien creyera ser mejor que vosotros y quisiera que obedecierais sus órdenes cuando antes estas os parecían simples sugerencias. Y me respondías: mandarlo a tomar pol culo. ¿Podría impedirlo? Obviamente, si de tres dos no están de acuerdo, el tercero difícilmente podrá imponerse, pero si este cuenta con un grupo que le apoya porque tiene intereses comunes, o parecidos, o porque se conforma con lo que hay, tanto da, ¿qué?, ¿podrías siguiendo mandándolo a tomar pol culo?

─ Claro.

─ ¿Seguro? ¿Por qué no lo hacéis con quienes ahora detentan el poder y os asfixian con su codicia? ¿Por qué no les paráis los pies?

─ Porque los maderos son sus sirvientes, sus perros. Están muy bien entrenados y son muy rabiosos.

─ Ya, pues entonces no os sería tan fácil eso de mandarlo a tomar pol culo, ¿no? No está solo, cuenta con más gente.

─ Con largarnos…

─ ¿Y si él os necesita? Si los que están arriba os necesitan, ¿entonces qué?

─ ¿Y para qué van a necesitarnos? Si nosotros pasamos como de la mierda.

─ Pues porque hace falta gente que realice determinadas tareas que según los que controlan el poder son necesarias para el desarrollo de la comunidad. Por ejemplo, hay una guerra y hacen falta soldados. ¿Creéis que os podrías largar así como así? ¿Podéis hacerlo ahora?

─ Ahora pasamos de todo ─dijo Johnny.

─ Ya, pero insisto, hay una guerra, imaginad que hay una guerra y que el Estado os recluta, ¿qué hacéis?

─ Pues lo mismo, largarnos.

─ La guerra es mundial, ¿dónde vais? Sea donde sea, las circunstancias serán las mismas.

─ Tú lo que quieres es que nos coja el toro.

─ El toro ya os cogió, hace tiempo, y no me refiero a vosotros en concreto. El drama de los humanos es que la inteligencia está supeditada a las necesidades físicas del cuerpo. Nunca cambiaréis, no podéis. La vanidad, la codicia forma parte de vuestra manera de ser, se han enquistado en vuestra identidad como al principio de vuestra existencia lo hicieron necesidades tan básicas como alimentarse o buscar refugio ante las inclemencias del tiempo.En fin, estoy muy a gusto, no estoy acostumbrado a este tipo de charlas me gusta hablar de estas cosas y observo que no carecen de interés para vosotros. Pero el tiempo pasa y no creo que vuestro deseo se limite a escuchar mis opiniones sobre el género humano.

─ Pues no. La verdad es que no. Yo hace rato tengo hambre ─dijo Johnny.

Manuel Cerdà: fragmento de mi novela Prudencio Calamidad (2017).

La verdad sobre la evolución del género humano (I)

Antes que nada, explicaré qué es un esente, pues quien nos explica la verdadera evolución del género humano, Argararemon (Prudencio cuando adopta forma humana) lo es. Del First Universal Common Conscious Ancestor (Fucca), un organismo unicelular nacido de Fuca (First Universal Common Ancestor), que se originó hace más de dos millones de años, provienen tanto los esentes como los humanos. Fucca tenía conciencia propia, aunque rudimentaria, que evolucionó en dos direcciones: una se mantuvo tal cual, es decir, unicelular, mientras que otra se mezcló con más células y de ahí vienen los primates. La que se mantuvo única dio origen a los esentes, seres imperceptibles para el ojo humano cuya inteligencia es infinitamente superior a la nuestra, ya que son solo conciencia y no están supeditados a las limitaciones orgánicas del cuerpo humano. Esta mayor capacidad intelectiva les permite tener un mayor conocimiento y un saber sin límites. Veamos, pues, cómo Argararemon explica la evolución del género humano a los tres muchachos (Johnny, El Rata y Tomate) que se encuentran con él y cuyas aventuras narro en mi novela Prudencio Calamidad. Lo haré en dos entradas sucesivas debido a su extensión.

─ En un momento determinado, hace mucho, muchísimo tiempo, el que era físicamente superior, el más fuerte, tenía más posibilidades de vivir que otros. Cuando empezó la vida en colectividad, es decir, cuando los humanos se agruparon en poblados, se hizo necesaria cierta organización y las cosas cambiaron. Poco a poco se crearon normas para regular la vida en común. Ahí empezó todo, si hay unas reglas hay que cumplirlas. Por supuesto siempre habrá quien no esté de acuerdo y prefiera otras. En tales circunstancias, es necesario un “aparato”, un conjunto de personas que gobiernen y haga que se respeten esas reglas. Así se inició vuestro modelo de sociedad, en el que siempre unos mandan y otros deben obedecer, y seguís igual. Es más, diría que vais a peor.

─ Eso que acabas de decir sí lo he pillado. Cada día peor, cada día más puteados, más jodidos.

─ Sois –enfatizó la palabra– así. Desde el origen de vuestra vida en sociedad.

─ ¿Cuándo fue eso?

─ Durante el tiempo que denomináis prehistoria. Os sonará de la escuela, ¿no?

─ No somos tan zopencos, tío. Claro ─dijo Johnny.

─ Pasó hace unos diez mil años.

─ ¿Solo? ─preguntó Johnny, socarrón.

─ Bueno, no es tanto.

─ No es tanto, dice. ¡Diez mil años! Si entonces ni siquiera sabrían limpiarse el culo, igual aún ni cagaban agachados. Como para acordarse.

Tomate y Robin rieron la ocurrencia de su amigo.

─ He ahí el problema, en parte al menos. Los humanos olvidáis pronto quiénes sois y de dónde procedéis. Si tenéis en cuenta que hace más de tres mil millones de años que se inició la vida y, por tanto, el proceso que dio lugar a la aparición del ser humano y que este ya cuenta con una existencia de dos millones y medio de años, yo diría que no es mucho tiempo.

─ La puta leche, Prude, hablas de años como los banqueros y políticos de pasta, en millones.

─ Pues ese es el tiempo. De acuerdo con vuestros cálculos ¿eh? Fue entonces cuando hicieron acto de presencia los primeros primates bípedos, de quienes procedéis los humanos actuales.

─ Los monos ─observó Tomate.

─ Los monos, sí, pero es más correcto decir simios. Los simios y los humanos procedéis de un mismo grupo de animales, un mismo orden de mamíferos, los primates. ¿De acuerdo?

─ Mejor así. Los primates. Que eso de venir de los monos… ¿Qué quieres que te diga? No me gusta mucho.

─ Entiendo tu analogía, Robin.

─ ¿Mi qué?

─ Que comprendo que no te guste eso de que descendéis de los monos. Así llamáis a los policías municipales. Es por eso, ¿verdad?

─ Hombre, ¡tú que crees! Como si a ti te dijeran que vienes de una boñiga.

─ Pero aún no nos has dicho por qué pasó.

─ Entre los primeros primates había uno que evolucionó hacia el homo erectus y…

─ Erectus. ¿Qué pasa, que siempre tenía la polla tiesa?

Rió Johnny su propia gracia. También sus amigos.

─ Erectus de ir erguido, de andar derecho, de caminar a dos patas.

─ Ya tío, ya. Te hemos pillado. Es que nuestra azotea no está acostumbrada a tanta palabra rara.

─ Comprendo. Sigo. Entre los erectus también había distintas especies y una evolucionó hacia el ser humano. De ella se originó vuestra especie. ¿Cuál fue? La que consiguió razonar. Por eso se domina a vuestros ancestros homo sapiens. Digamos que este, que tenía prácticamente el mismo aspecto que los humanos ahora, empleaba más la maña que la fuerza y el cerebro era su herramienta más importante. Su nivel de razonamiento aumentó, descubrió la agricultura y la ganadería. Empezó entonces a fabricar utensilios para cultivar la tierra o para cazar, como el arco y la flecha, que servirían también atacar y defenderse. La vida cambió con todos estos logros radicalmente, ya no era necesario ir de acá para allá, se volvieron sedentarios.

─ ¿Qué es eso de sedentarios? ─preguntó Johnny.

─ Que se apalancaron ─aclaró Tomate.

─ Mejor que pasaron a vivir en un lugar concreto, pero no permanecieron inactivos. Con la vida sedentaria se comenzó a construir viviendas permanentes, nació la idea de familia y el concepto de propiedad. La vida fue volviéndose cada vez más compleja. El humano había conquistado ciertas especies de animales, las domesticaba y dominaba a su antojo, el lobo pasó a ser perro, por ejemplo, el jabalí cerdo, o los toros salvajes bueyes. La tierra, por su parte, daba frutos no ya por ella sola sino por la acción del hombre. Los humanos ya no erais uno más entre las otras especies animales, sino el ser más poderoso de todos los seres que poblaban la tierra. La naturaleza empezaba a ser vuestra, eso creíais y eso seguís creyendo. Pensáis que, más que formar parte de ella, está a vuestro servicio, que podéis dominarla a antojo, en función de vuestras necesidades e intereses, y no es así. Este modo de vida comunitaria, la vida en sociedad, determinaría vuestra existencia para siempre.

─ ¿Tan importante fue ese cambio?

─ Bueno… Digamos que hasta entonces los humanos no habíais necesitado reyes, ni presidentes, ni jueces, ni bancos, ni dinero, ni policías. Todo esto comienza con la vida en sociedad.

─ ¿No había maderos, ni guripas, ni picoletos? ¿No necesitaban el dinero?

─ Nada de todo eso. Aquellos humanos vivían en comunidades pequeñas y…

─ ¿En pueblecitos?

─ Efectivamente, aldeas, pueblos muy pequeños que no pasaban de las ciento cincuenta personas. La fortuna, la suerte, tenía entonces mucha importancia en sus vidas. Dependían sobre todo de la caza para comer, de lo que encontraran en los árboles que fuera comestible y de algunas pocas plantas que sabían cultivar. Vivían, pues, de lo que cazaban y lo que recolectaban. Un día le iba bien a uno; al siguiente, en cambio, al otro. Entonces, el que no tenía pedía al que tenía. Se compartía todo, la gente era generosa entre ella. Dar las gracias, por ejemplo, no existía; hubiera sido considerado una ofensa.

─ ¿Y no había nadie que mandara?

─ Digamos que una especie de cabecillas regulaban que la existencia trascurriese de forma que se cubrieran las necesidades para poder vivir. Gente que decidía… Bueno, decidía no es la palabra adecuada, digamos mejor que organizaba, que se preocupaba de si correspondía ir de caza, pues empezaba a escasear la comida, o si había que satisfacer cualquier otra necesidad o problema que pudiera surgir, cosas de ese tipo.  Pero carecía de autoridad, en el sentido de tener poder sobre los demás, y daba ejemplo de ser el más cumplidor y el más generoso.

─ ¿No había jefes?

─ Tal como ahora concebís el concepto, no.

─ ¿Cada uno hacía lo que le salía de la polla?

─ En absoluto, cada uno hacía lo que entre todos se consideraba lo más conveniente.

─ ¿Y el cabecilla ese qué coño pintaba?

─ El cabecilla ese que dices se suponía que era… ¿Cómo os diría? El que les parecía que tenía más sentido común de entre todos. Una cosa es que nadie mande, otra que nadie guíe a la comunidad, que mediante el acuerdo de todos dirija determinadas acciones encaminadas a procurarse una mejor existencia.

─ ¿Entonces qué era, el más listo?

─ Yo, en todo caso, diría el más sabio, el más inteligente. O, si queréis, el que creían que era el más sabio o el más inteligente.

─ ¿Y si se equivocaba?

─ Otro pasaba a desempeñar esa función.

─ ¿Y el otro qué decía?

─ Nada, ¿qué iba a decir? Veamos. Vosotros ─a Johnny y Tomate─, por lo que he podido observar, tenéis muy en cuenta la opinión de Robin. ¿Por qué?

─ Porque es un buen colega del que nos podemos fiar, y porque tiene ideas para solucionar cualquier apuro. Y nos ayuda, es el único que dispone de pasta. No siempre, pero cuando la tiene no le importa gastarla, comparte con nosotros birras y petas. Eso solo lo hace un tío legal.

─ Pero tenéis muy en cuenta su parecer, sus sugerencias. ¿Qué hacemos, Robin?, le preguntáis constantemente, y Robin dice: podríamos hacer esto, o lo otro. O le preguntáis ¿y si vamos al espigón?, por ejemplo, o a cualquier otro sitio. Y lo que él dice es lo que soléis hacer.

─ ¿Y qué? ¿Hay algo de malo en ello? ¿Qué quieres decir, que vamos besándole el culo porque somos unos mierdosos, unos tirahuevos? ─le recriminó Johnny, molesto por lo que consideraba una afrenta en toda regla.

─ En absoluto, hombre. No va por ahí el asunto, no te sulfures. Todo lo contrario: intento decir que sois lo suficientemente inteligentes para apreciar en él unas cualidades que os merecen respeto. Lo decías tú ahora mismo: es un buen colega, un tipo legal. Por eso le hacéis caso, no os impone las cosas, sugiere, da su opinión, pero no os obliga a hacer nada que no queráis. ¿Es así?

─ Sí.

─ Entonces lo que hacéis es respetarle, no obedecerle. No manda sobre vosotros, no tenéis por qué seguir sus designios, no puede obligaros. ¿Me explico?

─ Te explicas, pesao, persianero del bistec.

