China Blue es una película documental que vi ayer por segunda vez y me impresionó tanto como la primera, hace ya unos años. Dirigida por Micha X. Peled, se rodó en 2005 y es una magnífica exposición de las condiciones laborales a que se ven abocados los trabajadores chinos, concretamente dos chicas jóvenes que encuentran empleo en una fábrica textil que produce pantalones vaqueros en la provincia de Cantón. Es muy fácil criticar la explotación desde Occidente, tan fácil que la ignoramos en realidad. Las grandes empresas estadounidenses y europeas compran a precios ridículos productos que luego venderán con un buen margen de beneficio, pues ahí estamos nosotros dispuestos a adquirirlos por su bajo coste.
Sus protagonistas, Jasmine y Orchid, son dos adolescentes que, como muchísimos más, se ven abocados a vivir el mundo de los adultos antes de tiempo por el simple hecho de haber nacido en regiones empobrecidas y tratar así de evitar –lo que no significa conseguir– formar parte de esa lista anónima que integran los 30.000 niños que mueren cada día a causa de la extrema pobreza. No son una excepción. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) hay aproximadamente 250 millones de niños económicamente activos de entre 5 y 17 años de edad, 168 millones de los cuales podrían considerarse niños trabajadores. De estos últimos, 85 millones realizan trabajos peligrosos.
Jasmine y Orchid han de abandonar sus familias para ir a trabajar a una fábrica textil, de pantalones vaqueros en este caso, proveedora de grandes firmas mundiales, como Levi’s. Allí han de realizar jornadas laborales que pueden llegar hasta las 24 horas seguidas si la producción lo demanda. Para que el sueño no las venza –pues si se quedan dormidas en el trabajo las multan– las trabajadoras llegan incluso a colocarse pinzas de tender la ropa en los párpados. El documental muestra como una encargada, entre risas, enseña cómo se hace. Por supuesto, carecen de derechos laborales –las pocas inspecciones que se hacen a estas fábricas nunca llegan a buen puerto, pues los dueños son avisados antes e “instruyen” a las trabajadoras sobre lo que han de decir–, los exiguos jornales están en función de la demanda, duermen en la misma fábrica –en jergones, en una sala común–, comen también allí mismo –por supuesto, la comida se les descuenta del sueldo (eso sí, entran a trabajar a las 7 de la mañana y si a partir de las 12 de la noche han de continuar la jornada la empresa les ofrece, ¡gratuitamente!, una sopa o algo parecido)– y solo tienen tiempo de salir un rato si desciende la producción. También vemos al señor Lan, el propietario de la fábrica –que calcula que los beneficios económicos del pedido que en esos momentos atiende es de 31.000 dólares diarios–, y cómo delegaciones de empresas occidentales fuerzan unos precios extremadamente bajos y unos plazos de entrega más que ajustados que obligan a reducir lo que se paga por pantalón, pues así cobran, a tanto por pieza.
Jasmine es repasadora y el documental dura 86 minutos, al término de los cuales se nos informa de que, en ese tiempo, Jasmine ha conseguido repasar 35 pantalones, por lo que ha ganado 74 céntimos de euro. Jasmine se pregunta quién se pondrá aquellos pantalones y si sabrá quién los ha hecho y cómo. Me temo que sí, lo sabemos, pero basta con no mirar la etiqueta. También sabemos que el 80% de los juguetes de todo el mundo se fabrican en China y que en su elaboración niños y niñas trabajan durante doce horas al día, estando en contacto permanente con materiales plásticos inflamables, en ambientes sofocantes, sin casi comida y durmiendo en campamentos-guetos. Lo sabemos. Pero la pela és la pela.
Y ahora les dejo con el documental en versión doblada al español, si bien se trata de una versión cuyo metraje se ha reducido a 54 minutos: