La muñeca (pues eso era)

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Michel Piccoli en “Tamaño natural” (1973).

Llevo un par de semanas sin publicar nada en el blog. Dejé de hacerlo el día de Reyes de manera súbita e imprevista, de la misma que decidí, esa misma noche, marcharme unos días. La hija de un viejo amigo, que vive en Londres y a la que conozco desde que era una adolescente, acababa de ser madre y, en consecuencia, mi amigo, abuelo. No conocía aún a la criatura y estaba loco por hacerlo. Vente conmigo, anda, me dijo. Pues no estaría nada mal, me dije y le dije yo. Londres, unos días, con bebé de por medio y la subsiguiente y enorme satisfacción de mi amigo, satisfacción de la que iba a ser partícipe, era para mí una proposición irrechazable. Así, que allá que nos fuimos. Los dos. Solos. Sin mi regalo de Reyes.

Regresé el 14, pero seguí sin publicar por otro tipo de razones menos placenteras, mucho menos, razones víricas. Allí estaba mi regalo, tal cual lo dejé, en la misma posición, no se había movido. Y con él la duda que nadie me ha despejado. “¿Qué harían ustedes en mi caso? ¿Lo venderían? ¿Se lo quedarían?”, preguntaba en mi última entrada, si se encontraran, hipotéticamente, en la misma situación. Es decir, si alguien les hubiera regalado algo así. Alguien, una persona. ¿O acaso siguen creyendo que existen los Reyes Magos? Yo, la verdad, no conozco a nadie que sea tan generoso ni que pueda permitirse hacerme un regalo como este. Se trata de una escultura de John de Andrea, uno de los artistas (escultor) más reputados, y, en consecuencia, más cotizados del hiperrealismo. Una escultura (¿muñeca?) como la que figura en la imagen de aquella entrada –no sé si alguien ha llegado a confundirla con una mujer de carne y hueso– perfectamente podría alcanzar en el mercado una cifra cercana a los 200.000 euros.

¿Qué haría yo? Pues venderla. Incluso por mucho menos. Si la tuviera, claro. Mi misantropía no llega a tanto. Es una misantropía compartida, con muy pocos, pero compartida. Nada tengo que ver con los personajes de dos películas –casualmente ambas del mismo año, 1973– cuyo argumento gira en torno a la relación de un hombre con una muñeca: Tamaño natural (Grandeur nature), de Luis García Berlanga, y No es bueno que el hombre esté solo, de Pedro Olea.

Tampoco podría llegar a “enamorarme” de la Olympia de la ópera de Jacques Offenbach Los cuentos de Hoffmann (1881). Sí de la ópera, basada en una obra que Jules Barbier y Michel Carré habían escrito sobre cuentos de E.T A. Hoffmann. Me encanta. Y puede que, también, de la excelente soprano Patricia Petibon, que encarna a Olympia en la versión que de la obra de Offenbach llevó a cabo el Grand Théâtre de Genève en 2008. También me encanta. Pero entonces ya no sería una muñeca, sino una persona que encarna a una muñeca.

Bueno, ¿qué? ¿Venderían el “regalo” o no? En el supuesto de que se hallaran en una situación similar, que es mucho suponer. Aunque ya puestos a fantasear, puede que haya alguien que no
lo haría por la simple y llana de razón de haber encontrado lo que buscaba. O haber descubierto que era esto lo que buscaba. Aun así, hay muñecas (no consideradas esculturas) mucho más económicas que, además, se pueden customizar. Veamos un ejemplo de entre los muchísimos que se encuentran en internet. De este modo se presenta Alina Li, muñeca que cuesta 2.590 euros y que pueden ver en las imágenes que figuran bajo estas líneas: “Hola! Mi nombre es Alina y actualmente vivo (aunque no estoy muy segura de estar viva) en Guangzhou (China) pero estoy dispuesta a viajar a cualquier país del mundo donde se me ame. Como podéis ver por mis fotos soy una chica delgada con un rostro que me dicen que es una monada. Soy tímida y callada en la vida diaria, pero me han fabricado para ser puro fuego en el terreno sexual y creo que me encanta hacer disfrutar a mi pareja… Besos”. Y así la describe el fabricante: “Muñeca sexual hiperrealista fabricada en TPE (Elastómero termoplástico), material que imita a la perfección la piel y la carne humana, su esqueleto interno de metal articulado hace que pueda disfrutar con ella en cualquier posición imaginable. Con un peso medio de 35/50 kg nuestras muñecas sexuales se sienten firmes y solidas como el cuerpo de una mujer real. Su muñeca incluye: peluca, sencillo vestido al azar, e irrigador vaginal (facilita la limpieza de la muñeca). No incluido: la ropa, joyas y accesorios que aparecen en las imágenes tienen fines estéticos para la sesión de fotos y no están incluidos. Desarrollada para tener sexo vaginal, sexo anal, sexo oral y masturbación con los pechos”.