─ Ahora imaginad que, de pronto, Robin se pusiera a decir que tenéis que hacer cosas con las que no estáis de acuerdo y se empeñara en que debéis hacerlas como dice y solo como dice. Puesto que le tenéis en alta estima, él digamos que se lo cree y llega a pensar que es “superior” a vosotros, por lo que debéis obedecer todo lo que él determine. Ahora ya no son opiniones, son órdenes y tenéis que cumplirlas. ¿Qué haríais entonces?

─ Mandarlo a tomar pol culo.

─ ¿Y él, ¿qué podría hacer para evitar que lo mandarais a tomar pol culo y conseguir que le obedecierais?

─ ¿Él? Ya se las apañará, que le den, que se busque otros y que se la mamen de canto si quieren. ¡Será porque no hay comemierdas por ahí! Así ─Johnny juntó los dedos de su mano derecha al tiempo que la levantaba mirando a Prude─, así hay

─ ¡Eh, cabrones!, ¿se os va la olla o qué? Empezáis a tocarme los huevos ─a Robin, que evidentemente resultaba ser el más avispado de los tres y era consciente de ello, no le gustaba el rumbo que tomaba la disertación de Prude─. ¿Y tú a dónde quieres llegar, cometarros?

─ Pero, chicos, que susceptibles sois. Únicamente intentaba poneros un ejemplo de cómo puede uno, o unos, tener gran influencia sobre otros sin necesidad de usar la fuerza, simplemente por ser como es, o por lo que los demás consideran que es, porque ven que en él a una persona cabal y resolutiva. Tomate y Johnny te respetan por lo que eres, por cómo eres, hacen caso de tus opiniones porque consideran que normalmente son acertadas, tu “autoridad” sobre ellos es “moral”, no “física”.

─ ¡Ah! Así vale.

Manuel Cerdà: fragmento de mi novela Prudencio Calamidad (2017).

¿Quién dijo que los genios no existen?

A mitad mañana el espigón estaba de lo más tranquilo. La playa que se abría junto a él, a unos doscientos metros, aunque moderadamente, empezaba a ser ocupada por los primeros bañistas. El día era excelente, soleado, sin el calor de las bochornosas jornadas veraniegas que no tardarían en llegar. La suave brisa hacía francamente agradable y tentador pasar un rato frente al mar; el agua estaba todavía algo fría, aunque a algunos no parecía importarles.

─ ¿Qué, que me decís del petardo? ¿Es bueno o no?

─ Cojonudo. Empiezo a estar más cocido que un piojo.

─ Disfruta, que esto es gloria. Toma, mátalo ─Robin dio una larga calada al canuto y se lo pasó a Tomate. […]

─ ¡Eh! Mirad eso.

─ ¿El qué?

─ Eso de ahí, la botella esa que está entre las rocas.

─ ¡Joder, tío, como en las pelis! A ver si es el mensaje de un náufrago.

─ Sujétame, que la cojo. Igual es ginebra, o vodka. Lo de dentro es blanco.

─ O está vacía.

─ ¿No ves que está tapada?

Johnny sujetó a Robin por los pies. La botella se había empotrado en las rocas, en la parte más saliente del espigón, a donde era complicado llegar. […]

Johnny hizo el ademán de coger la botella, pero Robin la lanzó contra las rocas.

─ ¿Por qué haces eso, gilipollas?

─ Para una cosa que nos encontramos… Ya me extrañaba que no fuera una buena mierda.

─ ¡La puta leche! ¿Qué es eso? ¿Veis lo mismo que yo?

─ ¿Qué hostias es esa nube? ¿Qué coño le has puesto al canuto?

Al crash del vidrio al romperse siguió una humareda blanquecina que a medida que iba elevándose se condensaba y formaba una especie de nube redonda y luminosa.

─ ¡A mí qué me cuentas! Ha salido de dentro de la botella.

─ ¿Cómo va a salir de dentro de la botella? Estaba vacía.

─ Tendría gas.

─ No digas chorradas. ¡Mira!, cambia de forma.

─ Yo no veo que cambie nada, se está deshaciendo.

─ No, fíjate. Estoy flipando.

─ Sí, y ahora aparecerá un genio, como en las pelis. No te jode.

Cuando parecía que la nube –como había observado Robin– empezaba a volatilizarse, el vaporoso humo, o lo que fuera que salía de ella, hizo un extraño movimiento y cual especie de rayo invisible y silencioso descendió hasta el suelo súbitamente. Ni un segundo después, en su lugar apareció un individuo bajito, medio calvo, con grandes entradas y pinta de apocado, un poca cosa con gafas pequeñas y redondas y prominente nariz que resaltaba en su rostro blanquecino. Vestía traje y corbata pasados de moda.

