“Somos seres intangibles, no tenemos cuerpo, adopté la forma del primer ser humano que vi. (…) Reconoced que hubiera sido mucho más difícil que me creyerais si no lo hubiera hecho de ese modo. Necesitaba una identidad que pudiera ser admisible en vuestro contexto conceptual, que pudierais identificar y relacionar con algo que por imposible que parezca no deje de ser creíble, aunque escape a la lógica, una apariencia. De eso los humanos sabéis mucho, de apariencias. Olvidáis pronto quiénes sois y de dónde procedéis”.
Lo dice Prudencio, o Argararemon, que tanto da que da lo mismo. Sin embargo, como quiera que se dirige a seres humanos, él mismo se sirve de la apariencia para que no se sepa quién, o qué, es en realidad: “las apariencias son para vosotros muy importantes, para los humanos quiero decir. No valoráis a la gente por lo que es, sino por lo que tiene”.
Dice una frase proverbial muy usada que “las apariencias engañan”. Que sea una frase hecha y forme parte de nuestro discurso convencional y, por tanto, la banalicemos, no quita que sea una verdad como un templo y que haga buena la aseveración de Maquiavelo en El príncipe (1513): “Este mundo se compone de vulgo, el cual se lleva de la apariencia, y solo atiende al éxito”. “La apariencia, [pues,] es el disfraz perfecto en nuestra sociedad imperfecta”.
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