
27 de septiembre de 1968 © Armando Lenin Salgado.
México, sede olímpica, sede de la especulación
El Comité Olímpico Internacional (COI) había designado en 1963 a México como sede de los Juegos Olímpicos de 1968, convirtiéndose así en el primer país del llamado Tercer mundo que acogía tan importante cita. El COI lo presidía un estadounidense, Avery Brundage, y la elección de México tenía una clara intencionalidad política: gracias a la ayuda de los Estados Unidos, el país azteca alcanzaba la estabilidad económica y social y se mostraba dinámico y emprendedor. Los demás países pobres debían tomar nota. A mediados de la década de 1940 habían empezado a llegar a México los capitales norteamericanos, iniciándose así la colonización económica del país. Eran los años de gobierno ininterrumpido del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que con una política interior autoritaria y corrupta, y al servicio de los Estados Unidos, dejaba de lado los grandes problemas estatales: migración, desigualdades, fracaso de la reforma agraria, paro, delincuencia…, problemas que generaban gran descontento y habían ocasionado diversas protestas estudiantiles y la creación de guerrillas urbanas.
El Gobierno mexicano se volcó en el evento y no escatimó en gastos. Solo el nuevo complejo deportivo costó 175 millones de dólares. Este despilfarro, en un país con tantas necesidades, fue duramente criticado. ¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución! comenzó a ser una consigna popular y se produjeron los primeros enfrentamientos con las fuerzas del orden.
El Comité Nacional de Huelga sacó un Manifiesto a los estudiantes del mundo en el que afirmaban que México no era ni de lejos un “modelo a seguir por otros países subdesarrollados”, sino un país económicamente dependiente, con grandes fisuras sociales. Dos meses antes de los Juegos la rebelión estudiantil estallaba. Un incidente entre estudiantes fue reprimido con gran dureza y se produjeron los primeros muertos.
La matanza de Tlatelolco
La huelga continuó con mayor fuerza y se multiplicaron las manifestaciones. Primeros camiones volcados y primeras barricadas acompañaron las exigencias de que los oficiales que habían dirigido la represión fueran castigados y se pusiera en libertad a los detenidos, entre otras. A finales de agosto la práctica totalidad de la enseñanza superior estaba en huelga y los estudiantes organizaban manifestaciones de entre 300.000 y 600.000 personas en las que había una importante presencia, cada vez mayor, de obreros y campesinos. Los estudiantes comenzaron a organizar brigadas y el Gobierno recurrió al Ejército y a los grupos paramilitares. Los enfrentamientos fueron a más; también las víctimas. Los arrestos se cifraban en mil diarios. Pero, así y todo, nada hacía prever la barbaridad que se cometería el 2 de octubre. Ese día, miles de estudiantes concentrados en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco (México D.F.). Fuerzas militares (y paramilitares) y policiales, equipadas con coches blindados y tanques de guerra, rodearon completamente la plaza y abrieron fuego, apuntando a las personas que protestaban y a las que pasaban en ese momento por el lugar. En breve una masa de cuerpos cubría toda la superficie de la plaza. La hoy conocida como “masacre de Tlatelolco” dejó más de 300 muertos y miles de heridos y presos. Dos días más tarde se inauguraban los Juegos Olímpicos. Los responsables nunca rindieron cuentas de tamaño crimen.
47 años después
47 años después en Iguala (estado de Guerrero, México), jóvenes estudiantes normalistas (estudiantes de magisterio) fueron atacados por agentes municipales, comandos parapoliciales y sicarios. Sobre las nueve de la noche, los estudiantes se dirigieron a la central de autobuses y tomaron tres vehículos. Al parecer, para acudir con ellos a Ciudad de México y participar en los actos en memoria de la matanza estudiantil de Tlatelolco de 1968. La policía les persiguió, disparó contra ellos y al menos un estudiante murió. Poco después, lo hacía un grupo armado no identificado y, casi simultáneamente, otro grupo abrió fuego contra un bus en el que viajaban los integrantes del equipo de fútbol Los Avispones. En total, seis personas murieron esa noche en Iguala: tres estudiantes, un futbolista, el conductor del bus de los deportistas y una mujer que viajaba en un taxi y fue alcanzada por una bala.
Nadie ha rendido cuentas por la masacre de Tlatelolco. ¿Las rendirán ahora los responsables de lo sucedido en el estado de Guerrero? ¿O seguirá la impunidad?