─ ¡Puta hostia! ¿Qué está pasando? ─exclamó Tomate alarmado.

─ ¿Tú quién eres? ¿De dónde has salido?

─ Soy vuestro servidor.

─ ¿Quién?

─ Vuestro servidor, estoy a vuestra disposición durante doce horas, medio día. Durante ese tiempo mi única misión es satisfacer vuestros deseos. Es mi obligación para con vosotros por haberme liberado.

─ ¿Qué pollas dice el zumbao este? ¿Nosotros? ¿Nosotros te hemos liberado? ¿De qué, de dónde?

─ De dentro de la botella, llevaba ahí casi cien años.

─ ¿Qué? ¿Qué dices? ¿Dentro de la botella? ¡Anda ya! En la botella no había nada, y menos tú. Que ya no tenemos cinco años. ¿Se te va la pinza, o qué?

─ Pues ya lo habéis visto. He salido de ahí.

─ Vale, tío, como quieras. ¿Qué eres, un genio? ─preguntó Robin en tono más que burlón.

─ ¡Ah!, ¿no os habías dado cuenta?

─ Hombre, la verdad es que no suelen aparecérsenos genios todos los días. Pero tú… ¡Para descojonarse! Con esa pinta qué pollas vas a ser un genio. Además, no existen los genios. ¿Nadie te lo ha dicho nunca? Con lo mayorcito que eres…

─ Pues es lo que soy.

─ Claro, claro, y yo el banquero más rico de todos los banqueros, ¿no te lo había dicho? Soy un cabronazo de tomo y lomo. Todo lo tomo y todo me lo como.

La ocurrencia de Robin provocó otra estruendosa carcajada por parte de Johnny y Tomate, que seguían bajo los efectos del canuto.

─ Veo que no me creéis.

─ Ni nosotros ni el papa de Roma, con esa pinta de pringao pareces de todo menos un genio.

─ ¿Y cómo te llamas? ─preguntó Johnny.

─ Prudencio.

─ ¡Prudencio! ¡La hostia! Prudencio, ha dicho que se llama Prudencio.

La risotada que siguió fue de órdago.

─ Un genio que se llama Prudencio. ¡Hosti, macho, eres genial! Venga, explícanos el truco.

─ No hay truco. Os estoy diciendo la verdad.

─ Venga, va, eres un mago de esos que salen en la tele, un buen mago. ¡Menudo alucine! […]

─ ¿Y si dice la verdad? Ha aparecido ahí de repente, como por arte de magia ─Tomate tenía sus dudas.

─ Eres la leche, Tomate. ¿No te das cuenta de que se está quedando con nosotros? Vamos a dar un rulo. ¿Tú quieres venir, Prudencio? ¿Tienes dinero?

─ No. De todos modos, si lo tuviera no creo que sirviera de mucho. Como os decía, casi cien años llevaba encerrado en esa botella hasta que vosotros me habéis sacado de ahí. Pero no os preocupéis, eso no supone problema alguno.

─ Ya empieza otra vez. Es que no se cansa el tío. ¿Tú que fumas, Prudencio? Porque pondrías pasarnos un poco de lo que sea. ¡Menudo friki! Anda, vuelve al circo de donde te has escapado.

─ En fin, yo ya he cumplido con mi deber. Si no confiáis en lo que digo poco puedo hacer. Los humanos sois muy arrogantes, no creéis en nada que no sea obra vuestra.

─ ¡Ah!, ¿que tú no eres humano?

─ No sé ya cómo decíroslo, soy un genio.

─ ¿Pretendes hacernos creer que eso decías antes de que estás a nuestra disposición y puedes hacer que se cumpla cualquier cosa que deseemos es verdad? ─la duda empezaba a hacer mella también en Johnny.

─ Yo no pretendo nada, mi obligación era advertiros. Y puesto que no me creéis solo me queda deciros adiós.

Tan rápidamente como la humareda gaseosa había adquirido forma humana, Prudencio comenzó a desvanecerse.

─ ¡Eh!, espera, tío, espera.

Esta vez fue Robin quien trató de retener al extraño ante la atónita mirada de sus colegas. Ninguno esperaba una maniobra de ese tipo. Cuando ya apenas se distinguía la silueta, el genio, al escuchar la petición de Robin, volvió a cobrar forma humana.

Fragmento de mi novela Prudencio Calamidad (2017).