No tengo prejuicio alguno respecto al fetichismo ni a cualquier otra parafilia. Como dijo Oscar Wilde, si “somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos”. Allá cada uno con sus manías y extravagancias. Si alguien es feliz con una muñeca como estas (o muñeco, que también los hay), pues que disfrute mientras pueda.

Al final los Reyes se portaron

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Pues sí. Ya ven lo que me han traído los Reyes Magos. Nada más ni nada menos. Entre otras cosas, pero es que un regalo como este no se recibe todos los años. Les decía en mi carta [Esperando a los Reyes Magos]: “Me parece que aquí hay un malentendido, señores Reyes, o señoras Reinas, y confío que en esta ocasión entiendan de otro modo lo que les pido”. No ha sido así, pero no me quejo. Ni mucho menos.

Boquiabierto sigo aún. Aunque, la verdad, no sé qué hacer. Estoy pensando en venderlo, pero tengo dudas. ¿Qué harían ustedes en mi caso? ¿Lo venderían? ¿Se lo quedarían?

Espero que no me malentiendan, como los Reyes, los cuales, dicho sea de paso, deseo que hayan sido generosos con todos ustedes.

Esperando a los Reyes Magos

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Cigarrillos, whisky y chavalas

te tejan grogui y te vuelven un tanto loco.

Cigarrillos, whisky y chavalas.

Si esta es tu vida

tienes razón para amarla.

Sabes que fumar es malo para la voz,

que el alcohol no es bueno para el hígado,

que las chavalas son fatales para el corazón,

pero quien prueba las tres cosas dice que no hay nada mejor.*

Así es, señores Reyes. Supongo que lo saben. Son magos, no mojigatos. Digo. No sé. No tengo el placer de conocerles, aunque una vez fui uno de ustedes por unas horas: Baltasar. Fue un día inolvidable, una auténtica gozada. Ya ven, yo creo en ustedes. No soy eso que se dice “un dechado de virtudes”, pero tampoco me he portado tan mal. Es más, en comparación con tanto cabronazo como hay mi comportamiento ha sido ejemplar. Si els fills de puta volessin no veuriem mai el sol, canta Pi de la Serra (no se lo traduzco, pues ustedes saben todos los idiomas).

Por esto no entiendo como no me traen lo que les pido, pues ya es la tercera vez que lo hago. La primera vez me respondieron preguntándome qué había pasado, porque había cambiado mis deseos, pues antes pedía cosas como la paz, la igualdad, la solidaridad… Les contesté –¿recuerdan?– que ya estaba cansado de hacerlo. Año tras año, con toda humildad, sin ningún resultado. A punto estuve de responderles como a mis congéneres, a quienes también pido estas estas cosas con idénticos resultado: ¡que les den! No lo hice, por educación y por afecto y respeto hacia ustedes. La segunda se portaron mejor. Estupendos habanos, excelente whisky de las Highlands. Eso sí, de chavalas nada de nada, que me las apañe como pueda, decían. Y me recordaban también que ahora son reyes y reinas, magos y magas, tachándome de sexista y advirtiéndome de que al próximo año, si volvía a dirigirme a sus majestades en los mismos términos, me dejarían sin nada.

Me parece que aquí hay un malentendido, señores Reyes, o señoras Reinas, y confío en que en esta ocasión entiendan de otro modo lo que les pido. Así pues, espero impaciente mañana su respuesta.

* De la canción “Cigarettes, whisky et p’tites pépées” (1947, música de Tim Spencer, letra de Jacques Soumet y François Llenas), que interpretaba Annie Cordy en la película del mismo título (1959), lo que la hizo tremendamente popular.